Si nos atenemos a los discursos, las cosas van a seguir cambiando en Venezuela. Ya se anuncia una nueva doctrina para el nuevo siglo. Ya se menciona un nuevo amanecer. Ya se habla de la institucionalización de la revolución. Del cambio permanente en busca de una utopía benevolente. “Socialismo es el reino de Dios en la tierra, que se debe fundamentar en la ética de la solidaridad, nuevos valores, transparencia, humildad”, dijo el presidente Chávez unos días antes de su posesión. “Ser institucional hoy es ser revolucionario, porque la revolución se ha institucionalizado”, afirmó durante el mismo acto, como para que no quedaran dudas sobre la ambición de los fines y la dimensión de los medios. El gobierno de Chávez parece cada vez más encaminado hacia un régimen totalitario. O, al menos, cada vez más adepto a los discursos y las poses del totalitarismo. El totalitarismo es mesiánico. Aspira a la creación de una nueva humanidad y a la instauración de un régimen perfecto. Desea la transformación completa de la sociedad. Los totalitaristas siempre hablan de nuevos valores, de éticas renovadas, prometen reinos terrenales y dicen estar dispuestos a morir por la causa. “Juro por mi pueblo y juro por mi patria que… entregaré mis días y mis noches y mi vida entera en la construcción del socialismo venezolano, en la construcción de un nuevo sistema político, de un nuevo sistema social, de un nuevo sistema económico… ¡Patria, socialismo o muerte, lo juro!”.Los totalitaristas creen que la construcción del nuevo sistema necesita un partido único que controle las decisiones públicas, las organizaciones sociales y la información. El totalitarismo detesta la pasividad. Deriva su poder de una prole activa y comprometida. El totalitarismo necesita seguidores leales que, en palabras de George Orwell, vivan “en un continuo frenesí de odio hacia los enemigos foráneos y los traidores internos y de subordinación ante la grandeza y la sabiduría del partido”. Y (finalmente) el totalitarismo exige disciplina. Cualquier intento de disenso o de debate es mirado con recelo. O tachado de traición. O castigado con el despido o el encierro. Pero el totalitarismo no es otra cosa que una estrategia para la acumulación de poder. Una forma elaborada de autoritarismo. Una manera de manipulación y de intimidación. Un disfraz conveniente para una intención velada. El totalitarismo, sugiere Orwell, sólo desea el poder por el poder. El mismo deseo que parece animar los proyectos políticos del presidente Chávez. “Un ansia que lo mueve –escriben sus biógrafos Cristina Marcano y Alberto Barrera–, que no lo deja dormir. Es una obsesión que, como toda obsesión, se delata sola. No se puede esconder. Sea el Chávez que sea, obsesivamente, siempre está deseando el poder. Más poder”. Nadie ha definido el llamado “socialismo del siglo XXI”, pero los discursos de Chávez rememoran los devaneos propagandistas de algunos regímenes totalitarios del siglo anterior. En sus rasgos conocidos, el nuevo proyecto chavista, que busca fundar un nuevo sistema en un nuevo siglo, aparece prefigurado en un libro publicado en 1949 y titulado 1984. Un libro que definió los regímenes totalitarios del siglo XX. Y que, aparentemente, no ha perdido vigencia en el siglo XXI. Al fin y al cabo, Venezuela parece avanzar, al mismo tiempo, hacia el futuro incierto del socialismo del siglo XXI y hacia el pasado ominoso de 1984.
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