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La mala suerte de los sin tocayo

Los nombres propios siempre han suscitado curiosidad y debate. Muchas conversaciones informales contienen alusiones a la extrañeza de éste o aquel nombre. O derivan en opiniones sobre las inclemencias de la vida de los sin tocayo. Hasta hace algún tiempo, sin embargo, este tema no parecía llamar la atención de los académicos o de los medios de comunicación. Pero esta situación está cambiando. Hace unos meses el diario El Tiempo publicó un editorial que planteaba una pregunta peculiar: “¿Tienen derecho los padres a adjudicar al hijo el nombre que se les ocurra?”. El mismo editorial insinuaba una respuesta: “Nuestra Constitución defiende el libre desarrollo de la personalidad, pero siempre y cuando lo ejerza el sujeto titular del derecho. Una cosa es que un adulto resuelva llamarse Deportivo Independiente Medellín (lo que ya es bastante esperpéntico) y otra muy distinta, que los progenitores condenen a una criatura indefensa a sobrellevar la gracia de Cabalgatadeportiva”.

Los nombres propios son usualmente usados por los empleadores para discriminar en contra de los aspirantes a un empleo, bien sea porque los primeros tienen preferencias de raza o de clase y asocian algunos nombres atípicos con afiliaciones raciales o socioeconómicas. O alternativamente, porque los empleadores tienen información imperfecta sobre los aspirantes y utilizan sus nombres como una forma sencilla para inferir las calificaciones y los atributos relevantes. Este comportamiento ha sido confirmado por varios estudios basados en experimentos ficticios con hojas de vida, realizados en los Estados Unidos. Los estudios mencionados comienzan por asignar aleatoriamente a las hojas de vida nombres típicamente negros (Lakisha o Jamal) o nombres tradicionalmente blancos (Emily o Greg). Una vez asignados los nombres, las hojas de vida se envían por correo a miles de potenciales empleadores tomados de los avisos clasificados de los periódicos. Los estudios muestran que los candidatos con nombres “blancos” deben enviar, en promedio, diez hojas de vida para recibir una llamada a entrevista, mientras que los candidatos con nombres “negros” deben enviar 15 en promedio. Seguramente lo mismo ocurre en Colombia. Algunos jefes de personal dicen abiertamente que discriminan según nombres o vecindarios. Otros manifiestan que descartan las hojas de vida que usan formas estandarizadas.
En últimas, este comportamiento se refleja en los salarios. Un estudio reciente realizado en la Universidad de los Andes (por Alejandro Gaviria, Carlos Medina y María del Mar Palau), muestra que un nombre atípico puede reducir el salario hasta en un 15%. El estudio compara parejas de individuos con los mismos atributos: la misma educación, la misma experiencia laboral, el mismo lugar de residencia, la misma afiliación racial y la misma educación de los padres. Simplemente uno de ellos tiene un nombre atípico y el otro un nombre común. Para los individuos con más de cinco años de educación, los “agraciados” con un nombre atípico ganan 15% menos. Para los individuos con más de once, 16% menos. Y para las mujeres con más de cinco años de educación, 17% menos.
Pero así y todo, los nombres raros son (paradójicamente) cada vez más populares. En la Costa Atlántica, el 12% de los jefes de hogar no tienen un tocayo entre los 20.000 informantes de la Encuesta de Calidad de Vida del Dane. En la Costa Pacífica, el 11% sufre del mismo exceso de originalidad. En Bogotá y en Antioquia, los porcentajes están cercanos al 5%. Y la tendencia, de nuevo, es creciente.
Muchos padres ignoran los efectos adversos de un nombre raro. O no son plenamente conscientes de los mismos. Otros sí son conscientes de los costos pero deciden ignorarlos. Muchas veces los padres escogen los nombres de sus hijos con el fin de afianzar sus identidades ideológicas o raciales. Otras veces simplemente desean expresar sus expectativas o aspiraciones con respecto a sus hijos (Yesaidú por “Yes, I Do” y Juan Jondre, por “One Hundred” son ejemplos extremos mencionados). Otras más, las escogencias son caprichosas. Los nombres mezclados o invertidos son comunes. Lo mismo que las elaboraciones sobre los nombres de personajes famosos o sobre temas recurrentes de la cultura popular. Recientemente, The New York Times reseñó el caso de Gilberto Vargas, un vendedor ambulante venezolano, quien les dio a sus cuatro hijas los nombres de Yusmary, Yusmery, Yusneidi y Yureimi, y a sus dos hijos los nombres de Kleiderman y Kleiderson. Los nombres de los niños fueron tomados del pianista francés Richard Clayderman (originalmente Phillip Pages), y los de las niñas, según el testimonio del mismo padre, fueron completamente caprichosos: ocurrencias de ocasión que, seguramente, resultarán, bastante costosas.
En suma, los nombres atípicos no sólo señalan una pertenencia social específica, sino que pueden también contribuir a deprimir las oportunidades laborales y por ende a afianzar las brechas sociales. Aparentemente los nombres se han convertido en un factor más de exclusión y discriminación. Pero más allá de las especulaciones sociológicas, 15% parece un costo muy grande para un capricho o un exceso de originalidad.

