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El ex alcalde de Bogotá Antanas Mockus ha defendido una visión distinta, ha enfatizado un enfoque principista que proscribe los llamados atajos morales. Primero arrinconó a Samuel Moreno al plantearle una disyuntiva extraña entre un gran beneficio social y una pequeña falta moral. Después pidió la renuncia del presidente Uribe al endilgarle que sus medios ponían en cuestión los resultados de gobierno. En opinión de Mockus, la política sólo tiene alma. No tiene cuerpo. “Llevamos muchos años de realismo político”, dijo esta semana. Y su queja insinuaba una añoranza por la cacareada restauración moral.
Uno podría criticar a Mockus por predicar un purismo que él no practicó cuando decidió traicionar a sus electores por una vanidad personal. Mockus no salió de su primera alcaldía por la puerta de adelante. Lo hizo por la puerta de atrás, en busca de un atajo apresurado hacia la Presidencia. Pero mi punto es otro. Yo quiero criticar a Mockus por su egocentrismo moral. Por confundir, como decía John Stuart Mill, los criterios morales que se impone a sí mismo con los que les exige a los demás. Mockus pretende imponerle sus valores a todo el mundo. Esta conducta no sólo es egocéntrica. Denota también una tendencia antiliberal. Totalitaria.
El fundamentalismo moral es perjudicial. Incluso desde un sentido más mundano. Desde la perspectiva de la ingeniería institucional. Hace unos meses, un profesor australiano me decía que las sociedades fundadas sobre el fundamentalismo moral, pensadas por los restauradores éticos, casi siempre terminan sumidas en el caos, casi nunca alcanzan la convivencia civilizada. En cambio, decía el mismo profesor, las instituciones realistas, que enfatizan la cooperación y respetan el individualismo, permitieron, entre otras cosas, que un grupo de delincuentes creara en Australia una de las sociedades más prósperas y civilizadas del planeta. Los regeneradores morales, como escribió recientemente un amigo bloggero citando a un pensador francés, caen fácilmente en el juego de la depuración: los puros buscando a los menos puros para depurarlos.
Decía Bernard Williams que, en sus momentos de ironía, después de una o dos copas de Bourbon, solía pensar que su trabajo como filósofo moral consistía en recordarles a otros filósofos morales algunas verdades acerca de la vida de los hombres que son conocidas por virtualmente todos los seres humanos adultos. Creo que a Mockus le hace falta esa lección, bien requiere una advertencia sobre los peligros del egocentrismo moral.