El economista venezolano Ricardo Hausmann ha dicho innumerables veces, demasiadas quizá, que la economía colombiana se quedó sin ideas después del advenimiento del café hace ya más de cien años. Hausmann argumenta que el desarrollo es, en esencia, un proceso de autodescubrimiento, una búsqueda incierta de nuevas ideas. Las economías exitosas necesitan, como los buenos artistas, encontrar no sólo una vocación, una personalidad que las defina, sino también reinventarse a sí mismas cada cierto tiempo.Después del café, la economía colombiana no parece haber sido capaz de encontrar una vocación transformadora. Las flores fueron un intento inacabado (ahora en crisis). Y la coca ha sido un autodescubrimiento tan exitoso como perjudicial.
Pero las cosas están cambiando. La economía colombiana está en medio de una transformación productiva sin antecedentes en varias décadas; está convirtiéndose lenta pero inexorablemente en una economía minera. Así lo muestran las cifras de inversión extranjera. Así lo sugieren los datos de las exportaciones. La minería podría ser el autodescubrimiento del siglo XXI, el reemplazo providencial del café, un producto que transformó no sólo la economía, sino también la sociedad colombiana en su conjunto. Inicialmente –dice Ricardo Hausmann– los países exportan lo que son pero con el paso del tiempo son lo que exportan.
El surgimiento de la minería, resultado, entre otras cosas, de los mayores precios de las materias primas (un fenómeno global) y del mejor clima de inversión (un fenómeno local), implica algunos riesgos conocidos. Por su misma naturaleza, la minería no multiplica las oportunidades, no genera –en el lenguaje de Albert Hisrchman– eslabonamientos espontáneos. La minería afecta primordialmente los ingresos fiscales. El café aumentó los ingresos de millones de familias. La minería aumentaría los ingresos del Gobierno central y de los gobiernos regionales. El café propició la aparición de sectores económicos orientados a satisfacer los nuevos apetitos de millones de productores y consumidores. La minería propiciaría, en el mejor de los casos, la aparición de sectores orientados a satisfacer las nuevas demandas del Estado enriquecido: piscinas con olas y velódromos sin ciclistas, por ejemplo.
El café no necesitó de buenas instituciones (las creó en muchos casos). La minería, por el contrario, requiere de un Estado que consiga gastar razonablemente los mayores ingresos fiscales. La minería no es una maldición. Pero los riesgos son inmensos. La minería podría propiciar la multiplicación de los buscadores de rentas, el aumento de las peores formas de clientelismo, etc. El problema no es sólo de las regiones. Mi impresión, no probada pero sustentada en muchos indicios, es que el nuevo gasto del Gobierno central es cada vez peor, cada vez más ineficiente. Así, los mayores recursos fiscales, el efecto obvio del surgimiento de la minería, no traerían necesariamente un mayor nivel de desarrollo.
La preponderancia de la minería también podría aumentar la inestabilidad política. No sólo porque el Estado se convierte en el factor determinante del desarrollo, sino también porque, en ausencia de mecanismos de ahorro, los gobiernos terminan siendo víctimas de su irresponsabilidad durante los tiempos de bonanza, transitorios por definición. Los malos tiempos son peores en las economías mineras. El café complicó el manejo de la economía pero nunca tumbó presidentes. La minería podría hacer lo uno y lo otro.
En suma, las oportunidades son muchas pero los riesgos son, creo yo, mayores. La minería podría, en últimas, propiciar la “casanarización” de Colombia.