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  • Jaime Ruiz
    8 abril, 2007 at 1:05 am

    Lo primero que inquieta es la noción de «nombre». ¿Qué es un nombre? Epaminondas es un nombre raro, pero ¿realmente es un «nombre» una «palabra» que uno se inventa? Preimy, Keify… Lo otro es esa negativa a imitar a las clases más poderosas. Como una rebelión social silenciosa, al hijo se lo «emigra» a un mundo que se sospecha más próspero y amable (casi todos los «nombres» inventados pretenden parecerse al inglés). En cualquier caso, la originalidad nominalizadora tiene relación con la exclusión social, aunque mucho me temo que es su resultado más que su causa. Se me ocurre que a quienes asignan esos nombres a sus hijos los nombres más tradicionales les evocan la miseria del pasado mientras que los que tienen leves connotaciones «gomelas» sólo harían resaltar la diferencia de sus hijos (por ejemplo por complejos racistas), como si buscando nombres raros rehuyeran la acusación de estarse «igualando» a los de arriba.

    (Me perdonarán pero ese estudio me despierta una sospecha: parece como si el nombre viniera a ser como un lunar en el hombro. Dicen «individuos con los mismos atributos: la misma educación, la misma experiencia laboral, el mismo lugar de residencia, la misma afiliación racial y la misma educación de los padres». Lo que pasa es que ¿cuánto cuenta la educación o la pertenencia étnica de los padres al lado de las inclinaciones que se manifiestan al poner al hijo un nombre inventado? ¿Quién evalúa realmente el rendimiento de esas personas, rendimiento que no creo que se demuestre con el nivel de educación? Yo creo que las condiciones que hacen que uno tenga cierto nombre determinan cierta situación laboral, y me da la impresión de que en el artículo todo se queda en el nombre. Como si se los investigadores le atribuyeran las virtudes mágicas que buscan los padres, pero al revés. ¿Qué pasa si el padre (emigrante, militar, pescador, preso…) no puede influir en el nombre de su hijo, al que habría querido dar un nombre tradicional? ¿Sería la vida del muchacho la misma, como si crecer al lado de esa imagen paterna contara menos que ese capricho de la madre? Me resulta muy difícil imaginarme que uno no lleva un nombre de ésos como un karma y que eso no va a afectar sus condiciones morales y psíquicas. Bueno, uno se pone en el lugar del empleador. Da la impresión de que Alejandro quisiera decir: «los padres cometieron la imprudencia de llamar al niño Tréisicol y por esa causa el empleador lo discriminó injustamente». ¿No sería lícito pensar que en esa nominación se manifiestan rasgos culturales que pueden resultar indeseables para el empleador? Esos caprichos suelen tener motivos más profundos de lo que parece, como cuando se escoge pareja y hasta profesión. Sería muy interesante un estudio concienzudo sobre lo que lleva a los padres a usar esos nombres.)

  • Luis Felipe Jaramillo
    8 abril, 2007 at 4:22 am

    Tal como decía en Dinero.
    Esto puede ser una muestra más de que esta no es una sociedad plenamente equitativa en el trato y la aceptación de la diversidad cultural(Ni siquiera en los EEUU, donde sus canciones de auto-admiración proclaman la igualdad y la libertad desde Newark hasta LA…).

    Los padres deberían pensar más en el futuro de sus hijos cuando tomen alguna decisión de esta índole, sobre todo cuando tenemos esta prueba en mano.
    Un capricho simple puede determinar la calidad de vida de un individuo.
    Ser la diferencia entre medio y pobre.

  • Carlos
    8 abril, 2007 at 4:37 am

    Interesante el estudio. Muy al estilo de freakonomis. Pero bueno, las personas tienen finalmente la opción de cambiarse el nombre.

    Las personas asocia su nombre con su individualidad. Los padres buscan nombres unicos en un afan de diferenciación («que mamera que sea otro carlos,pedro,juan,daniel,etc).

    Historicamente, el reconocimiento legal de los nombres al parecer esta ligado al desarrollo de la idea de individuo y al mismo capitalismo. El historiador Paul Johnson lo explica así:

    «Fue con el ascenso del capitalismo que la gente común ganó nombres. Por supuesto, no los nombres que recibieron al nacer y por los cuales eran conocidos en el estrecho círculo de su familia y amistades, sino que nombres familiares hereditarios que, junto con sus nombres recibidos, les dieron identidades específicas. Originalmente los nombres familiares eran dinásticos, reservados para los reyes. Sólo muy lentamente ellos se escurrieron hasta la aristocracia y luego hasta el pueblo. La mayoría de aquellos campesinos que votaron con sus pies por el capitalismo, adquirieron nombres durante el proceso, junto con sus papeles de inmigración y residencia. En una época tan reciente como la Primera Guerra Mundial, los soldados del ejército ruso por bajo el rango de oficiales de primer grado no tenían nombres, sino sólo un número en las planillas oficiales. Sólo en el siglo diecinueve, la mayoría de los gobiernos aprobaron leyes que estimulaban u obligaban la adopción de nombres familiares. Dinamarca no lo hizo hasta 1904; los turcos, hasta 1935.»

