“La colaboración ciudadana con las instituciones del Estado es algo que tendría que hacerse siempre sin recompensas. ¿Por qué hemos pagado recompensas? Porque la situación del país nos ha obligado a hacerlo, porque el grado de desconfianza que encontramos frente a las instituciones, el grado de indiferencia ciudadana, nos ha llevado también a utilizar este instrumento para romper esa indiferencia”. La frase anterior, tomada de una alocución reciente del presidente Uribe, resume la teoría oficial sobre el papel de las recompensas en la política de seguridad. Las recompensas, supone el Gobierno, son un mal necesario, una forma de soborno positivo, una especie de aceptación estoica de que la falta de compromiso ciudadano tiene que resolverse con plata.Por desgracia, esta visión pragmática de las recompensas desconoce 30 años de investigación científica. En 1970, Richard M. Titmuss argumentó que las compensaciones monetarias pueden reducir la responsabilidad ciudadana en particular y las virtudes cívicas en general. Para ilustrar su argumento, Titmuss utilizó el ejemplo de los donantes de sangre, cuya presteza a contribuir a una causa pública esencial parecía reducirse como resultado de la introducción de pagos monetarios. Según Titmuss, el dinero no sustituye la virtud, sino que la desplaza. O para el caso que nos ocupa, las recompensas no reemplazan la obligación moral, sino que la destruyen. Así las cosas, las recompensas no serían un instrumento para romper la indiferencia, como argumenta el Presidente, sino una herramienta para perpetuarla.Son muchos los ejemplos que han confirmado la intuición original de Titmuss. En una guardería israelí, el número de acudientes incumplidos aumentó sustancialmente después de la introducción de multas para los padres que arribaran a recoger a sus hijos más tarde de la hora prevista. Lo que antes era una obligación moral, se convirtió, con la multa, en una simple molestia económica. En Suiza, la proporción de ciudadanos dispuesta a aceptar la construcción de un reactor nuclear en su comunidad se redujo a la mitad cuando el gobierno propuso una compensación monetaria. Lo que antes era un llamado a la solidaridad, se convirtió, con el premio económico, en un contrato implícito de aseguramiento. El Gobierno pagaba la prima y los ciudadanos asumían el riesgo.Más allá de los argumentos de Titmuss, los incentivos pecuniarios pueden resultar contraproducentes cuando los controles son inadecuados y la verificación es imperfecta. En los Estados Unidos, los profesores comenzaron a falsificar los resultados de los exámenes estatales cuando el Gobierno decidió que sus puestos dependían de la ubicación de sus estudiantes en los mismos. En ese mismo país, los ejecutivos empezaron a maquillar los resultados de los balances de sus empresas cuando los accionistas decidieron pagarles con acciones. En Colombia, las implicaciones han sido más escabrosas: los militares comenzaron a fabricar “positivos” cuando el Gobierno decidió pagar por las bajas enemigas. Cuando la información es imperfecta, los incentivos pueden ser un arma de doble filo. Literal y metafóricamente.Muchas veces los incentivos económicos son necesarios. Pero su aplicación debería partir de un análisis detallado de sus efectos perversos y de sus problemas de implementación. En últimas, la forma puede ser tan importante como el fondo. Los Lunes de Recompensas, por ejemplo, son un espectáculo ocioso (casi impúdico) para una práctica cuestionable (un mal necesario, en el mejor de los casos). “Durante todos estos días haremos un esfuerzo para llamar la atención de los compatriotas sobre la necesidad de que todos practiquemos valores”, dijo el Presidente este jueves. Pero el próximo lunes estará entregando cheques a quienes decidieron cobrar por los supuestos valores que tanta atención merecen.
