Más aún, las maneras de la campaña siguen de cerca el estilo de gobierno. Pareciera como si las únicas formas posibles de interacción fuesen verticales. El profesor y los alumnos. El predicador y los fieles. El general y los soldados. El director y los dirigidos. Quienes se atreven a disentir, deben necesariamente mirar hacia arriba. El disenso horizontal está descartado por principio. Los debates, por ejemplo, se despachan sin reparar en las consecuencias adversas: si no se debaten horizontalmente, las malas ideas no sólo sobreviven. Prevalecen. La discusión jerarquizada, sobra decirlo, raras veces corrige el exabrupto.
Así, no debería sorprender, dada la ausencia de disenso horizontal, la abundancia de malas ideas llevadas a la práctica. Podríamos comenzar con la fusión de los ministerios, una mala idea sin debate que resultó un desastre sin atenuantes. Tanto así, que ya nadie discute la inconveniencia de las fusiones: sólo queda por definir cuál de las tres fue más desastrosa. Podríamos mencionar también el referendo, una mala idea hecha de malas ideas que nunca se discutieron debidamente: casi un caso paradigmático del esperpento que se engendra cuando la confrontación se reemplaza por la obediencia. Y así podría continuar la lista de malas ideas que nunca pasaron por el filtro necesario del debate atento y receptivo: el programa Familias Guardabosques, la exención tributaria a la reinversión de utilidades, la iniciativa Agro Ingreso Seguro, y hasta el mismo Plan Patriota, cuyo resultado más evidente parece ser un brote de leishmaniasis.
El desprecio por el debate y la confrontación horizontal sugiere el reemplazo de una ética basada en la reciprocidad por otra distinta basada en la jerarquía. Estanislao Zuleta las llamaba la ética griega y la ética cristiana. La ética griega “la podríamos representar espacialmente como horizontal, entre iguales, mientras que la ética cristiana tiende a ser más bien al contrario, vertical: la compasión (de arriba a abajo), la caridad (de arriba a abajo), la obediencia, la sumisión, la paciencia”. En últimas, el presidente Uribe parece preferir el púlpito a la mesa de debate. Él arriba y los otros abajo. Él dicta y los otros copian.
Quizá la negativa del Presidente a asistir a los debates haya sido un mero cálculo estratégico. O un capricho de ocasión. O una vanidad pasajera. Pero me temo que la misma sea un síntoma de una enfermedad mayor: la reticencia a aceptar el diálogo entre iguales (la ética horizontal). O dicho de otra forma, la tendencia a evitar la deliberación y el cuestionamiento. No de otra manera podría explicarse la proliferación de malas ideas en un Gobierno cuya diligencia sólo es comparable con su improvisación.
En últimas, sólo cabe esperar que la campaña no haya sido un anticipo ominoso de un segundo período repleto de muchas malas ideas que se ejecutan antes de debatirse.