“Yo soy un cantante con un buen oído para la melodía. Y las buenas ideas tienen mucho en común con las buenas melodías. Cierta claridad. Cierto aire inevitable y memorable” dice Bono, el decano de los rockeros del desarrollo. Hace 40 años, los rockeros cantaban las melodías de la contracultura. Actualmente, mantienen intacto el apetito por cambiar el mundo, pero sus tonadas son una muestra predecible de ‘bienpensantismo’. Proponemos, dice Bono, “una ecuación que combine el capital humano y el financiero, los objetivos estratégicos del mundo desarrollado con la nueva planeación del mundo en desarrollo”. La letra no es memorable. Pero, hay que reconocerlo, está de moda.
La alianza entre artistas y banqueros es previsible. Es un ejemplo más de lo que uno de los instigadores del Mayo del 68 francés, el marxista Guy Debord, llamó La sociedad del espectáculo. Pero más allá de la domesticación de la contracultura, el reclutamiento de los cantantes por parte de las entidades multilaterales refleja la quiebra intelectual de la economía del desarrollo. Los cantantes no desplazaron a los teóricos, llenaron el vacío dejado por algunas teorías desprestigiadas.
Como lo ha afirmado, entre otros, el economista William Easterly, las teorías del desarrollo que planteaban un camino expedito, o al menos cierto, hacia la prosperidad se han ido derrumbando una a uno bajo el peso de sus propios fracasos. Muchas de las grandes inversiones financiadas con capital internacional que iban a darles el gran empujón a los países en desarrollo acabaron convertidas en elefantes blancos. Las inversiones en educación, también financiadas con recursos externos, tampoco tuvieron los réditos esperados. Los créditos de ajuste estructural fueron inocuos en el mejor de los casos y contraproducentes en el peor. En fin, gran parte de las intervenciones de las multilaterales ha sido, cabe decirlo sin ambages, un fracaso.
El nuevo credo del desarrollo predica una mayor participación del sector privado en la solución de los problemas sociales. La rentabilidad y el altruismo, dicen, se encuentran en la base de la pirámide. Algunas de las iniciativas planteadas son interesantes. Pero ya nadie cree en milagros. El desarrollo financiado desde afuera, importado en la forma de créditos, ayuda o carreta, es un producto desprestigiado. Por ello, tal vez, toca reclutar a los artistas. Las buenas intenciones siempre han sido eficaces a la hora de vender ilusiones.
Así, la foto del Presidente del BID, sonriente, rodeado por los artistas más consagrados de la región, representa, tal vez, un punto de inflexión en la historia de las multilaterales, una aceptación implícita de que su papel es más simbólico que real, de que su labor consiste en mantener, como dijo Albert Hirschman, un sesgo por la esperanza después del derrumbe de las utopías del desarrollo. Juanes y su combo, repletos de buenas intenciones, pueden haber entonado, sin saberlo, la canción de despedida de las multilaterales.