Jaime Ruiz
16 septiembre, 2006 at 11:53 pmPerdón pero esos ejemplos parecen excesivos, la gente dona sangre, no vende sangre. La gente que podría colaborar como delatora es exactamente la que nunca donaría sangre, que no entra en el ejemplo. Como si un seductor termina sus halagos con una oferta económica: no es lo mismo la que acepta una cita que la que tiene pecas (como diría Uribe, el célebre exegeta bíblico). «Amigo, no ofrezca dinero a las damas para que lo atiendan, la ternura es más eficaz», es un consejo tal vez valioso, pero inepto ante la cruel realidad de la llamada profesión más antigua, etc.
Lo del seguro antinuclear es peor, pues la oferta confirma el peligro. En el caso de la guardería las multas eran muy bajas, o bien su aplicación hacía visible una necesidad, un nuevo servicio de la guardería, un nuevo puesto de trabajo. No veo la moralidad ahí.
En todas partes hay recompensas, pero suelen ir dirigidas más bien al hampa porque la ciudadanía denuncia por sí misma: lo que me parece errado de este artículo es que se invierte la causa y la consecuencia, hay recompensas porque la gente no denuncia, no es que la gente no denuncie por el orgullo de no ser informante o delatora pagada. Según Alfredo Rangel, en muchos pueblos el ataque con cilindros a la estación de policía no dejaba víctimas civiles: tenían siempre la corazonada de no pasar por ahí. A ninguno le alcanzaba la moralidad para impedir que mataran a los policías porque implicaba arriesgar la vida por nada. ¿Cómo comparar personas en esa situación con los donantes de sangre?
Yo creo que las recompensas han sido eficaces, se pueden haber prestado a abusos, pero no se puede decir que si no existieran la moralidad policial o militar fuera mejor. La moral ciudadana se puede promover como desprecio de la recompensa, pues todo el mundo sabe que hay que denunciar los delitos (como todo el mundo sabe que las centrales nucleares cuanto más lejos mejor).
Mockus criticaba las recompensas en favor de la iniciativa ciudadana, no es raro que sólo consiguiera votos en los barrios en los que no hay vecinos cuchilleros ni se presencian a todas horas delitos que no se denuncian.
Gentecita
17 septiembre, 2006 at 6:33 amSin esforzarse mucho, Caballero hace trizas a Gaviria y lo pone a repasar el diccionario. Esperamos declaraciones de Jaime Ruiz sobre esta gentecita.
Jaime Ruiz
17 septiembre, 2006 at 2:23 pmPues Caballero es un pobre diablo que no tiene más que aferrarse a argumentos lingüísticos para descalificar un discurso sobre tributación. Y aun esos argumentos lingüísticos en algunos casos son penosos, por ejemplo lo de desfachatez:
Tampoco. «Desfachatez» significa «descaro o desvergüenza. Comportamiento del que obra sin preocuparse de si lo que hace es lícito o no».
En absoluto, la definición más completa del DRAE es la de desvergüenza (tanto desfachatez como descaro remiten a esa palabra):
1. f. Falta de vergüenza, insolencia; descarada ostentación de faltas y vicios.
De modo que una persona puede obrar sin preocuparse de que lo que hace es lícito o no, sin necesidad de obrar con desfachatez. Aquí el sentido del término se lo inventa Caballero, es un recurso a la ignorancia de los lectores del mismo modo en que todo su artículo es una descalificación ad hominem («usted no se sabe expresar») que no dice nada sobre la cuestión de fondo.
Sigue Caballero:
Y las exenciones que mencionaba yo son las que (hasta ahora) explícitamente dispone la ley: o sea que acogerse a ellas es lo contrario de ilícito.
Tras la mentira sobre el sentido de desfachatez, el argumento leguleyo: claro que esas exenciones las dispone la ley, pero la argumentación original aludía al hecho de que Caballero es un ricachón que se beneficia de exenciones de impuestos y vive clamando contra la desigualdad como todos los ricachones que lo leen. ¿Cómo llamar eso? Colombianismo: para descalificar una reforma legal se echa mano de la ley que se va a reformar y con ella se refuta el argumento moral. Genial.
Pero además me parece que no es desvergonzado haber dicho que esas exenciones que defiendo me han beneficiado personalmente, así sea en modesta escala; lo desvergonzado hubiera sido, por el contrario, ocultarlo.
