El tema del fracaso de la lucha antidroga ha vuelto a discutirse esta semana a propósito de la publicación de un artículo sobre el Plan Colombia en The New York Times. Volver a insistir sobre lo mismo, parecería inútil: la reiteración de una teoría comprobada con la perfección milimétrica de la mecánica celestial. Pero existe un aspecto del problema sobre el que vale la pena recaer: el fracaso de la fumigación.
Dice The New York Times en su último reporte: “Desde el año 2000, los aviones fumigadores piloteados por estadounidenses y otros pilotos extranjeros, acompañados por helicópteros artillados, han rociado el equivalente a 2.600 veces la extensión del Central Park…Pero los cultivadores de coca como Jhon Freddy Romero no parecen preocupados…Una y otra vez, los aviones han fumigado el minifundio de Romero con defoliadores. Sin inmutarse, Romero repite la misma estrategia…replantar la coca en la frontera del bosque donde resulta mucho más difícil fumigar”. “A lo largo y ancho de Colombia, los cultivadores ocultan la coca bajo plantas de banano. Si sus cultivos son fumigados, podan las hojas, esperando salvar las raíces. Algunos van más lejos y ensopan las hojas con soluciones de varias clases, a la espera de debilitar los defoliantes”. Así, la fumigación se ha convertido, si acaso, en una molestia pasajera.
Pero lo sorpréndete de todo este asunto es que el mismo diario había dicho exactamente lo mismo seis años atrás cuando apenas estaba comenzando a discutirse el hoy cuestionado Plan Colombia. En un artículo titulado, proféticamente, “Colombia Tries, Yet Cocaine Thrives”, publicado el 20 de noviembre de 1999, The New York Times citó a un funcionario del gobierno colombiano de entonces que predecía el fracaso de la fumigación: “el día después parece que todo hubiera sido rociado con Napalm, pero cuatro meses más tarde todo está florecido de nuevo. Antes se les está haciendo un favor a los cocaleros pues se les ayuda a limpiar los lotes”. Otra de las fuentes citadas por el diario dijo, con una clarividencia que ya no sorprende: “para mi la fumigación no tiene sentido, sólo logra que los cultivos migren hacia otro lado”.
En últimas, sólo cabe preguntar (de nuevo) por la racionalidad de un estrategia cuyo fracaso no sólo ha sido probado por los hechos, sino previsto con tanta exactitud. ¿Cuantas veces habrá que rociar lo inextinguible para convencerse de que el ímpetu darwnista del negocio de la coca puede más que la tozudez de los políticos y el arrojo de los pilotos? Seguramente completaremos otros 2.600 parques centrales de aspersiones inútiles. Al fin y al cabo, en política, la acción infructuosa siempre ha sido más provechosa que la inacción racional.