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3 mayo, 2006

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Las drogas (segunda parte)

Quisiera comenzar mi comentario con un punto de énfasis. Dice Sergio: “pienso que antes que nada es una cuestión de principio, no de consecuencias”. Yo cambiaría la frase levemente y diría: es una cuestión de principios y de consecuencias.

La discusión por supuesto debería empezar por los principios. En particular, con John Stuart Mill y su principio de la libertad: la interferencia coercitiva sólo se justifica cuando se lesiona al otro. Por ello, la analogía con los homicidios yerra desde el comienzo: porque desconoce que de lo que se está hablando es de una decisión personal (el uso de drogas) que no le hace daño a los otros. “The only part of the conduct of anyone for which he is amenable to society is that which concerns others. In the which merely concerns himself, his independence is, of right, absolute. Over himself, over his own body in mind, the individual is sovereign”.

Creo, sin embargo, que allí no termina la discusión. Por dos razones: (i) mucha gente no acepta el liberalismo a secas de Mill y considera que, en algunas circunstancias, cierta dosis de paternalismo es conveniente; y (ii) otra gente argumenta que el mero consumo de drogas puede (mediante un efecto de contagio) lesionar a los otros. Es lo que los economistas llaman una externalidad.

Así las cosas, creo que también es necesario mencionar el tema de las consecuencias (o mejor, de la imposibilidad estructural de la prohibición). Una analogía interesante se encuentra en la política social. Muchos economistas están de acuerdo con la política social como cuestión de principio; esto es, creen que el bienestar de los más pobres debería ser el fin primero de la acción pública. Pero los mismos economistas no están plenamente de acuerdo con las políticas compensatorias debido a las dificultades de implementación y los problemas de incentivos: las burocracias se quedan con la plata, los individuos se aperezan, etc. Así en política social, como en el tema de la droga, muchas veces son los problemas prácticos, más que los filosóficos, los que ganan el argumento.

El ejemplo no es trivial porque nos lleva a Gary Becker: premio Nóbel de economía y el autor más citado de su profesión. Becker ha criticado la expansión del estado de bienestar aduciendo razones prácticas; y crítica la prohibición de la droga con el mismo tipo de argumentos. Dice Becker: “Assuming an interest in reducing drug consumption- I will pay little attention here to whether that is a good goal- is there a better way to do that than by these unsuccessful wars? Our study suggests that legalization of drugs combined with an excise tax on consumption would be a far cheaper and more effective way to reduce drug use. That would reduce consumption in the same way as the present war. Besides, there would be no destruction of poor neighborhoods, no corruption of Afghani or Colombian governments, and no large scale imprisonment of African-American and other drug suppliers”.

Becker está esgrimiendo un argumento pragmático, no filosófico. Incluso supone que el objetivo explícito es reducir el consumo de drogas. La última frase de la cita es interesante pues sugiere (entre líneas) los grandes costos de la guerra contra las drogas para la sociedad estadounidense, un hecho incuestionable desdeñado con frecuencia por los comentaristas tercermundistas.
Quizás la brega por la legalización sea una quimera. Pero ello no implica que debamos renunciar a los muchos debates conexos. Por ejemplo, incumbe combatir los intentos demagógicos del Presidente Uribe a favor de la penalización del consumo. No estamos simplemente ante una exhibición de puritanismo, sino ante la exacerbación de una idea equivocada por parte de un político glotón que sólo piensa en maximizar su tajada electoral.