Esto ya es el colmo: ¿qué es la desvergüenza sino la no ocultación, la ostentación de algo moralmente censurable? Para Caballero es al contrario, los pícaros que ocultan sus hazañas son desvergonzados, los que las exhiben son honestos.
Es que con esas maravillas se va construyendo la lógica según la cual las exenciones que benefician a Caballero sirven para la cultura de los colombianos humildes. También los viajes de todo el combo pagados con recursos públicos resultan más útiles que por ejemplo un libro de lectura para decenas de miles de niños (que se pagaría con los mismos recursos). Pero como lo dicen tranquilamente y con un mohín de desprecio, ¿dónde está el guapo que los trata de desvergonzados?
Pero ¿cómo se atreve Caballero a hacer eso? Siempre la misma pregunta sobre Colombia: lo que importa es que gracias a las limitaciones lingüísticas de Gaviria él puede mostrar que es de mejor estrato. A los lectores no les importa nada más.
Alejandro Gaviria
17 septiembre, 2006 at 2:28 pmJaime:
El problema es que las recompensas pueden generar un círculo vicioso: el pago se convierte en causa y consecuencia de la indiferencia. O, en el mejor de los casos, puede perpetuar la indiferencia.
Sobre los ejemplos, tal vez no aplican uno a uno al caso de las recompensas. Pero, en conjunto, sugieren (lo digo en inglés para darle gusto a Caballero) el crowding-out del civismo por cuenta de los pagos en dinero.
Alejandro Gaviria
17 septiembre, 2006 at 2:57 pmLo de Caballero es penoso. Se limita a dar vueltas sobre cuatro definiciones.
Que dije “me atrevería a predecir…” cuando debí haber dicho “me atrevería a decir” (lo reconozco). Que no se puede decir “un libro correcto…” cuando cualquier lector desprevenido se habría dado cuenta de lo que se trataba: de un juego de palabras, de una alusión indirecta a un anglicismo tan corriente como inocente. La “conciencia henchida” ha sido una metáfora recurrente en el español. La usó hasta Octavio Paz en el discurso Nobel. Y sobre “desfachatez”: ya Jaime lo dijo todo.
Y a todas estas, sólo cabe preguntarse. ¿Dónde están los argumentos?
Anónimo
17 septiembre, 2006 at 3:45 pmJaime se equivoca al descalificar el ejemplo de la donación de sangre. Yo creo que aplica perfectamente al caso de las recompensas. En los dos casos, el problema es el mismo: la carencia de civismo o de compromiso ciudadano con una causa altruista. En los dos casos, la solución acogida fue la misma: pagar para suplir la carencia. Y ambos casos la solución podría ser contraproducente.
sillogysmes_mao
17 septiembre, 2006 at 4:08 pmEL CHISTOSO Y POULAR OFICIO DE LOS ESCUDEROS. En desuso. Esa francachela la acabo el ultimo mohicano. Conmueve la lealtad.
sillogysmes_mao
17 septiembre, 2006 at 4:11 pmLA CONCIENCIA HENCHIDA. O Vlado versus Bob Dylan. Y la deportivisima hinchada. En Bolombolo todo lo que ‘contiende’ tiene horario estelar.
Daniel Vaughan
17 septiembre, 2006 at 4:29 pmAlejandro,
Este tema es bien interesante no sólo desde el punto de vista teórico sino de su implementación. ¿Para dónde voy entonces? Si la evidencia es esta (aunque la evidencia, como casi siempre en economía y otras ciencias sociales, no es concluyente, como varios de los autores de los estudios que usted no cita sugieren en los mismos estudios), usted, como muchos otros, en los que me incluyo, parece ranquear éticamente (correcto-incorrecto, bueno-malo, mejor-peor) el resultado de «hacerlo voluntariamente» por encima de «hacerlo por una recompensa monetaria» (porque es fácil imaginar que hacer algo voluntariamente genera un sentimiento interno de satisfacción por hacer lo «correcto»). Esto es discutible, como lo es cualquier ordenamiento de preferencias morales o éticas.