    Saludos,
    Carlos

  • nicolás
    8 abril, 2007 at 3:45 pm

    A pesar de ser sumamente interesantes las discusiones acerca de que significa y cuando se crearon los nombres me parece estas desvian la atención.
    Y es que una lectura del mencionado estudio, que me parece más incisiva (como lo dice nuestro primer comentarista jaime ruiz), es que los nombres por si mismos no son la fuente de la discriminación o exclusión de clase sino su manifestación.
    Así pues ¿nos debemos proeocupar por las formas que toma un fenómeno (la discriminación) o por su misma existencia?
    A mis ojos el impedir los nomres extravagantes no erradicaria la segregación sino que implicaría un cambio de medios por los cuales esta se manifiesta.
    Un saludo a todos,

  • Juan Francisco
    8 abril, 2007 at 5:36 pm

    Excelente. Me encantó esta investigación. Creo que de eso trata la ciencia social. De hacer relevante y visible aquello que inadvertidamente pasamos por alto.
    Me quedan dos inquietudes:
    Primero, creo que no solo podemos hablar de una nueva tendencia hacia los «extraños» nombres. Los nombres de los abuelos de los niños que han sido llamados de forma poco usual, también son «extravagantes» hoy en día. En el caso de una familia que llegó del campo hace 10 años, tal vez desplazada por la violencia o por la pobreza, el abuelo puede llamarse Diternorbeid, la abuela Remedios de la Santa Redención, el padre Pascual, y el hijo, Jhon Steven (notese el error de la H antes de la O en el nombre John). Curiosamente, he encontrado que varios jóvenes con estos nombres extrangeros, porque ni idea de inglés tienen, y mucho menos familiares en EU o Europa, están tendiendo a escribir sus nombres como suenan. Ahora los Jhon Steven de antes escriben su nombre Yon Estiven, o las muhachas llamadas Lady, ahora escriben su nombre como Leidi.
    Segundo. Es un tanto triste ver cómo los nombres pueden convertirse en una trágica ironía. Quienes quieren escalar socialmente, ya desde un comienzo tropiezan, y todo porque no conocen estos «valiosos» prejuicios sociales que para otros son tan fáciles de entender, casi intuitivos. Creo que esto sucede por lo lejano que resultan para las personas excluidas estos «lugares comunes de prejuicios sociales». El territorio de la movilidad social está jerarquizado de una manera improvisada, y por esto, tiende hacia lo ridículo y lo frívolo en muchas ocasiones. Lo contradictorio de todo esto es si les damos el mapa más conveniente que les permita tener previstas estas frivolidades, o mas vale nos cuestionamos estos estándares sociales. Sin embargo, los seres humanos siempre tendemos hacia el prejuicio. Es una forma eficiente de simplificar una gran cantidad de información social con alto valor afectivo y emocional.
    Lamento confesarlo, pero a mí me cuesta fijarme en una pelada que se llame Lady Yissel, que escuche el charrito negro y que no tenga ni idea de los simpson. Me atrevería a afirmar que en muchas ocasiones, los consensos entre matrimonios estables (no necesariamente felices) se deben a que comparten úna mayor cantidad de prejuicios que de sueños, hobbies o intereses. Y creo que quienes somos más prejuicisos somos quienes pertenecemos a familias que «tienen mucho que perder». A aquellas que se debaten entre el estrato 6 y el 4. Todo esto lo confiezo con un poco de verguenza, pero es bastante ilustrativo, creo yo.

  • Jaime Ruiz
    8 abril, 2007 at 5:46 pm

    Nicolás:

    A mis ojos el impedir los nombres extravagantes no erradicaria la segregación sino que implicaría un cambio de medios por los cuales esta se manifiesta.

    Me bastó leer esa frase para obtener en segundos la certeza de que apoyaría una ley que forzara a poner nombres que se hubieran usado en 1900. La exclusión seguiría de muchas maneras, pero ¡qué suave sería la vida sin tener que compadecer a alguien por el disparate de rótulo que le pusieron!

    (Otra cosa curiosa de ese estudio es la incidencia en la afinidad de los nombres. Va a resultar que llamarse Ludovico, Mercurial o Eudora lo incluye a uno entre los raros mientras que Duberney, Sulady o Miss Carolina son nombres frecuentísimos, que no caben en el estudio).

