Según informó la prensa nacional esta semana, el presidente Uribe está preparando una gran “ofensiva” ante el Congreso de los Estados Unidos que busca asegurar la continuidad del Plan Colombia y la aprobación del Tratado de Libre Comercio. El Presidente intentará despejar las inquietudes de algunos congresistas americanos sobre los nexos entre los grupos paramilitares y algunos políticos cercanos a su gobierno. Muchos analistas nacionales han hablado de la internacionalización del escándalo de la parapolítica: del traslado a los escenarios globales del intercambio de agravios (los insultos de uno justifican los de otros, y viceversa) que caracteriza la confrontación política colombiana de la actualidad. Pero al mismo tiempo que se americaniza el escándalo colombiano, la visita del presidente Uribe a los Estados Unidos podría servir para “colombianizar” el debate americano sobre la ineficacia del Plan Colombia. El debate tiene dos protagonistas principales. El primero es el senador republicano y codirector de una de las comisiones del Senado sobre el control internacional del narcotráfico, Chuck Grassley; el segundo es el Zar Antidrogas de los Estados Unidos, John Walters. El primero ha acusado al segundo de manipular las cifras sobre los resultados del Plan Colombia. La oficina de Walters “utiliza las estadísticas que más se acomodan a su programa de relaciones públicas”, dijo recientemente el senador Grassley. Aparentemente en todas partes se cuecen habas y se cocinan datos. En noviembre de 2005, John Walters reveló un informe que mostraba un aumento sustancial de los precios al detal de la cocaína y una reducción concomitante de la calidad del alcaloide. Los gobiernos de los Estados Unidos y Colombia se apresuraron a cantar victoria. Las palabras de John Walters tenían el tono vindicativo de quien anota un gol en el último minuto: “aquellos que han venido predicando que esto no es posible, aquellos que creen que el control a la oferta está inevitablemente condenado al fracaso… están equivocados”. Previsiblemente el Gobierno colombiano le hizo eco al optimismo vengativo de Walters. “Por fin hay una noticia buena… la declaración que hizo ayer el Gobierno de los Estados Unidos… demuestra que los esfuerzos que se están haciendo para erradicar la coca, producen resultados”, dijo el presidente Uribe un día después del anuncio triunfalista del Zar Antidrogas. Pero los nuevos datos han desmentido las proclamas optimistas. El Zar Antidrogas reconoció, en una carta dirigida al senador Grassley, revelada esta semana por la Oficina de Washington para Latinoamérica (WOLA), que los precios al detal de la cocaína cayeron nuevamente. Aparentemente el celebrado aumento de los precios fue sólo una distorsión temporal: un espejismo en el desierto estéril de la lucha antidroga. El precio promedio de la cocaína disminuyó 35% entre julio de 2003 y agosto de 2005. Paradójicamente, en julio de 2003, justo antes del nuevo aumento de la oferta exportable de cocaína, el ex ministro Fernando Londoño había declarado que “la afirmación de que Colombia será un país sin droga no es una quimera ni es un anuncio vano”. Seguramente el presidente Uribe será cuestionado sobre la ineficacia del Plan Colombia. Y seguramente responderá con el mismo discurso. Con el exceso de confianza del que hablaba recientemente Andrés Oppenheimer. “El propósito nuestro no es reducir la droga sino eliminarla… mientras nosotros no veamos cerca la posibilidad de tener eliminada la droga en nuestro país, no vamos a estar contentos”. Sólo resta afirmar que, en el tema de la droga, el voluntarismo presidencial (su reciedumbre retórica) suena cada vez más vacío. Menos creíble. Más parecido al optimismo inercial de los derrotados.
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