Sin embargo, olvidándonos de esta discusión, y asumiendo que efectivamente es mejor que la gente denuncie voluntariamente, sin necesidad de ofrecer algún tipo de recompensa externa, la pregunta interesante es cómo lograrlo. ¿Cómo lograr que la gente prefiera lo »correcto» a lo »incorrecto», asumiendo que éstos términos están bien definidos? Esa pregunta es realmente difícil, pero es la que nos debería importar. Lo que hizo Mockus en Bogotá es un buen ejemplo: utilizando campañas de educación y cultura ciudadana, y utilizando principalmente el mecanismo de «rechazo pacífico» (carteles con un dedo hacia arriba, en señal de aprobación de una conducta aceptada por todos como »moralmente correcta» y desaprobación un dedo hacia abajo) logró que los bogotanos interiorizáramos un código moral sencillo, útil en determinadas ocasiones.
Nuevamente, asumiendo que logramos encontrar un consenso sobre qué es lo correcto y lo incorrecto, moralmente hablando, la pregunta interesante es cómo lograr que la sociedad lo interiorice y lo ponga en práctica.
Pero claro, los economistas y demás científicos sociales podemos tomar la posición cómoda de decir «nosotros simplemente buscamos contradicciones lógicas en las políticas adoptadas» (como en el caso que usted menciona). Mi impresión es que eso le falta a su columna, pero por supuesto, es una columna, un espacio reducido, y probablemente no el sitio para iniciar esta discusión. Pero tenemos que tener claro que esa es la discusión importante.
Jaime Ruiz
17 septiembre, 2006 at 4:44 pmAnónimo de las 10:45:
Resulta que denunciar los crímenes no es una causa altruista sino un deber. Yo puedo declarar tranquilamente que nunca he donado ni tal vez donaré sangre, en cambio si no hubiera denunciado un delito no lo proclamaría sin incurrir en algo impropio de un verdadero caballero, la desfachatez. Y si quien debe denunciar los delitos es uno de los que los comete, la cosa pinta bastos sin recompensa.
En lo que sí CORRESPONDE (por el amor de Dios, no «aplica») un caso al otro es en que pueden dar excelentes resultados. Si el delincuente o el cómplice encuentran más atractiva la oferta de recompensa que el producto del delito, éste no se comete. Si el ciudadano «varado» encuentra el recurso de vender sangre, también se remedia la carencia. La gente que vive dentro del bienestar ni busca la recompensa por el deber de denunciar, pues su recompensa es la restitución del orden, ni vende sangre, pues de algún modo tiene interés en que el Banco de Sangre tenga suficiente provisión.
Creo (también en referencia a lo que dice Alejandro) que se habla de cosas diferentes. Una cosa es el ciudadano de clase media de la capital (aunque no se gane 25 salarios mínimos, categoría que según El Tiempo corresponde a la ¡clase media!) y otra cosa es el indigente urbano o rural. Teóricamente la recompensa corrompe a una ciudadanía redimible para el civismo, pero para creer en esa figura se piensa en la clase media. En la realidad la recompensa va dirigida a gente que siempre ve en el Estado y en el policía un enemigo, y eso no se remedia con mohínes de zen tropical sino creando el bienestar, es decir, la seguridad, es decir, el imperio de la ley, es decir, capturando a los delincuentes.
La recompensa sería funesta si dejara de ser una oferta provisional para una situación extrema. Lo que para mí es sorprendente es la ceguera de los colombianos de clase alta ante la gravedad de su situación. En un año como 2000 era casi imposible encontrar un letrado que temiera por su vida o por una situación de caos, lo que había era una gran esperanza de que la justicia social diera sueldos por ser escritor.