    Claro, la libertad individual es sagrada, los mayores de edad que no quieran tener un nombre que les suena a antiguo van al registro y se ponen Firestone, Onedollar o Usnavy. Es su problema, no el atropello que cometieron con ellos los padres.

  • j.
    8 abril, 2007 at 9:57 pm

    Me recordó este estudio.

    ¿Qué tipo de familias ponen esos nombres sin tocayo en Colombia? ¿Es más frecuente entre familias de bajos recursos?

  • Anónimo
    8 abril, 2007 at 10:22 pm

    por qué repretir un análisis de freakonomics?

  • Anónimo
    9 abril, 2007 at 1:36 am

    Habría que preguntarles a Hitler Rousseau Chaverra Cotes, hasta hace poco director del programa presidencial Colombia Joven, en la Casa de Nariño, o la la psicóloga y autora Chiquinquirá Blandón, de la Clínica del Amor en Medellín. Si Hitler Rousseau, con semejante nombre, consiguió tan elevada posición en la administración Uribe, yo dudo seriamente de la solidez del estudio. Claro que el hombre es de Valledupar, y a lo mejor éso lo salvó.

  • Anónimo
    9 abril, 2007 at 5:23 am

    Primero, ojalá fuéramos más originales y no nos quedáramos en el típico: «The XXX of XXX: The Colombian Case.» Segundo, en el paper de Bertrand & Mullainathan es claro que la variable omitida es discriminación racial. Este es un resultado interesante. En el de Uds. el resultado es que llamarse distinto importa «porque sí». Dudo de la veracidad de este resultado. Ahí tiene que haber alguna variable omitida o problemas en el grupo de control. Tercero, odio Freakonomics. 🙂

  • Daniel Vaughan
    9 abril, 2007 at 5:42 am

    Anónimo,

    Ya se leyó el review que hizo Rubinstein de Freakonomics? Se lo recomiendo. Empieza bueno, aunque después se nota la prepotencia tradicional de Rubinstein y ya se pone ladrilludo.

    Saludos,
    DV

    PD. Lo puede bajar de la página de él. Ariel Rubinstein, el que hace teoría de juegos.

  • Alejandro Gaviria
    9 abril, 2007 at 12:26 pm

    1. Estoy de acuerdo con las opiniones de Jaime y Nicolás: los nombres son más una causa que una consecuencia de la exclusión social. Pero este es un hecho conocido. Lo que trata de mostrar la investigación es que los nombres pueden también contribuir a la excusión. Que son causa y efecto. Un hecho menos conocido.
    2. El reto no es fácil por las razones señaladas, entre otros, por Jaime: existen muchos atributos (no observados por los investigadores) pero relacionados con el nombre mismo que pueden afectar adversamente los salarios. Esto es, el nombre, más que una enfermedad, es un síntoma. Un lunar que indica un problema cultural más de fondo. Mi opinión es que el efecto medido refleja tanto los mecanismos directos como los indirectos. Síntoma y enfermedad.
    3. ¿Por qué repetir el análisis de Freaknomics? Por dos razones, la primera porque los nombres permiten entender (o, al menos, discutir) ciertos mecanismos sociológicos de exclusión. La segunda porque, a diferencia de Levitt y Fryer, los autores del artículo original resumido en Freaknomics, para el caso colombiano se cuenta con una base de datos que conecta directamente las características socioeconómicas de las personas con sus nombres propios. Los resultados son también diferentes a los de Levitt y Fryer: estos autores no encontraron ninguno efecto.
    4. La variable de pertenencia étnica o racial está incluida en el análisis. Lo que implica, entre otras cosas, que la discriminación racial no puede explicar el efecto encontrado.
    5. Sobre el odio a Freaknomics, dicho así, con esa insistencia, me parece algo risible. Una pose de un estudiante graduado que quiere dárselas de muy serio y hacer explícito su compromiso “estructuralista”. Eso de demandar originalidad y (al mismo tiempo) repetir ese lugar común, ese grito de batalla, ese lamento de economistas escrupulosos, “odio a Freaknomics”, me parece irónico, por decir lo menos.

  • Juan Francisco
    9 abril, 2007 at 6:39 pm

    Alejandro:
    creo que en el primer punto de su comentario tal vez hay una confusión. O tal vez no entiendo. pero entiendo que usted afirma que lo más común es considerar que el tener estos nombres es más consecuencia que causa de la exclusión. Sin embargo,como usted afirma, la investigación demuestra que también puede ser causa. Interesante pensar en este contexto, donde parecen no ingfluir directamente otros prejuicios como los de raza y estrato social de una forma directa, aunque indudablemente están presentes de forma indirecta, precisamente porque son atribuidos a los nombres como tales, independientes de la persona. Creo que la explicación a esto puede limitarse a los contextos específicos de selección de personal. Creo además que aparte de este fenómeno hay otros que son también interesantes, como los debidos a creencias machistas y la tendencia de quienes contratan a buscar a pesonas que ellos creen se parecen a ellos mismos, para bien o para mal, correcta o equivocadamente.

