Muchos críticos sociales, incluso en los Estados Unidos, siguen apegados a un mundo anticuado, a unas imágenes de otros tiempos. Como escribió recientemente el ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger, los críticos en cuestión no se han dado cuenta de que “el capitalista de sombrero de copa y puro de lujo entre los labios, a menudo dotado de una nariz llamativamente curva, desapareció para siempre del escenario”. “Su lugar lo ocupa ahora –dice Enzensberger– el ejecutivo moderno, rico y educado que debe privarse de la bebida y del tabaco y ceñirse a un régimen estricto”. En buena parte del mundo desarrollado, los ejecutivos modernos, musculosos y envanecidos, rememoran las representaciones del proletariado en la antigua propaganda soviética. Por su parte, los obreros del primer mundo, gordos y satisfechos, guardan cierta semejanza con los capitalistas de antaño. El capitalismo, quien puede negarlo, tiene sus contradicciones.
En los Estados Unidos, la brecha entre la élite intelectual y el resto de la sociedad se ha ampliado considerablemente. “Un número creciente de pobres diablos desvalidos que apenas saben leer y escribir –remarca Enzensberger con ironía– ya no encuentra quien los explote… Una sociedad de clases se mire por donde se mire”. Pero las clases ya no están definidas por la propiedad del capital, por la posesión de las máquinas trepidantes que inauguraron el capitalismo. La nueva élite es una élite intelectual, definida por la educación, por la capacidad cognitiva. Hace un tiempo, en la vieja economía, en una empresa como General Motors, los trabajadores de distinta habilidad y educación trabajaban palmo a palmo. Hoy en día, en la nueva economía, están cada vez más segregados. Los habilidosos trabajan en Microsoft o en Wall Street. El resto en Wal-Mart o McDonald’s.
Las campañas electorales sirven muchas veces para revelar las fracturas sociales más profundas de una sociedad. Barack Obama ha sido señalado repetidamente de elitista. Estas acusaciones nada tienen que ver con su fortuna. En un artículo reciente, publicado en el Philadelphia Inquirer, el columnista Chris Satullo sugiere que las acusaciones en contra de Obama buscan, en últimas, explotar el creciente resentimiento en contra de la nueva élite cognitiva. Los estadounidenses –escribe Satullo– resienten más fácilmente a alguien que parece más inteligente que ellos, que lo sabe y lo demuestra. La retórica anti-intelectual, un tema recurrente del populismo de derecha, tiene ahora más fuerza que nunca. Y podría definir las próximas elecciones.
Esta semana, John McCain acusó a Barack Obama de pertenecer al mundo ilusorio y arrogante de Paris Hilton. La respuesta de Hilton no se hizo esperar. En un video de dos minutos, que ya ha sido visto por millones de internautas, Hilton hace gala no de su juventud, no de su belleza, no de su fortuna, sino de su inteligencia. En un tono arrogante, de caricatura, Hilton se burla de McCain, exhibe sin tapujos su pertenencia a la nueva élite cognitiva. El video es una denuncia elocuente de la retórica anti-intelectual que viene promoviendo, con inocultable oportunismo, la campaña de McCain. Paris Hilton, quien lo creyera, capturó, en dos minutos, la esencia del discurso del candidato republicano.
Pero el discurso de McCain es eficaz. La nueva élite cognitiva no es una ficción. En los Estados Unidos, la meritocracia ha traído consigo una ampliación de las desigualdades y por lo tanto un creciente resentimiento (ver gráfica). En últimas, Obama puede perder las elecciones, a pesar del fracaso de Irak y del derrumbe de la economía, no tanto por pertenecer a una minoría racial (un tema del pasado) como por representar la nueva élite cognitiva (el gran tema del presente).