Alejandro Vélez
17 septiembre, 2006 at 4:47 pmComo dice Brodsky (o sería Borges? No recuerdo bien), “hay un tonito fastidioso que en Colombia se conoce como ‘estilo Monseñor López Trujillo’. Lo tiene Poncho Rentería, en el género cómico ligero; lo tiene Fernando Londoño, en el picaresco de enredo; lo tiene Jaime Ruiz, en el patético-pomposo”.
Sergio Méndez
17 septiembre, 2006 at 5:13 pmPues Caballero es un pobre diablo que no tiene más que aferrarse a argumentos lingüísticos para descalificar un discurso sobre tributación.
Un burro hablando de orejas…
En cuanto a lo de las recompensas, creo que lo mas interesante es que ponen de relieve el carácter de este gobierno: no el de un presidente que preside un gobierno de caracter cívico y democrático, sino el de un Sheriff que paga para imponer la ley en una sociedad salvaje. Al menos ahó se nota la influencia anglosajona, o mejor aún, la influencia del actual presidente norteamericano, inegablemente.
Anónimo
17 septiembre, 2006 at 5:17 pmJaime:
No denunciar no siempre es un delito. Muchas veces sólo se sospecha algo. No se sabe nada con certeza. Y se requiere valor y compromiso social para denunciar. No se trata solamente de cumplir la ley.
Nadie está criticando los pagos para que los criminales se denuncien entre sí. Eso no tiene discusión. Pero la política es muy distinta: las recompensas se convirtieron en un show y en la base e la remuneración de los soldados.
Si los pagos y la policía sustituyen completamente las virtudes ciudadanas, nos convertiremos en lo que Ud. tanto teme: Cuba.
Jaime Ruiz
17 septiembre, 2006 at 7:58 pmAnónimo: no puedo olvidar a García Márquez pidiendo en un congreso que se reformara la ortografía. ¿Por qué no empezaba él en sus libros, como hizo Juan Ramón Jiménez? Porque en mentes semejantes todo sale del gobierno. Lo que distingue a Cuba no es el soborno ni la policía, sino la falta de libertad. Nadie persigue la promoción del civismo, al menos en las ciudades, pero todos están pendientes sólo de las políticas gubernamentales. Y es que si se quitan las recompensas no aumenta la denuncia. Para que eso ocurra falta una actitud en la gente, una actitud que nadie promueve.
Tal vez sí haya excesos pagando recompensas a los soldados, pero si no se pagaran tampoco habría más solidaridad ciudadana, con lo que esos muchachos sólo son esclavos condenados a jugarse la vida por nada, a los que nadie reconoce: personas fácilmente sobornables y poco entusiastas a la hora de combatir. Y se vuelve a lo mismo, hay recompensas porque no hay moral. El remedio para esa carencia no son las recompensas, pero quitándolas no se arregla nada. Al menos ese incentivo ha servido para desactivar la guerra civil, sólo es que en el medio universitario se vive como si esa guerra nunca hubiera estado cerca, como si el Estado fuera inagotable y sólo hubiera que pedirle perfecciones. En realidad lo que parece un crimen es ponerse en contra de los promotores de las masacres. Ése es mi punto.
Anónimo
17 septiembre, 2006 at 8:36 pmProfesor Gaviria:
Definitivamente usted me pone a pensar y también me hace caer en cuenta de algunas de las fallas del gobierno.
Antes, yo era más que furibista, ahora creo que veo las cosas desde distintos puntos de vista y ello me ha hecho mejor persona.
Creo que la mejor forma para no caer en círculo vicioso con esto de las recompensas y generar un pequeño modelo sostenible de ‘informantes’ es educando a la gente, con más cultura de convicción ciudadana, algo más mockusiano.