  • Alejandro Gaviria
    9 abril, 2007 at 8:00 pm

    Juan Francisco:

    Muchas gracias por señalar el error. En el primer comentario dice: «los nombres son más una causa que una consecuencia de la exclusión social. Pero debe decir: «los nombres son más una consecuencia que una causa de la exclusión social». En el artículo, citamos evidencia psicológica que puede ayudar a explicar el hallazgo. Yo sé muy poco de psicología pero me gusta mucho Judith Harris.

  • Anónimo
    9 abril, 2007 at 8:45 pm

    Anécdota.

    Yo tengo un amigo que tenía un nombre muy raro. De hecho, era tan raro que sólo habia encontrado un tocayo en un pueblito en Francia, la única diferencia es que el nombre del francés tenía una de esas tíldes que parecen el techo de una casa.

    Desde que lo conocí, hace ya varios años, mis amigos de la universidad y yo le intentamos enseñar las más variadas técnicas para cambiar de trabajo. Al final lo logramos, pero no daba resultado. Socialmente mi amigo se comportaba lo más de bien, pero tenía el problemita aquel del nombre.

    Un día nos sorprendió con la idea de cambiarse el nombre. Ahora es tocayo de anfitrión. Decia él, que toda su vida había querido llamarse así.

    Un caso puntual que apoya los resultados del estudio. Dos meses después de haberse cambiado el nombre, mi amigo consiguió un nuevo trabajo y sus ingresos habían aumentado en 67%. Era exactamente el mimso, tenía la misma carrera y sólo dos meses más de experiencia laboral, vivía en el mismo sector y no había terminado ningún postgrado.

    Tiempo después (hace algo así como un año) comentabamos el tema. Yo le dije a una amiga que me parecía apenas lógico, que cuando a mi me ponian a buscar gente en el trabajo yo deliberadamente sacaba los nombres feos y los barrios no agradables.

    Uno puede dedicarse toda la vida a mejorar las oportunidades de la gente. Pero a la hora del te, los prejuicios siguen marcando fuertemente sus acciones.

  • Luis Ernesto
    9 abril, 2007 at 8:51 pm

    Ojo que Hitler Rousseau tiene bastantes conecciones políticas. Ya era conocido. El punto aca es que cuando uno no conoce a alguien y tiene dos candidatos iguales, si uno tiene un nombre raro, lo saca de taquito.

  • eltiposinnombre
    9 abril, 2007 at 9:34 pm

    Ante este tema no podía dejar de opinar como pueden ver quienes lean este comentario mi nick es eltiposinnombre, sí no hay que pensarlo mucho yo soy el amigo del comentarista anonimo que tras dos dos años intentando cambiar de trabajo sólo logró al cambiarse el nombre. No repetiré mi historia, porque ya la conocen, pero si quiero responder al interrogante que el anfitrion plantea en su escrito sobre si los padrs tienen derecho a condenar a sus hijos a un nombre… mi respuesta y sin ver los toros desde la barrera.. en definitiva es no… Por que rayos alguien indefenso tiene que cargar con la cruz del marihuanazo de sus padres… eso no tiene pies ni cabeza.

    Siempre estuve convencido de ello, pero ahora después de pasar por el karma que implica renunciar a la identidad y adquirir otra y de leer que hay estudios que sustentan y justifican lo que yo viví y creí por años estoy más convencido aún.

    PD: la discriminación por el nombre no es solo para conseguir o cambiar de trabajo, algunos sistemas de empresas como el de millas de copa aerorepublica que si el nombre no es juan o pedro… responde disculpe pero eso no es nombre ingrese un nombre de verdad…. solo un apunte editorial para ilustrar la mala suerte de los sin tocayo.

  • panOptiko
    10 abril, 2007 at 1:31 am

    Me da mucha pena con la unanimidad de los presentes, pero necesitaría ver con detenimiento el estudio para dejar de pensar que es bastante flojo.

    Empezando con generalidades, me parece que cierta contradicción encierra el hecho de que hace una semana Alejandro loara el español por ser lenguaje de emigrantes, y ahora desconozca ese perfil en una crítica cerrada. Un factor que puede incentivar a los pioneros es identificarse con el afuera, en lugar de su hogar; y muy seguramente un nombre se derive de las ganas de los padres de haber sido ellos quienes se fueran. Esto último no lo puedo afirmar porque corresponde a un universo de las cosas que no se pueden saber, pero para mí es el ámbito donde se mueve el estudio.

