El globo de oro otorgado esta semana a la versión gringa de Betty la fea confirmó el carácter universal de la historia de Fernando Gaitán. A diferencia de García Márquez, Gaitán no alcanzó la universalidad describiendo su villa. Betty no es un personaje autóctono. Es la heroína de un cuento de hadas de gusto universal. Una cenicienta enfrentada ya no a la indiferencia de los príncipes, sino a la banalidad de los yuppies. Un paradigma de movilidad social en el mundo traicionero de las oficinas. La protagonista de una tragedia con final feliz, para usar la expresión afortunada de William Howell.
Además de su carácter universal, Betty la fea tiene el atractivo de la flexibilidad: de la facilidad con la que puede adaptarse a las condiciones de cada país. Betty es un maniquí propicio para exhibir las particularidades locales de la exclusión social. En su versión neoyorkina, Betty revela la brecha cultural entre los desaliñados latinos y los estirados anglosajones que miran con sorpresa (y desagrado) sus ponchos y sus gustos gastronómicos. Pero estas diferencias, exageradas hasta la caricatura, esconden una visión más compleja de la realidad. En últimas, la versión gringa de Betty la fea da respuesta a una de las preguntas más debatidas en la academia y la política de los Estados Unidos. A saber: ¿cuáles son las posibilidades de integración y movilidad social de los emigrantes latinoamericanos? Betty es una emigrante de segunda generación. Hija de un mexicano que reside ilegalmente en los Estados Unidos. Ambos viven en Queens, rodeados de extranjeros en un enclave típicamente latino. Los emigrantes latinos de segunda y tercera generación, representados por el familiar rostro de Betty, han sido objeto de muchos estudios por parte de varios autores que unen a su reputación académica, sus inclinaciones xenófobas. Estos autores lamentan la falta de integración cultural de los latinos, sus limitadas posibilidades de movilidad social, su impacto negativo sobre la identidad estadounidense y los fiscos regionales. Para ellos, los latinos constituyen la antítesis del sueño americano. Pero la serie describe una realidad muy distinta. Betty no sólo logra avanzar socialmente, sino que lo hace mediante el trabajo y la perseverancia: los valores americanos por antonomasia. Más que la antítesis del sueño americano, Betty representa su personificación perfecta, casi caricaturesca. Betty contradice el mito de las insalvables diferencias culturales y cuestiona la supuesta inmovilidad social de los emigrantes latinos. Pero, al mismo tiempo, muestra que el ascenso social no implica necesariamente la asimilación absoluta. O, en otras palabras, que el progreso socioeconómico no supone la renuncia definitiva a la cultura y a los hábitos nacionales. Probablemente Betty la fea contribuirá a cambiar el clima de opinión pública con respecto a los latinos residentes en los Estados Unidos. Con una audiencia de 14 millones de televidentes, en su mayoría anglosajones, su mensaje pro latino podría tener un impacto decisivo en la reforma migratoria actualmente en discusión. Por tal razón, los sectores más reaccionarios de la sociedad estadounidense fustigan permanentemente el contenido de la serie. Fernando Gaitán nunca imaginó que su personaje podría convertirse en un agente de cambio social. Pero Betty superó todas las previsiones. Ya conquistó los corazones de los gringos. Y muy pronto podría también conquistar la mente de los políticos. Un logro prodigioso para esta humilde cenicienta colombiana.
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