Luis F. Jaramillo
[email protected]
Anónimo
17 septiembre, 2006 at 9:11 pmEl problema de «recompensar» por algo que ES simplemente un deber ciudadano (denunciar a los que van a cometer o comenten crímenes: alguien tiene dudas sobre si esto es correcto o incorrecto?) tiene un problema adicional: cuando el Estado «paga» por ello hace que el ciudadano rompa todo vínculo personal con la acción que va a denunciar, como si a él no le afectara personalmente y estuviera cobrando porque le está prestando una especie de «protección» (al denunciar) a «alguien más». Pero no es a alguien más: el a él mismo, al propio ciudadano, como miembro de un grupo que se llama «ciudadanía» y cuya paz y tranquilidad están siendo violentadas por los que se dedican a cometer actos contra la tranquilidad, vida y/o bienes de las personas. Por eso Mockus fue efectivo y Uribe no: Mockus puso todo el énfasis en construir conciencia ciudadana y apeló al deber de los ciudadanos (tenemos deberes además de derechos, no?), mientras que Uribe utiliza –de buena fe, no cabe duda– el más perverso de los incentivos: la plata cuando se habla de defender el bienestar de la comunidad.
Mauricio
17 septiembre, 2006 at 9:21 pmComo lo han sugerido Daniel y Luis Fernando, la idea es no quedarse en las recompensas. Gobernar también es educar (“falta una actitud en la gente, una actitud que nadie promueve”, dice hasta el mismo Jaime Ruiz). Uribe nos ha dado seguridad, pero, mientras tanto, ha convertido al Estado en un dispensador de regalitos y recompensas. Me parece que a Jaime Ruiz su animadversión hacia Mockus lo lleva a defender una política que tiene muchos problemas. Al menos Mockus promovía esa actitud que, según Jaime mismo, hace tanta falta.
Anónimo
18 septiembre, 2006 at 12:39 amUsted agarra un ladrón dentro de su casa y se lo entrega a la policía y esta le pide que judicialice al sujeto, usted se metera en un lío enorme por que en este país las garantias son minimas a las 72 horas de poner el denucío recibira las primeras amenazas contra usted y su familia y terminara quitandola o por lo menos no se presentara a la audiencia por fisico y legitimo culillo. Los colombianos no denunciamos por que no confiamos en el sistema y tenemos más de una razón para aseverarlo, a mi me pasó ya, agarre a un ratero y termine pagandole abogado…
lelo69
18 septiembre, 2006 at 12:54 amAlejandro Gaviria hace una inteligente y aguda evaluación del tema de las recompensas, yo a tratare de dar mi humilde opinión en este foro. La gente que dona sangre con cierta regularidad lo hace por creer que es bueno para la salud y realmente son una minoría (que se cree el cuento y se aguanta el puyazo), la mayoría lo hace como respuesta a una petición de la clínica donde tiene un familiar que la necesita, si no la dona la tiene que comprar o la persona es más responsable y si sabe que su sangre no esta contaminada con ningún virus «se sacrifica por el hermano» El 90 % la vende al mejor postor por pura necesidad. Igual sucede con las denuncias, unos pocos lo hacen por convicción aunque se expongan, otroa por que les toca dado que la situación trascendio, pero la gran mayoría callan por que no tienen garantias y solo lo harian por dinero. Donde esta el problema? en que la inmensa mayoría de colombianos sentimos no tener gobierno ni autoridad, sentimos que la impunidad es la norma y que demandar es un riesgo mortal.
Por otro lado la policía, Gaula y todas las ias viven del chantaje y de de la suma de puntos con los jefes y eso se promueve desde el Palacio de Nariño
Scared Crow
18 septiembre, 2006 at 1:35 amLo que es impudico, inmoral y abusivo es que un Gobierno, el que sea, preconice las virtudes morales (ese «dejen el gustico pa’despues», ese tonito de reprimenda paternal que refiere Gaviria) y que ademas, para hacerlo se vea obligado a ofrecer recompensas pecuniarias; Gaviria lo deja claro en los ejemplos que cita, contraproducentes para el mismo sistema.
Dice Jaime:
«Tal vez sí haya excesos pagando recompensas a los soldados, pero si no se pagaran tampoco habría más solidaridad ciudadana, con lo que esos muchachos sólo son esclavos condenados a jugarse la vida por nada, a los que nadie reconoce: personas fácilmente sobornables y poco entusiastas a la hora de combatir. Y se vuelve a lo mismo, hay recompensas porque no hay moral.»
