Quisiera comenzar esta columna con un símil en varias partes. Pensemos primero en aquellos vapores antiguos que, por nostalgia o desconfianza, unían al nuevo truco de la máquina, el viejo truco de los mástiles y las velas. Y pensemos que el vapor en cuestión avanza raudo empujado por un viento inconspicuo pero certero. En tales circunstancias, el capitán del navío comienza (previsiblemente) a ser víctima de una ilusión. A confundir el poder del motor con el favor del viento. O la estructura con la coyuntura. Sólo cuando los vientos cambien, el capitán podrá darse cuenta del tamaño de su ilusión. O de la capacidad del motor. Mientras tanto, cabe preguntarse: ¿en qué anda la tripulación? Algo similar parece estar ocurriendo en las economías latinoamericanas. Los buenos vientos soplan desde afuera. El ciclo se torna favorable hasta confundirse con la tendencia. Y los gobernantes se ilusionan con la aparente reciedumbre de los motores del crecimiento. A todas estas, cabe la misma pregunta retórica: ¿en qué andan los gobiernos latinoamericanos? ¿Cómo están llenando el vacío de alternativas que dejó el desencanto reformista? ¿Existen políticas comunes? ¿O énfasis parecidos? En suma, ¿puede hablarse del surgimiento de un nuevo modelo latinoamericano en estos tiempos cómodos del crecimiento automático?Quizá sea muy pronto para hablar de un nuevo modelo. Pero no lo es tanto para señalar algunos elementos comunes. El primer elemento es el surgimiento del Estado asistencialista. Los programas “Bolsa familia” en Brasil, “Trabajar” en Argentina, “Oportunidades” en México, “Familias en Acción” en Colombia e incluso las llamadas misiones en Venezuela hacen parte del mismo modelo asistencialista que se ha venido consolidando en toda la región. Paradójicamente, la expansión del Estado asistencialista se construyó sobre una serie de programas de choque, concebidos inicialmente como respuestas transitorias a los padecimientos sociales de las últimas crisis. Pero con la llegada de los tiempos cómodos, lo transitorio se volvió permanente y se expandió rápidamente. Así, el asistencialismo se ha convertido en una forma de vida para mucha gente. Y en un instrumento de poder para muchos gobernantes.Junto con el asistencialismo, el otro elemento común del nuevo modelo latinoamericano parece ser el autoritarismo democrático. O en términos menos drásticos, el menoscabo parcial de la división de poderes. Chávez gobierna sin controles efectivos, Kirchner legisla por decreto, Lula utiliza abiertamente su partido para comprar el Congreso, Uribe cambia la Constitución para su propio beneficio, Evo arremete contra las normas de la Asamblea Legislativa, etc. Podría incluso hablarse de un nuevo populismo, en el cual el autoritarismo facilita el asistencialismo, y el asistencialismo justifica el autoritarismo. En el nuevo modelo, los políticos acumulan más poder y el pueblo recibe, como contraprestación, una mayor tajada del presupuesto.Pero, ¿qué pasará cuando cambien los vientos? Seguramente el Estado asistencialista se mostrará insostenible y el autoritarismo democrático, inconveniente. Así, este nuevo modelo vendrá a sumarse al ya largo inventario de intentos fallidos. Entonces, lamentaremos no habernos ocupado del motor. Pues, para volver sobre el símil inicial, muchas economías latinoamericanas siguen siendo simples veleros dependientes: no potentes vapores autónomos como siguen pensando los envalentonados capitanes.