    El ejemplo de EU no aplica a nuestro caso porque en ese país existe una identidad racial bastante arraigada que no la hace comparable con lo que hay en Colombia. En cambio, si existe un sesgo referente a los apellidos, que me supongo acá no sería posible evaluar, o tal vez no tendría sentido por su inamovilidad. Tal vez Yesaidu Santamaría García-Peña tendría menos problemas.

    Lo de la afiliación racial del estudio habría también mirarla con cuidado. ¿Cuáles son las afiliaciones raciales de Colombia? ¿En qué ciudad? ¿No sería un Felipe exótico en Chocó, pero tal vez con mejores posibilidades? El estudio en ello nos quiere mostrar la pertenencia a un territorio, pero parece un disfraz, está desarraigado.

    En este sentido, no se habla de lo que concierne a las minorías étnicas, o aquellos de nosotros que tienen raíces en ellas, aunque parece sugerirse que lo mejor es la asimilación y abandonar la identidad de sus nombres. Sin embargo, valdría la pena observar a los emigrantes orientales, quienes aprovechan que podamos ponernos dos nombres para poner uno de cada una de las culturas.

    Los nombres no vienen nunca solos. Supongo que para el estudio en cuestión no venía una foto junto al nombre, porque la incertidumbre incluida impediría generalizaciones. Ya se mencionaron las calidades del medio en el que venga el nombre, entre otras cosas que influyen.

    Claro, esto sin contar que la apreciación del nombre no se puede estandarizar, y es particular a las personas encargadas y su entorno. Tuve una novia que se llamaba Catleya y eso no dejaba de hacerla más atractiva. Mi nombre es común, pero en una entrevista de trabajo la mujer de personal me comentó, como puesta en confianza, que me llamaba igual que el hijo y que no conocía a otros – lo que me dio confianza entre los nervios de la situación, puede que esa sea una ventaja. ¿Y qué me dicen de Quin, Joaquín? Ese siempre se me llevo a las niñas bonitas por su chispa.

    De la historia del tipo sin nombre, parece evidente que desarrolló un problema de autoestima ligado a que no pudo sacarle provecho, ni reconocerse en su antiguo nombre. Ya que el hombre nos acompaña, me gustaría saber si no cambió su actitud, la confianza en sí mismo (esto suena igual que los problemas de impotencia sexual).

    Al parecer, ya todo está dicho a lo que a nombres se refiere, las ortografías definidas, el universo establecido. ¿O es a hacer elecciones más informadas a lo que apunta el estudio? Tal vez aquel que se muere por ponerle al criaturo Deportivo Independiente Medellín podría ponerle algo como Freddim, por decir algo, y camuflar sus pasiones futbolísticas.

    Creo que sólo cada quién puede saber cuan cargado de significado está su nombre, como representa los sucesos alrededor de su nacimiento, la naturaleza en las relaciones entre sus padres, o sus padres y la familia – ¿quien no ha pasado varias agradables horas junto a sus padres preguntando porque se llama como se llama uno?

    A pesar de todo lo dicho por Alejandro, es esperanzador que la tendencia sea a la alza. Aceptando que la deficiencia en el salario sea como dice, en el largo plazo tendremos una sociedad más incluyente.

    En fin, creo que lo valioso del estudio sería que los empleadores se libraran de prejuicios, en lugar de agarrarla contra los padres de la humanidad.

    (Gracioso que las discusiones sobre las dos columnas de la semana terminen coincidiendo en el mismo tema: la innovación que afecta a personas distintas del innovador. Según Alejandro, entonces, los papás son unos micro tiranos. Tal vez sí ¿Cuales no?)

  • Juan Francisco
    10 abril, 2007 at 2:25 pm

    Una buena pregunta es ¿por qué los padres que ponen nombres convencionales lo hacen, si es razonable pensar que se espera que el hijo se diferencie por completo de los demás?. Asumiendo que estos padres consideran como una regla el poner nombres heredados de la tradición española, o más bien criolla, para garantizar «prosperidad» económica y social, cabe preguntarse dónde encuentran una completa difereniación de sus hijos de sus tocayos. Pues en lo apellidos. Creo que los padres que ponen los nombres más tradicionales también son quienes más estiman sus propios apellidos. Caso contrario podría ser el de los padres de hijos con nombres particulares, quienes tal vez no sienten este tipo de admiración o no dan tanta importancia a sus propios apellidos. Unos se podrían aferrar a aquello que consideran un aspecto importante de una tradición y los otros podrían estar buscando nuevas tradiciones, nuevos valores para estas. Entonces, la exclusión es causa de poner a los hijos estos nombres (cosa que no considero negativa, para nada en lo personal), pero la discriminación se convierte en un factor que mantiene esta misma exclusión. es curioso, pero quienes formamos parte de determinados grupos sociales nos encargamos de mantener sus propias profesias de cumplimiento. Pensamos que el mundo social y cultural es demasiado fuerte como para cambiarlo en sus nociones y juicios, pero nosotros mismos las mantenemos. Creo que es una ironía producto del sesgo social el que la «sabiduría popular» haya llegado a condenar estos nombres y a los padres más «ingenuos». Porque son inadecuados sólo en la medida en que son sensurados y porque no se resaltan aquellos casos donde la evidencia es contraria a las ´»hipótesis» confirmatorias.

