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26 julio, 2006

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Uribenomics II

Van algunas de mis reacciones a los comentarios:

Empiezo con Luis Ernesto. No comparto su tesis radical según la cual se debe abolir la economía positiva y se debe asumir, en su lugar, una visión extrema de lo que supuestamente prescribe la Constitución. Si los subsidios permanentes son contraproducentes, no creo que sea violatorio de la Constitución abogar por su desmonte. Creo que este fundamentalismo constitucional es impracticable. Tienen visos casi delirantes: sólo falta sacar el botafumerio y arrodillarse ante la Constitución. Claro que hay que respetar las Constitución. Pero lo que hace Luis Ernesto es otra cosa: se inventa un Dios único y verdadero y se convierte en su incondicional misionero.


Sobre el impuesto de renta a las empresas, la cuestión es más compleja. Se trata de buscar un equilibrio entre las necesidades del fisco y los incentivos económicos. Jaime parece creer que bastaría con gravar a las personas: que todo el mundo pague, poquito o mucho según las capacidades de cada quién. Pero en una sociedad desigual, es muy ineficiente salir tras “los poquitos” de los pobres. Y en una economía informal, es muy costoso controlar la evasión y la elusión. Toca, entonces, gravar a las empresas, teniendo en cuenta las restricciones externas: que eran unas en una economía cerrada y son otras en una economía abierta. El problema es que la política del Gobierno no trata de encontrar el justo medio, sino de desvirtuarlo con favores y esguinces. Como el Presidente no tiene modelo (es un coleccionista de anécdotas), la política económica se ha convertido rápidamente en un compendio de excepciones.

Sobre la sopa de letras que menciona zangano, vale la penar traer a colación una columna que escribí hace un tiempo sobre el incidente de marras. “Todo comenzó con una historia difundida por un canal regional de televisión y publicada por el principal diario del país. La historia relataba las angustias de una madre bogotana obligada a servirle a su prole una ración de papel periódico humedecido en agua de panela con el fin de calmar el hambre–o al menos de aliviar sus síntomas. Después de la noticia vinieron los editoriales indignados, las opiniones alarmadas y las caricaturas perversas. Y más tarde vino la revelación de escándalo: las versiones contradictorias, las mentiras disimuladas y la caminata infructuosa del alcalde en busca de lo que los gringos llaman una photo opportunity. Al fin de cuentas, todo resultó un invento de un periodista sin tema. Un conjunto de mentiras en papel que no alimenta a nadie, ni literal ni metafóricamente”.

Sobre la discusión de Jaime y el usuario anónimo, cabría decir lo siguiente. Ambos creen que el Estado está capturado por buscadores de renta (apreciación que comparto). Jaime considera que los principales rentistas son docentes universitarios y burócratas estatales, mientras anónimo cree son empresarios infiltrados. Yo creo que hay algo de las dos cosas. Pero mucho más de la segunda que de la primera. La sola deducción del 30% (mencionada en el debate) costó un billón de pesos en 2005. Un valor superior al que transfiere el Gobierno Central a todas las universidades pública. Por tal razón, son tan irritantes los esguinces tributarios, porque exacerban un orden injusto.

Sobre los subsidios a los pobres, todos estamos más o menos de acuerdo: nada resuelven pero aseguran la viabilidad política del Uribenomics.