La escogencia de los personajes del año, realizada de manera previsible, casi mecánica, por la mayoría de los medios escritos, nacionales e internacionales, es un ejercicio riesgoso, un juicio histórico hecho sin la distancia adecuada. El resplandor del presente, sobra decirlo, impide una visión apropiada del panorama de la historia. Más que un juicio sobre el pasado, la escogencia de los personajes del año constituye, en mi opinión, una reflexión acerca del futuro. Es un ejercicio en futurología. Una extrapolación problemática pero interesante.
Así debería entenderse, como una predicción ominosa, la escogencia de Vladimir Putin como el personaje del año por parte de la revista Time. Putin representa, según los editorialistas de la revista, la estabilidad antes que la libertad, el orden antes que la democracia. “Con un costo significativo sobre los principios y las ideas valoradas por las naciones libres, Putin ha protagonizado un extraordinario acto de liderazgo al llevar la estabilidad a una nación que nunca la ha conocido”. La revista aclara que la elección no es un honor. Ni tampoco una muestra de respaldo. Es simplemente un juicio realista. Una opinión sobre el futuro del mundo.
Casi dos décadas después del optimismo que sobrevino a la caída del muro de Berlín, la revista Time toma partido en favor del pesimismo y en contra del idealismo liberal (y neoconservador), de la idea optimista de que la democracia liberal prevalecería, impulsada por el poder de la diplomacia o de los cañones. Time acepta con resignación los extravíos de la democracia, el surgimiento del autoritarismo y el retroceso de la libertad. Admite la sumisión voluntaria de la mayoría ante un poder ordenado, meticuloso y proveedor. Los rusos, como lo dijera Ettienne de La Boéite en el siglo XVI, parecen no tanto haber perdido su libertad, como ganado su servidumbre. El sacrificio de la libertad, en opinión de la mayoría, es un costo menor en busca de la estabilidad y la prosperidad.
A escala mundial, Putin representa una corrección histórica, el regreso del péndulo hacia el autoritarismo. En palabras del periodista Robert D. Kaplan, “aunque el movimiento hacia la democracia después del fin de la guerra fría fue un triunfo para la filosofía liberal, el péndulo terminará por estabilizarse en la mitad entre los ideales liberales y las realidades de Hobbes”. Putin es el punto de descanso del péndulo, el símbolo del nuevo autoritarismo, la demostración palpable de que un sistema antiliberal puede ser percibido como legítimo si brinda estabilidad e impulsa el crecimiento económico.
La selección de Putin como personaje del año es una aceptación implícita del retroceso de la democracia liberal y del avance del nuevo autoritarismo. De una forma de gobierno que no destruye la voluntad pero la ablanda, que no esclaviza al hombre pero lo inhibe. Y “que finamente -como escribió Alexis de Tocqueville- reduce cada nación a nada más que un rebaño de animales tímidos y trabajadores con el gobierno como su pastor”. Putin representa, en últimas, la nueva imagen del antiliberalismo, la personificación perfecta del despotismo del siglo XXI.