Esta semana, el empresario colombiano Nicanor Restrepo, antiguo director del Grupo Empresarial Antioqueño, manifestó una preocupación similar a la de los empresarios estadounidenses. Según varios informes de prensa, Restrepo resaltó la importancia de la equidad en el desarrollo económico y llamó la atención sobre la trascendencia de los salarios justos, los derechos de los trabajadores y la solidaridad social. En suma, muchos empresarios (de ideologías distintas y nacionalidades diversas) parecen coincidir en sus preocupaciones sobre la distribución desigual de los réditos de la economía global.Más que con sentimientos altruistas, la preocupación de los empresarios tiene que ver con consideraciones prácticas. Y, en particular, con las consecuencias políticas de la desigualdad. Muchos consideran, con razón, que la creciente desigualdad le resta soporte político a la globalización. O, en otras palabras, que el empeoramiento distributivo les confiere legitimidad a las políticas proteccionistas y a las prácticas populistas. Nicanor Restrepo, por ejemplo, llamó la atención sobre la enfermedad contagiosa del populismo. “Somos una isla y nos podemos convertir en parte del archipiélago… Existen unos gobiernos populistas en el vecindario y el populismo se vende fácil”. Sobre todo, cabría adicionar, si la desigualdad y el consecuente malestar de la clase media aumentan año tras año.Los empresarios han ofrecido pocas propuestas concretas para disminuir la desigualdad. Las iniciativas sociales emprendidas directamente por el sector privado son loables, quién puede negarlo, pero nunca resolverán el problema en cuestión. Algunos comentaristas económicos, entre ellos los editorialistas de la revista inglesa The Economist, han propuesto una solución basada en la capacitación laboral y en la universalidad de la protección social. Pero estas medidas toman tiempo, tienen un efecto limitado y son por lo tanto insuficientes para mitigar los efectos políticos de la desigualdad. Si acaso, los editoriales de The Economist sirven para aliviar la remordida conciencia de los hombres de Davos, alarmados ante el crecimiento exagerado de sus sueldos y ganancias.En últimas, el crecimiento de la desigualdad necesita de una nueva política fiscal. Entre otras medidas, cabría pensar en la introducción de incentivos tributarios, ya no para la acumulación de capital, sino para la generación de empleo; en la reimplantación de la doble tributación; y en el aumento de los impuestos para las ganancias de capital. Tal vez este tipo de iniciativas no cuenten con la anuencia de los preocupados hombres de Davos. Probablemente no resolverán el problema de la desigualdad. Pero constituyen, al menos, una alternativa razonable a las políticas regresivas de Bush y Uribe, y a las propuestas populistas de Chávez y sus amigos.
Hace unos días, la revista electrónica Slate publicó un artículo que llamaba la atención sobre un fenómeno inusual en la política estadounidense: la manifiesta preocupación de los empresarios por el crecimiento de la desigualdad. Entre otras, la revista cita la opinión de Stephen Schwarzman, uno de los 100 hombres más ricos de los Estados Unidos, defensor del presidente Bush pero crítico del deterioro distributivo. Dice Schwarzman: “a la clase media no le ha ido tan bien como a la gente más rica durante los últimos 20 años, y yo creo que uno de los acuerdos tácitos de los Estados Unidos es que todo el mundo tiene que mejorar”. En el mismo sentido, Mortimer Zuckerman, otro empresario exitoso, integrante de la famosa lista de los 400 de la revista Forbes, dijo lo siguiente: “la mayor parte de las ganancias de la economía han ido a lo más alto de la distribución. En contraste, el ingreso mediano de la gente en edad de trabajar ha caído por cinco años consecutivos”.