  • Anónimo
    10 abril, 2007 at 3:29 pm

    Quisiera preguntarle al profesor Gaviria si no cree que en la economía globalizada de hoy, donde los mercados laborales parecen estar cambiando tanto, sea posible neutralizar esos orígenes de clase o raza que se intuyen de los nombres «atípicos» que, según su estudio y otros similares, operan en detrimento del devenir económico de la víctima. Supongamos, por ejemplo, que Yesaidú termina bachillerato, estudia una carrera técnica y, haciendo honor a su nombre, se propone dominar el inglés a la perfección, cosa que logra. Con esas calificaciones solicita trabajo en un centro de asistencia telefónica, donde el seleccionador en un tailandés llamado Chaimongkhon Ruengvivatanakij (no es inventado). En tales circunstancias, será que el nombre Yesaidú lo/la afecta?

  • Jaime Ruiz
    10 abril, 2007 at 8:03 pm

    A ver, alguien negro tiene más dificultades para ocupar buenos puestos que alguien blanco, pero la gente tiene los nombres que los padres le ponen y eso no va con el color de piel. Va con ciertas inclinaciones ideológicas que el estudio mencionado, según me parece, no analiza. No cabe duda de que sea quien sea, al tener un nombre disparatado se cierra puertas, ojalá fuera sólo para encontrar trabajo. Figúrense una declaración de amor para Lesbi Ana, Yureimis o así.

    Una explicación que se me ha ocurrido con esos nombres es la de la fuga. No tanto la emigración, pues tal vez no sea tan difícil saber que con llamarse Yeison no se obtiene más aprecio en EE UU, sino la inclusión en una especie de secta moderna en la que no hay que rendir cuentas del origen. Es decir, el sueño de salvar al hijo de su desvalimiento de origen opera a la manera de cualquier superstición y con los elementos de la moda. Basta con la vestimenta seductora, un poco como la niña campesina se pone el bikini y resulta convertida en modelo y tal vez esposa de un millonario.

    A mí me produce verdadero malestar porque viene a ser casi como si se mutilara al niño para que no escapara del gueto. Pero más malestar me parece el paternalismo de los que no son del gueto (y en realidad estoy seguro de que cualquier indagación rigurosa demostraría que son precisamente los que excluyen a los pobres, los que distribuyen los ingresos a su favor de tal modo que la gente crece en la misma situación de desvalimiento de sus antepasados).

    Si alguna esperanza tiene Colombia de salir de su atraso es esa masa de gente que hoy pone esos nombres atroces a sus hijos. Los poderosos de siempre seguirán soñando con innovaciones muníficas, filantrópicas, caritativas, justicieras y demás que extrañamente en cinco siglos no han producido más que una generación tras otra de los mismos benefactores de la humanidad. Esos benefactores son el nombre mismo del atraso, los Wilmintons y las Lady Lauras son la débil esperanza.

  • Alejandro Gaviria
    10 abril, 2007 at 11:48 pm

    Anónimo 12:33: estoy de acuerdo. La globalización puede restarle importancia a los mecanismos mencionados. Pero es difícil imaginar cómo acceder a un trabajo global sin antes haber tenido una estación (formal) en la economía doméstica.

    Retomo las palabras de Jaime: “a mí me produce verdadero malestar porque viene a ser casi como si se mutilara al niño para que no escapara del gueto”. Esa es precisamente la idea del artículo. Mostrar como funciona a través de los nombres un mecanismo sociológico de exclusión. El nombre sería como un bikini atroz que tiene el efecto contrario al que quiere producir.

    Jaime: el paternalismo también es detestable. Pero no veo la necesidad de jerarquizar todos los argumentos. “Sí, esto es horrible. Pero no es nada en comparación con lo otro”. Bajo esta lógica siempre vamos a terminar en lo mismo. Colombia es un país complejo. Y no creo que uno deba reducir todos los fenómenos sociales a la misma falencia moral. A la misma gentecita.

    Panóptico: el estudio no trata de señalar culpables. Ni de acusar a los padres. Simplemente presenta unos cálculos (cuestionables, tal vez) sobre las implicaciones de sus decisiones. Yo nos soy amigo del paternalismo. Ni quiero proponer una lista de nombres “correctos”. Simplemente quise analizar los efectos de un comportamiento poco estudiado pero representativo.

  • Daniel Vaughan
    11 abril, 2007 at 12:59 am

    Alejandro,

    ¿Dónde está disponible el estudio? Lo estuve buscando dentro los documentos CEDE.

