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29 abril, 2008

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Colombia: ¿una sociedad dañada?

Editorial Norma tuvo la generosidad de publicar una compilación de mis columnas y ensayos. Muchos de los textos publicados han sido discutidos intensamente en este blog . Algunos fueron retocados como fruto de las discusiones. Otros ampliados sustancialmente. Otros más simplemente transcritos. Espero que los textos reunidos, a pesar de haber sido escrito para el consumo inmediato (las columnas son, por definición, un género efímero) tenga todavía alguna relevancia, que despierten todavía algún interés.

Como una muestra de la vigencia de algunos de los textos incluidos en la compilación, copio una columna escrita hace tres años que vuelve a tener relevancia como resultado de las declaraciones, reseñadas hoy por la prensa colombiana, de un secretario de Estado británico sobre la naturaleza violenta de los colombianos.

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La literatura nacional tuvo durante los años noventa una fijación con los jóvenes asesinos: los que no nacieron para semilla y adoraban a su propia virgen; los dispuestos a cambiar muchos años de futuro ruinoso por unos cuantos meses de presente feliz; los atrapados en una telaraña sociológica hecha de falta de oportunidades, ausencia de adultos ejemplares y menguadas expectativas.

Aunque los autores nacionales han perdido interés en el género de la “sicaresca”, varios autores (y comentaristas) internacionales han llegado para llenar el vacío dejado por la indiferencia criolla. En su edición de marzo de 2005, la revista National Geographic publicó una crónica ligera sobre la ciudad de Medellín, contada desde la perspectiva de cinco personajes. Uno de ellos es la reencarnación del más trillado de los héroes de la “sicaresca”: el asesino edípico que mata para comprarle una casa a su madre. Nacido en Medellín, abandonado por su padre, con tan sólo tres años de educación y sin frenos de conciencia, Carlos R., de 20 años, parece condenado a ser un asesino de por vida. Esto es, por algunos cuantos meses más.

En febrero del mismo año, The Sunday Times Magazine publicó su propia versión de la “sicaresca”, escrita por el prestigioso novelista británico Martin Amis. Amis no visitó las pendientes de Medellín sino los pantanales de Aguablanca pero su descripción de los sicarios es también una crónica de la desesperanza. Para Amis, un sicario sólo tiene dos destinos posibles: el ataúd o la silla de ruedas. La posibilidad de un cambio de vida está descartada de antemano, pues nadie aspira a la redención y las heridas de la violencia no sanan nunca. “A la entrada de Aguablanca, el olor del canal mohoso, con sus flancos repletos de basura, lo agarra a uno por la nariz. Ése es el olor del futuro”.
Si la obsesión nacional con los sicarios dejó varios personajes memorables, la extranjera terminará por legarnos la idea del asesino irredimible. En opinión de Amis, por ejemplo, el determinismo sociológico es absoluto. Puede escribirse en un sola ecuación: la falta de trabajo más la ubicuidad de las armas de fuego más la corrosión de la moral arrojan como resultado miles de asesinos imberbes que matan hasta morir.

Ante tanto pesimismo, cabe preguntarse qué piensa Amis (y qué piensan los demás) de lo que ha ocurrido en Medellín, donde los homicidios pasaron de contarse en miles a contarse en centenas. Este hecho no sólo contradice el determinismo sociológico, sino que da al traste con el modelo del asesino irredento. Para sorpresa de todos, los que no habían nacido para semilla, ni tenían futuro, ni iban a durar nada, se convirtieron de un momento a otro en muchachos domésticos, ocupados ya no en matar mientras los matan, sino en sacarles provecho a sus exiguas oportunidades.

Pues lo que Amis (el sociólogo) no entiende es lo que Amis (el escritor) debería entender: que las trampas sociológicas no son permanentes y que el espíritu humano consigue muchas veces superar el determinismo de las sociedades dañadas.