El cambio en cuestión está relacionado con la caída del porcentaje de colombianos que tiene una opinión favorable de la Iglesia Católica. Históricamente este porcentaje se ha ubicado alrededor de 70%. Con las fluctuaciones normales, de la estadística y de la opinión. Colombia se ha secularizado de manera rápida. Pero la Iglesia Católica era, en general, vista con buenos ojos. Con un poco de indiferencia, tal vez. Con algo de aprehensión, quizás. Pero con respeto. De nuevo, 70% de los colombianos tenía una opinión favorable de la iglesia.
La Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas eran generalmente las instituciones más favorablemente percibidas. Desde comienzos de 2000 hasta mediados de 2006, la preeminencia de ambas instituciones se mantuvo incólume. Su aceptación fue casi tan pertinaz como la imagen del Presidente Uribe. Pero la opinión sobre la Iglesia Católica cambió de manera súbita. El porcentaje de aceptación cayó aproximadamente de 70% a 50% en un año largo. Ninguna institución colombiana ha sufrido un desplome semejante durante los ya varios años de realización del Gallup Poll. El desprestigió de la iglesia católica no sólo ha sido súbito: Ha sido también atípico, sin antecedentes históricos cercanos.
El derrumbe ha sido absoluto y relativo. La Corte Constitucional, la Procuraduría, la Fiscalía, la clase empresarial y la Policía, entre otras, tienen porcentajes de aceptación superiores a los de la Iglesia Católica. Sólo el Congreso, los sindicatos y los partidos políticos están por debajo. Probablemente el cambio de opinión sea transitorio. Pero puede también ser permanente. Al menos, la recuperación de la anterior preeminencia parece improbable.
Las causas de la caída no son difíciles de intuir. Seguramente están relacionadas con la actitud de las jerarquias católicas ante los repetidos escándalos de pederastia, con la falta de transparencia y la impunidad de sus decisiones. La Iglesia Católica ha actuado de espaldas a la opinión y la opinión le ha dado la espalda. Las faltas sin castigo han ocasionado el cambio dramático en la opinión pública. A lo que habría que agregar, posiblemente, la intransigencia católica con respecto al control natal y al cambio social en general “Resulta sorprendente –escribió esta Gregorio Peces-Barba Martínez en el País de Madrid– comparar esa actitud con la de las iglesias protestantes, que han asumido sin reticencias la modernidad y la secularización”.
El respeto a la religión es fundamental. Es un valor democrático, una forma de ejercer plenamente la necesaria división entre el protagonismo político y el espiritual. Pero el respeto a la religión es de doble vía. Los dirigentes eclesiásticos deben también respetar los valores de la sociedad, las ideas de la justicia y las normas comúnmente aceptadas. De lo contrario, el juicio de la opinión será implacable. E inmediato.
No sé si la jerarquía católica se ocupe de los juicios mundanos de la opinión pública. Pero si lo hace, así sea remotamente, debería prestarle atención a las cifras que señalan su caída. La buena imagen, la confianza y la reputación se deprecian con ligereza y se acumulan con dificultad. Pero más allá de su carácter transitorio o permanente, la caída de la Iglesia Católica constituye un verdadero cisma, un rompimiento histórico con causas conocidas y consecuencias todavía imprevisibles.