    Saludos,
    DV

  • .:: Bogotá 35MM ::.
    11 abril, 2007 at 6:10 am

    Hola Alejandro, hasta ahora he tenido tiempo de visitar los blogs de la lista que salió en la revista ENTER y ando por acá visitando. Le dejo un saludo y lo espero por B35MM.

  • Anónimo
    11 abril, 2007 at 10:13 am

    Los papás que les ponen Alejandro a sus hijos aspiran para ellos la grandeza del emperador. Y estos, obedientes, cuando son grandes, les ponen a sus blogs un letrero inmenso con su nobre ALEJANDRO TAL Y TAL. Yo descansé mucho cuando le redujeron la talla de la fuente al de marras.

  • Jaime Ruiz
    11 abril, 2007 at 9:43 pm

    Me quedé pensando en un término del último comentario de Alejandro, «paternalismo». ¿Es paternalista imponer la exigencia de que el nombre de un neonato se hubiera usado antes de 1900? Por una parte, el paternalismo se ejerce sobre los niños, lo cual lo hace menos discutible. Las cosas se pueden llevar a cualquier extremo, pero los padres no son los dueños de los hijos. ¿Por qué no poner una restricción a algo en lo que la libertad personal básica resulta tan afectada por la acción de otros?

    Pero, aparte, hay un paternalismo que me produce más indignación, que es precisamente el que se ejerce como dignación (condescendencia) y como hipocresía: «No hay por qué pensar que nuestra opción tenga forzosamente que ser superior a la de los demás, ya le he dicho a mi hija que trate a Hetaira, Meretriz y Trizleymys como si fueran iguales que ella».

    Lo que pasa es que es imposible comunicar a los colombianos de clases acomodadas que su orden sólo es una anomalía, un atavismo, que en el resto del mundo los privilegios de cuna son cada vez más difíciles de sostener y que realmente los equivalentes a los hijos de los raspachines disputan muchos puestos a los hijos de los ministros. También eso explica el culto de la «educación»: es el pretexto para dar por sentada una superioridad que sin eso es muy dudosa.

  • ANDREW
    13 abril, 2007 at 5:19 pm

    RECOMIENDO LA LECTURA DE ESTE POST SOBRE LAS CHICHERIAS Y EL NUEVE DE ABRIL, EXCELENTE

    http://portal.conexioncolombia.com/wf_InfoArticuloNormal.aspx?IdArt=93181

  • Anónimo
    5 junio, 2009 at 6:09 pm

    Chaimongkhon Ruengvivatanakij

    Couldn't find a job because of his long name? Maybe.

    Charged with "gang recruitment".

    http://www.wtopnews.com/index.php?nid=25&sid=1690299

  • Anónimo
    8 febrero, 2010 at 3:44 am

    multiplicity morgantown break ended groningen asdiwal fumarate funded sirohime stateshawaii barkatpura
    lolikneri havaqatsu

  • Anónimo
    28 junio, 2010 at 10:03 pm

    hola, tengo a mi mejor amiga con un nombre extraño, pero fue super conocida en el colegio, en la universidad y poca gente se le olvida su nombre, se vuelve un reto para ellos aprenderse el nombre, pero a ella le parecia horrible cuando empezo su adolecencia, ya que todas tenemos nombres comunes ella se sentia super mal, pero ahora le encanta llamarse diferente, hace polemica, empieza conversaciones con su nombre etc, de hecho entre a esta pagina porque siempre esperamos encontrarle un tocayo, yo le ayudo mucho pero en ningun lado la identifican.

    ELLA SE LLAMA SORAVED

  • Anónimo
    28 junio, 2010 at 10:05 pm

    hola, tengo a mi mejor amiga con un nombre extraño, pero fue super conocida en el colegio, en la universidad y poca gente se le olvida su nombre, se vuelve un reto para ellos aprenderse el nombre, pero a ella le parecia horrible cuando empezo su adolecencia, ya que todas tenemos nombres comunes ella se sentia super mal, pero ahora le encanta llamarse diferente, hace polemica, empieza conversaciones con su nombre etc, de hecho entre a esta pagina porque siempre esperamos encontrarle un tocayo, yo le ayudo mucho pero en ningun lado la identifican.

    ELLA SE LLAMA SORAVED

  • Anónimo
    28 junio, 2010 at 10:05 pm

    hola, tengo a mi mejor amiga con un nombre extraño, pero fue super conocida en el colegio, en la universidad y poca gente se le olvida su nombre, se vuelve un reto para ellos aprenderse el nombre, pero a ella le parecia horrible cuando empezo su adolecencia, ya que todas tenemos nombres comunes ella se sentia super mal, pero ahora le encanta llamarse diferente, hace polemica, empieza conversaciones con su nombre etc, de hecho entre a esta pagina porque siempre esperamos encontrarle un tocayo, yo le ayudo mucho pero en ningun lado la identifican.

    ELLA SE LLAMA SORAVED