Otras de las posiciones reflejan un nihilismo anti-positivista exagerado: los datos siempre se manipulan, las cifras constantemente se tergiversan, la estadísticas son mentiras, simples estratagemas de manipulación. Por lo tanto, según algunos comentaristas, es imposible dar una discusión sobre bases objetivas. Solo cabría, entonces, confiar en los que opinan como uno. Apelar al olfato. Desconfiar del contrario. En mi opinión, este tipo de posiciones, este escepticismo a ultranza, se presta para la charlatanería. Si todo es metafísica, para hablar en los términos del filósofo Karl Popper, entonces todo vale. Afortunadamente, creo yo, existen hechos falsificables, contrastables con la evidencia, y existen muchos hombres y mujeres honestos que se dedican a esta importante tarea.
Quisiera pasar ahora a un punto de Jaime Ruiz, quien establece una sutil diferencia entre los ignorantes y los manipuladores. Su pregunta es interesante: ¿creen Laura Restrepo o Antonio Caballero en la veracidad de sus opiniones o son simplemente mentirosos profesionales, dados a la tarea de promocionar un discurso que les asegurará (a ellos y a sus pratrocinadores) los privilegios de siempre? La distinción, repito, es sutil e interesante pero es, al mismo tiempo, equivocada. Desde hace décadas, los psicólogos han venido estudiando los poderosos métodos de autoengaño de los seres humanos. El fenómeno se conoce como disonancia cognitiva y permite entender, entre otras cosas, porque las primeras víctimas de las falacias de los letrados son ellos mismos: están convencidos de lo que dicen, sólo leen a quienes piensas como ellos, y sólo confían de sus pares ideológicos. No creo en las teorías de conspiración que postula Jaime: aparentemente ya no es la CIA sino la inteligencia de izquierda la culpable de todos nuestros males.
Gracias a todos por haber hecho de esta conversación un ejemplo de civismo e inteligencia.