Mi pesimismo está basado en las motivaciones estratégicas de las Farc. Un primer punto es evidente. Las Farc no tienen ningún futuro político. Ninguna posibilidad de reunir un apoyo electoral significativo. Ni siquiera en el ámbito regional. Su impopularidad es inmensa e irreversible. Chávez hizo pública esta semana su intención de convencer a las Farc acerca de las ventajas de la vía democrática, de los votos como mecanismo revolucionario. Uribe incluso apoyó la idea con entusiasmo. Pero esta intención compartida es ilusoria. Las Farc conocen bien sus posibilidades electorales. Anticipan la ausencia de un futuro político más allá de la intimidación armada.
Económicamente las Farc son una federación de cultivadores y comercializadores de droga. Políticamente son una organización dedicada a la administración y el mantenimiento de campos de concentración inexpugnables. Sin mayores posibilidades electorales, las Farc sólo tienen una alternativa real de protagonismo político: mantener indefinidamente su botín humano, aplazar eternamente la liberación de los secuestrados. Probablemente las Farc estén dispuestas a revelar alguna información parcial (las llamadas pruebas de supervivencia) a cambio de ciertas ventajas tácticas. Pero nunca liberarán a los secuestrados voluntariamente. Al hacerlo, nada ganarían. Y perderían toda influencia política.
Muchos analistas consideran que el intercambio humanitario es un primer paso hacia las negociaciones de paz, un asunto práctico que debe abordarse con antelación a la discusión política. Pero quienes así piensan están equivocados. Olvidan que la liberación de los secuestrados implica la muerte política de las Farc. Las Farc no liberarán a los secuestrados para facilitar una negociación; los retendrán indefinidamente para conservar su influencia. Tristemente la única transacción posible con las Farc consiste en hacer concesiones ciertas a cambio de promesas falsas. En suma, el intercambio humanitario no es el primer punto de la agenda, es el único punto pues compromete el futuro político de las Farc.
No son muchas las salidas para esta encrucijada estratégica. La respuesta racional a la extorsión consiste en amarrarse las manos, en comprometerse a no negociar. Pero por razones políticas y humanitarias tal respuesta es inviable. Habría, entonces, que tratar de limitar la exposición internacional de las Farc, su aprovechamiento político de los secuestrados. Pero algunos países querrán negociar directamente la liberación de sus nacionales. En últimas, como alguna vez dijo Joseph Brodsky, la verdadera responsabilidad consiste en no crear ilusiones. Al menos, por ahora, el Gobierno debería reconocer que la “solución humanitaria” implica la renuncia por parte de las Farc a su único recurso político: los secuestrados. Un hecho improbable, sin duda.