El poder retórico de Cuarón y Klein es incuestionable. Pero limitado. El corto metraje no pretende convencer a los escépticos, quienes seguramente resentirán su falta de sutileza. Pretende más bien movilizar a los convencidos. Klein es una predicadora. Y Cuarón, un soldado de la causa dispuesto a prestar su talento –su gran talento– para el combate eterno contra la maldad del mundo.
El documental, debo reconocerlo, me produjo cierta inquietud, cierta curiosidad. Como la que siento cuando paso por el antiguo coliseo cubierto (la iglesia más grande de Bogotá) y oigo el murmullo lejano de los cristianos que anuncian el fin del mundo, que protestan contra el dueño de sus miedos, contra el demonio escogido por la congregación. Yo no soy admirador de Milton Friedman –el demonio del documental– pero el exceso retórico de sus opositores, de Klein y de Cuarón, me pareció extraño, cómicamente religioso.