El fin de semana anterior, en un consejo comunal celebrado en Juan de Acosta, Atlántico, el Presidente Uribe conminó al Banco de la República a escuchar al pueblo colombiano: “uno no entiende –dijo– porqué…otras instituciones como el Banco de la República no oyen al pueblo colombiano…un Gobierno que permanentemente ha escuchado al pueblo, tiene derecho a pedir que todas las instituciones que conforman el Estado democrático…también escuchen al pueblo”. Durante la semana, en un debate parlamentario, el ministro de agricultura, Andrés Felipe Arias, reiteró la admonición presidencial: “uno tiene que escuchar a las colombianas y colombianos de carne y hueso”, dijo. “Las abstracciones hechas en Bogotá –advirtió– afectan duramente a la gente en las regiones”.
Como lo ha hecho desde el comienzo de su gobierno, el Presidente reiteró la contraposición, el contraste, insalvable en su opinión, entre las regiones y Bogotá, la práctica y la teoría, la realidad y la abstracción, los colombianos de carne y hueso y el resto (de silicio y alambre, tal vez), etc. Ya en el año 2003, en los días previos al referendo, el Presidente Uribe había planteado la misma tesis populista: “Mi experiencia –dijo entonces– es que los únicos gobiernos que medio sirven, son aquellos que viven en intenso contacto con el pueblo. Si los gobiernos se quedan entre cuatro oficinas, sin contacto con el pueblo,…se embelesan con sus cifras y desconocen la realidad popular”. Varios editorialistas han señalado las trampas retóricas de este tipo de discurso, la facilidad con la que algunos políticos invocan la voluntad popular con el fin de imponer la voluntad propia.
Yo no voy a volver sobre lo mismo. Ya casi todo se ha dicho al respecto. Quiero, mejor, llamar la atención sobre la realidad oculta del contacto con el pueblo. Detrás de las declaraciones del Presidente Uribe, yace un gran equívoco, un malentendido disfrazado de retórica populista, a saber: el contacto con el pueblo es una ilusión, una mentira conveniente. En los conversatorios regionales, en las asambleas de los gremios, en los consejos comunitarios, en las reuniones que ocupan buena parte de la agenda del Presidente y su gabinete, los intereses de la mayoría, del pueblo, podríamos decir, no están representados. El supuesto contacto con el pueblo es el contacto con los intereses particulares, con los grupos de presión, con quienes tienen mucho que ganar de políticas con beneficios concentrados y costos dispersos.