Mauricio Pombo escribió esta semana, en su columna del diario El Tiempo, un comentario sobre la sicología de los participantes en los foros virtuales de la prensa colombiana. Pombo sugiere que la posibilidad del insulto anónimo revela una faceta perversa del corazón humano. Los argumentadores anónimos, dice, no exponen razones. Simplemente insultan. Vociferan bajo su máscara electrónica con la seguridad de que serán oídos pero no identificados. No sorprende, entonces, que los foros virtuales se hayan convertido en un mundo hobbesiano, en una tierra de nadie, donde el insulto se multiplica ante la certidumbre de la impunidad. Pero los foros virtuales, además de mostrar la sicología perversa del agresor anónimo, revelan una creciente polarización ideológica. De un lado, la izquierda iracunda compone nuevos insultos con viejas teorías. Del otro, la derecha rabiosa responde con la beligerancia propia de quien confunde el contradictor con el enemigo. Para el observador desprevenido, este intercambio exaltado tiene algo de grotesco. De espectáculo risible. Pero, en ocasiones, la vulgaridad acumulada sugiere un trasfondo más siniestro: el odio acumulado durante décadas de asesinatos y siglos de injusticias.Los foros virtuales son un caso paradigmático de lo que Jamie Whyte llama “refutación por asociación”. Si alguien manifiesta su apoyo al Gobierno, se le tacha inmediatamente de paramilitar. Si alguien expresa su desacuerdo con la Administración, se le califica instantáneamente de guerrillero. Y de la asociación se pasa a la identificación: cada parte asume el papel que le propone la contraparte. Así se genera un círculo vicioso, una espiral de violencia verbal. No sólo los insultos generan más insultos, sino que cada forista exagera su posición para hacerla coincidir con la caricatura propuesta desde el otro lado de la frontera ideológica.Los foristas habituales son personas que pasaron por la universidad, que tuvieron más oportunidades que el promedio de los colombianos. Pero sus características socioeconómicas son menos conspicuas que sus posturas ideológicas. Probablemente los foristas derivan la ideología de la introspección. Su experiencia ha creado su conciencia, como decía Marx. Muchos se sienten excluidos, víctimas de la inmovilidad social, condenados por la concentración de las oportunidades o la falta de conexiones. Otros se saben víctimas de una sociedad que permitió, por mucho tiempo, que la política se confundiera con la violencia y que los asesinos pudieran esgrimir como defensa la justicia social.Para muchos editorialistas, los foristas son las barras bravas de la política colombiana: una comunidad de vándalos que se reúne diariamente a ondear sus banderas y a gritar sus arengas. Pero, en mi opinión, el asunto tiene tanto de sicología, como de sociología. Detrás de la exuberancia verbal, de los insultos que van y vienen, es fácil intuir una suerte de catarsis colectiva. Un grito de protesta en contra de la violencia guerrillera, de la brutalidad paramilitar, de la corrupción estatal, de la exigua movilidad social y de la concentración de las oportunidades alrededor de dos o tres centros urbanos.En suma, los foristas nos recuerdan, diariamente, cuán lejos estamos de un consenso construido alrededor de la defensa de la vida, del crecimiento económico y de la disminución de la pobreza. Tristemente sin consenso continuarán los problemas y los insultos. O los insultos y los problemas. Es la misma vaina.
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