En los pueblos casi nunca pasa nada. Ya ni la economía se mueve, como escribió Rudolf Hommes esta semana. De vez en cuando, un ataque guerrillero o una masacre paramilitar interrumpen el sosiego. Entonces, los habitantes de los grandes centros urbanos caemos en cuenta de la existencia de ese otro país, hecho de pequeños centros poblados y vastas zonas dispersas. La vida campesina parece moverse entre el marasmo y la tragedia. Entre el aburrimiento y el dolor. Pero, cada cierto tiempo, esta disyuntiva aterradora le da paso a la comedia. Y la realidad rural vuelve, entonces, a mostrarse esperanzadora.
Eso fue lo que ocurrió recientemente en el municipio de Machetá. Como lo registró el diario El Tiempo, hace aproximadamente un mes, la tranquilidad machetuna se vio interrumpida por un ataque peculiar, ya no violento sino libidinoso. El ataque no comenzó por la estación de Policía. Ni siquiera por el Banco Agrario. Sino por uno de los estancos del pueblo, adonde la terrorista sexual, una alias Lina, se dirigió a escoger sus víctimas. Comenzó primero con los jóvenes y después con los viejos (para qué correr riesgos). “Con todos era lo mismo y nos fuimos pa’l monte”, declaró una de las víctimas de la ocupación sexual, que duró dos días y dejó 20 víctimas, “la mayoría coteros y campesinos”.
Las autoridades se demoraron en reaccionar ante la virulencia (real y metafórica) del ataque. Aparentemente la terrorista fue capturada por la Fuerza Pública y dejada en libertad en las afueras del casco urbano. Mientras tanto, los afectados sufren un doble padecimiento: el temor por las secuelas biológicas y la vergüenza por la condena sociológica. La identificación de las víctimas no ha sido fácil. Incluso existen dudas sobre el número exacto de revolcados. Las autoridades de policía han distribuido una lista preliminar. Las autoridades médicas se han mostrado cautelosas, pero no descartan un brote infeccioso. A todas estas, se ha puesto en marcha un plan de contingencia para evitar futuros ataques: “Las autoridades ya iniciaron una campaña por si otra Lina aparece de nuevo”. Es mejor prevenir que curar, dirán los oficiales, pero me temo que no todos los coteros estarán de acuerdo.
Mientras tanto, se ha distribuido una descripción de la terrorista: aproximadamente 20 años de edad, de tez blanca, pelo teñido y mediana estatura. Las víctimas han sido obligadas a guardar castidad. Como siempre, las justas terminaron pagando por los pecadores pero, en este caso, la reputación del pueblo está en juego. Algunos habitantes han protestado, con razón, por el deterioro de la imagen de un pueblo cuyo gentilicio (machetunos) contiene unas obvias alusiones fálicas hasta ahora inadvertidas. Pero los machetunos, al menos, permanecieron fieles a su nombre.
Algunos de los foristas de El Tiempo se apresuraron a culpar al Gobierno por este nuevo atentado. Mencionaron el perverso aumento del gasto militar y de la corrupción pública. Pero yo, desde la distancia, veo las cosas de otra manera. No sé qué pensarán las excelsas viudas de Machetá o las recatadas esposas del pueblo o las castas novias de los coteros, pero, puesto a escoger, yo prefiero la insolencia de Lina a la brutalidad de Jojoy. Seguramente la seguridad democrática no estaba preparada para este tipo de embates. Pero protegerse contra los arrebatos de Lina, parece más sencillo que blindarse contra los cilindros de las Farc. Y, además, las pruebas de VIH de las víctimas arrojaron un resultado concluyente: falsos positivos.