abril 2007
Esta no es una historia de ciencia ficción. Los protagonistas son inventados pero el contexto es verídico. Los hechos son ficticios pero posibles. La realidad inquietante pero presente. Comencemos, entonces, con la protagonista principal: Eva Natus. Una ejecutiva gringa, de 40 años, sin hijos, divorciada desde hace una década y directora de mercadeo de una importante firma editorial. Desde hace ya varios años, Eva había decidido no tener hijos. No tanto por convicción, como por conveniencia: la posibilidad aplazada una y otra vez se fue convirtiendo en una decisión tomada de una vez por todas. Pero, ya en la mediana edad, Eva cambió de opinión. Y decidió apostarle a la maternidad. O, al menos, a la versión moderna de la misma.
Eva siempre tuvo dudas acerca de su fecundidad. Además nunca ha estado plenamente satisfecha con su patrimonio genético. Sus facciones carecen de la simetría que demanda su refinamiento. Muchos de sus parientes han muerto tempranamente de enfermedades cardiacas. Y su capacidad cognitiva (según los exámenes de inteligencia que ha tomado desde niña) es apenas superior al promedio. Eva no tiene un compañero sexual permanente. Los hombres que la rodean son ejecutivos carismáticos. Pero envejecidos. Sus espermatozoides ya no son los de antes. En la cama, los hombres de Eva funcionan de manera aceptable. Pero como proveedores de material genético (como reproductores) son más pasado que presente.
Eva siempre ha sido pragmática. Sabe que su hijo tiene que estar preparado para las inclemencias de la vida en la meritocracia. Así como muchos padres escogen las mejores guarderías y escuelas para sus hijos, asimismo Eva decidió escoger los mejores genes para el suyo. Sin reatos morales, pagó 15.000 dólares por el óvulo de una mujer hermosa, de 25 años, con un doctorado en ciernes y varios títulos deportivos a su haber: una versión mejorada de sí misma. Y pagó 500 dólares por el esperma de un hombre atractivo, con dos posgrados concluidos y ex capitán del equipo de Rugby en la universidad: una suma irrisoria (eso paga Eva por una cena formal) a cambio de un “geno-tipo” perfecto.
La compra de las células de la vida fue intermediada por una firma de San Antonio, Texas (The Abraham Center of Life). Eva se reunió con una asesora comercial durante dos horas. Ambas examinaron varias fotografías, estudiaron las hojas de vida de los “donantes” (el eufemismo para los vendedores de genes) y tomaron una decisión rápida: como si se tratase de la compra a destajo de un computador. La misma firma se encargó de crear el embrión con base en el óvulo y el esperma escogidos. Una vez fecundado el óvulo y congelado el cigoto, la asesora le aconsejó a Eva utilizar una madre sustituta. “A su edad”, dijo, “no vale la pena correr riesgos innecesarios”. “Sólo son 10.000 dólares adicionales y tenemos mujeres jóvenes, sanas y responsables, listas para entregarle al bebé el ambiente intrauterino que se merece”.
Eva aceptó gustosa. El costo era inferior a una semana de su tiempo. Y la maternidad podría costarle muchos días de incapacidad. Un buen arreglo sin duda, tanto médico como económico. Como la madre sustituta está en su cuarto mes de embarazo, Eva (una mujer organizada) ya contrató a la enfermera que cuidará y alimentará a su bebé. Todo parece marchar bien. Sin contratiempos. Pero, en ocasiones, cuando su ritmo febril se lo permite, Eva (la pragmática) es asaltada por inquietudes filosóficas. Éstas, sin embargo, son desmentidas rápidamente. Eva entiende la importancia de la división del trabajo. Y sabe muy bien que todo lo hecho (lo divino y lo humano) ha sido por el bien de su hijo. Si así podemos llamarlo todavía.
Más allá de la agresividad verbal, los participantes en los foros electrónicos de la prensa colombiana se distinguen por su falta de imaginación. Por la facilidad con la que repiten el mismo diagnóstico y señalan los mismos culpables: el sistema, el establecimiento, los cacaos, la clase dominante, el gran capital, etc. “Ahora el señor Hommes –escribió esta semana un forista indignado–dice que la pobreza disminuyó por las políticas neoliberales que practican los gobiernos desde el vende patrias de Gaviria. Cuando todos sabemos que la apertura ha sido la causa de la tragedia nacional.” Y sigue una larga retahila de acusaciones a los culpables de siempre. En fin, el diagnóstico está hecho. Y los malos, claramente identificados.
Es difícil tener paciencia con la ignorancia ignorante de si misma. Mi primera reacción es siempre de exasperación. Trato de buscar consuelo en la misantropía. Imagino replicas hirientes: resentido es aquel que confunde el fracaso personal con el fracaso del país. Intento, en últimas, seguir el consejo de Alain De Botton. Darse cuenta, dice De Botton, de que “las ideas de la mayoría de la población sobre la mayor parte de los asuntos están extraordinariamente transidas por el error y la confusión” puede ser tremendamente liberador. “Puede que, mediante una interpretación no paranoica de las deformaciones del sistema de valores que nos rodea, nos conformemos con asumir una postura de misantropía inteligente».
Pero allí no termina la cuestión. Incumbe indagar por las causas de tantos y tantos comentarios cortados por la misma tijera ideológica. ¿Por qué la mayoría de los foristas repiten el mismo diagnóstico y señalan los mismos culpables? ¿De dónde viene esta ideología tan precaria como extendida? Jaime Ruiz ha sugerido que la causa está en las universidades. O mejor, en los dogmas que se enseñan y se inculcan en nuestras instituciones de educación superior. Los foristas serían, en su opinión, victimas complacientes del adoctrinamiento. Simples repetidores de las ideas que sus profesores han repetido por décadas. Literalmente, estaríamos ante la repetición de la repetidera, magnificada ahora por la magia del internet.
Pero yo no creo que las universidades tengan tal capacidad de adoctrinamiento. O que los profesores universitarios sean ventrílocuos avezados con miles de muñecos obedientes. Los foristas son la manifestación de una realidad sociológica. De un modelo mental. La mayoría de ellos está convencida de que la sociedad colombiana es injusta, de que el trabajo duro no paga, de que las conexiones son causa del éxito y de que ellos merecen mucho más de lo que tienen: todos se creen víctimas del sistema. Este diagnostico está asociado con la existencia de desigualdades reales, pero, es al mismo tiempo, un fenómeno sociológico con fuerza propia. Un modelo mental que genera las condiciones para su propia reproducción.
Este tipo de pesimismo promueve las visiones justicieras del estado, el voluntarismo utopista, los deseos de revancha (que se convierten en un exceso de igualitarismo compensatorio). Y en últimas, favorece el crecimiento desordenado y corrupto del Estado. Y este crecimiento, a su vez, enriquece a unos cuantos privilegiados, concentra aún más las oportunidades y confirma las expectativas iniciales, el pesimismo generalizado. Jaime Ruiz ha sugerido una explicación similar. Pero yo difiero en un punto fundamental. Jaime cree que todo esto es deliberado. Pero no. Los foristas no son conscientes de las consecuencias de sus creencias. Desconocen que la causa última de su enojo es su mismo enojo. Su indignante indignación.