Esta semana, el diario El Tiempo publicó una columna de opinión escrita por el mismo ex ministro Londoño, quien, en un tono quejoso, exasperado, anunciaba el comienzo de una nueva guerra en contra de los cultivos de coca: “estamos en el fin del fin de nuestra muy antigua guerra y en el comienzo de otra nueva”. La culebra, sobra decirlo, sigue viva y coleando. La guerra que iba a terminar hace cinco años, comienza ahora nuevamente. Con el paso del tiempo, el optimismo del ministro se convirtió en la frustración del columnista.
La Oficina contra el Delito y la Droga de la Naciones Unidas reveló hace unos días un aumento en la extensión de los cultivos de coca. El área sembrada pasó de 80 mil hectáreas en el año 2006 a 100 mil en el año 2007. En la región Pacífica, el área cultivada creció 38%. En el Putumayo, 30%. El número de hogares involucrados en el cultivo de la coca pasó de 67 mil a 80 mil. “No hay ninguna disculpa valedera para semejante fracaso”, escribió Fernando Londoño en la columna citada. Pero las disculpas abundan. Lo que no hay ahora (y no había hace cinco años) es ninguna justificación valedera o racional para las opiniones postreras del ex ministro. Los arbustos de coca, invisibles hace un tiempo, no han desaparecido. Por el contrario, se han multiplicado. En diciembre de 2007 había 20 mil hectáreas de coca en el Putumayo, la mayor extensión observada desde que existen cifras comparables.
El área cultivada creció a pesar de los miles de erradicadores y de los millones del Plan Colombia. En 2007, el número de hectáreas fumigadas o erradicadas llegó a 220 mil, la cifra más alta de la historia. En la guerra contra la droga –un mundo bastante lento– hace falta correr todo el tiempo para permanecer en el mismo sitio. Los erradicadores, los soldados de a pie de esta guerra sin futuro, trabajan sin descanso. “Entre minas antipersonal –dice la página de internet de la Presidencia–, amenazas de la guerrilla, el rechazo de los campesinos cocaleros, la trocha, el barro y el riesgo de enfermedades transcurre el día a día de estos héroes anónimos”. Pero el heroísmo de los erradicadores no sólo es anónimo, sino también inútil, trágico en su misma irrelevancia.
En la entrevista citada, Fernando Londoño aduce que es necesario acabar con la coca para acabar con las Farc: “la causa de la existencia de estos grupos es el narcotráfico,… los sistemas de financiación a través de la coca y la heroína”. Esta opinión, considerada por mucho tiempo casi un axioma, hoy es simplemente una hipótesis errada, falseada por los hechos. Probablemente las Farc se acabarán pronto (o se convertirán en otra cosa), pero el fin de los cultivos parece todavía lejano, imposible. En el negocio de la droga, los protagonistas cambian, pero la producción permanece. Este es el verdadero axioma.