En 1932, hace ya 75 años, fue publicada por primera vez la célebre novela del escritor británico Aldous Huxley, Un mundo feliz. La novela recrea un mundo estratificado, poblado por hedonistas sin alma, donde el placer ha sido institucionalizado, la felicidad es distribuida en pequeñas cápsulas de una droga mágica y la promiscuidad sexual es la norma socialmente aceptada, la forma casi obligatoria de multiplicar la felicidad neumática de los encuentros humanos. El mundo feliz de Huxley es también un mundo de estabilidad social. La población ha sido condicionada para aceptar la felicidad artificial. Ha perdido la libertad de manera dócil. Los habitantes de Utopía son esclavos voluntarios de una especie de superutilitarismo impuesto por medio de artilugios científicos.
Setenta y cinco años después, algunas de las predicciones de Huxley parecen, como diría García Márquez, aterradoras en su clarividencia. El consumismo compulsivo, la promiscuidad generalizada, los avances de la biología, el uso masivo de alucinantes, etc., fueron anticipados por la novela. Así, muchos críticos del capitalismo señalan la validez de las predicciones y la relevancia de las advertencias de la novela de Huxley. Pero tal insistencia es equivocada. Más allá de las apariencias, de las coincidencias del paisaje, las advertencias de Huxley son irrelevantes. Sus temores, infundados. Falsos, en mi opinión.
En el año 2007, la gran preocupación de los países desarrollados, de los centros del capitalismo mundial, no es la felicidad artificial. Todo lo contrario. La preocupación parece ser la llamada paradoja de Easterlin, la aparente desconexión entre la riqueza y el bienestar subjetivo, el supuesto fracaso de las sociedades más avanzadas en la búsqueda de la felicidad. El capitalismo depende demasiado de las exigencias del super yo para caer en la trampa de la felicidad pasiva. Está animado por una mística, por una lógica que nada tiene que ver con la decadencia generalizada, con los hedonistas hipnotizados de Huxley.
Como lo ha señalado Christopher Hitchens, las drogas tampoco se han convertido en un mecanismo de control estatal. De nuevo: todo lo contrario. Algunos han acusado a los instigadores del capitalismo en Rusia de reducir deliberadamente los precios del vodka. Otros han acusado a la CIA de distribuir cocaína en los barrios deprimidos de las grandes ciudades norteamericanas. Pero tales acusaciones son fantasiosas. El capitalismo ha sido el principal patrocinador de la guerra contra las drogas. En contravía a lo advertido por Huxley, las autoridades capitalistas quieren mantener sobrios a sus súbditos. La distribución de pildoritas de la felicidad como forma de control social es una fantasía. Una pesadilla irreal. Otra de las predicciones erradas de la novela de Huxley.
Huxley planteaba que, con el tiempo, los gobiernos capitalistas resolverían el problema de la felicidad, convertirían a sus súbditos en consumidores dóciles, esclavizarían al pueblo mediante la estrategia engañosa de la felicidad. Pero Huxley señaló, en mi opinión, al enemigo equivocado. El consumismo y los alucinantes no son instrumentos de dominación. Pueden ser incluso liberadores. Los enemigos de la libertad no utilizan las armas sutiles del capitalismo. Usan los instrumentos ordinarios de la violencia y la intimidación: los campos de concentración, los delatores, la policía, los fusilamientos, etc.
En fin, setenta y cinco años después de la publicación de Un mundo feliz, el problema de la felicidad sigue sin resolverse. Pero el totalitarismo sigue, en todo caso, tan amenazante como siempre.
Setenta y cinco años después, algunas de las predicciones de Huxley parecen, como diría García Márquez, aterradoras en su clarividencia. El consumismo compulsivo, la promiscuidad generalizada, los avances de la biología, el uso masivo de alucinantes, etc., fueron anticipados por la novela. Así, muchos críticos del capitalismo señalan la validez de las predicciones y la relevancia de las advertencias de la novela de Huxley. Pero tal insistencia es equivocada. Más allá de las apariencias, de las coincidencias del paisaje, las advertencias de Huxley son irrelevantes. Sus temores, infundados. Falsos, en mi opinión.
En el año 2007, la gran preocupación de los países desarrollados, de los centros del capitalismo mundial, no es la felicidad artificial. Todo lo contrario. La preocupación parece ser la llamada paradoja de Easterlin, la aparente desconexión entre la riqueza y el bienestar subjetivo, el supuesto fracaso de las sociedades más avanzadas en la búsqueda de la felicidad. El capitalismo depende demasiado de las exigencias del super yo para caer en la trampa de la felicidad pasiva. Está animado por una mística, por una lógica que nada tiene que ver con la decadencia generalizada, con los hedonistas hipnotizados de Huxley.
Como lo ha señalado Christopher Hitchens, las drogas tampoco se han convertido en un mecanismo de control estatal. De nuevo: todo lo contrario. Algunos han acusado a los instigadores del capitalismo en Rusia de reducir deliberadamente los precios del vodka. Otros han acusado a la CIA de distribuir cocaína en los barrios deprimidos de las grandes ciudades norteamericanas. Pero tales acusaciones son fantasiosas. El capitalismo ha sido el principal patrocinador de la guerra contra las drogas. En contravía a lo advertido por Huxley, las autoridades capitalistas quieren mantener sobrios a sus súbditos. La distribución de pildoritas de la felicidad como forma de control social es una fantasía. Una pesadilla irreal. Otra de las predicciones erradas de la novela de Huxley.
Huxley planteaba que, con el tiempo, los gobiernos capitalistas resolverían el problema de la felicidad, convertirían a sus súbditos en consumidores dóciles, esclavizarían al pueblo mediante la estrategia engañosa de la felicidad. Pero Huxley señaló, en mi opinión, al enemigo equivocado. El consumismo y los alucinantes no son instrumentos de dominación. Pueden ser incluso liberadores. Los enemigos de la libertad no utilizan las armas sutiles del capitalismo. Usan los instrumentos ordinarios de la violencia y la intimidación: los campos de concentración, los delatores, la policía, los fusilamientos, etc.
En fin, setenta y cinco años después de la publicación de Un mundo feliz, el problema de la felicidad sigue sin resolverse. Pero el totalitarismo sigue, en todo caso, tan amenazante como siempre.