Y se me ocurre pensar que ese generico «muchacho» de la historia puede ser tan soldado como guerrillero, y es que la verdad la dice el propio Jaime luminoso: «no hay moral», qué moral va a haber en una guerra fratricida en la que un muerto es un positivo contante y sonante?; si existe ese nivel de miseria que denuncia Jaime entonces porque no pedir aumentos de sueldo para esos «esclavos condenados a jugarse la vida por nada»? (esta frase suelta, en el rigor argumental de Ruiz parece mas bien una debilidad de estilo, o mejor aun una copia lastimera de un discurso de izquierda).
Sera que el soldado y el guerrillero del asunto combaten con tan poco «entusiasmo» porque sospechan que estan echandole plomo a una guerra inane? («Es peor enviar a alguien a matar que enviarlo a morir» dixit Borges)
Y para continuar con don Jorge Luis, infaltable en cualquier blog, recuerdo haberlo leido hablando de esto de los premios y recompensas, diciendo que descreia del cielo y de cualquier recompensa, que él veia como un soborno:
«…Eso lo dice Major Barbara en la comedia Major Barbara, del Ejército de Salvación “he dejado atrás el soborno del cielo”; es decir, la idea de ser premiado por los buenos actos, o, lo que viene a ser lo mismo, el temor de ser castigado por los pecados…»
Jaime Ruiz
18 septiembre, 2006 at 3:25 amA mí para ser sincero los comandantes guerrilleros no me despiertan tanto asco como los que hablan de la guerra inane y sin sentido y demás. No creo que hagan tanto daño, por no hablar de algo presente en la historia siempre como es el guerrero y el hombre del limes tratando de surgir.
De modo que una banda de asesinos al servicio de combos de delfines intenta imponer su tiranía, cuyos efectos todo el mundo conoce, y el intento de defender la institucionalidad existente, las libertades y también el derecho a elegir a los gobernantes, se convierte en una guerra inútil, absurda, etc.
Es triste tener que repetirse tanto, los guerrilleros son los hermanos de los soldados. Los enemigos de los colombianos humildes, los que en realidad fabrican las víctimas, son esos miserables mentirosos. ¿Que son la inmensa mayoría de los que han pasado por la universidad? He ahí la respuesta, hay una guerra de la inmensa mayoría de los que han pasado por la universidad contra los demás colombianos. Basta con pensar qué clase social va a la universidad.
Se encubre en retórica leninista pero es simple: la débil institucionalidad democrática se pretende destruir para volver a la esclavitud franca. Y ahí sí que es comparable el soldado al guerrillero, este último es el soldado de los doctores, que mantienen su sistema en el que la educación determina ingresos altos (no porque se aprenda nada, sino porque a punta de violencias Fecode y los demás clubes de doctores impusieron la ley de pagar por el diploma) y por mucho que se ganen más de veinte veces el PIB per cápita se consideran clase media agraviada.
El chiste es que como la guerra es absurda y todos son malos no hay que resistir. ¡Es tan tentadora la paz!
¡Pobres guerrilleros, tener que vivir en condiciones tan espantosas para asegurar rentas y poder a semejantes personajes!
Scared Crow
18 septiembre, 2006 at 3:38 amY sobre la polemica entre Caballero y Gaviria al primero se le quedo otra perla entre el tintero, y si estoy mal que venga Jaime y me corrija:
«(…)No sé si Marianne y Caballero lo sabrán, pero las exenciones que defienden con tanto ahínco(…)» Lo sabrán?, cuándo será eso?; según el DRAE la conjugación futura del verbo saber es esa precisamente: sabrán; yo creo que lo que quiso decir Gaviria fue: no sé si … lo sepan….; en fin, los argumentos que reclama Gaviria estan implícitos en la respuesta (o caricatura) de Caballero, y releyendola encuentro que sí tiene un argumento y no se concentra solamente en la caceria de perlas que condenan Gaviria y Jaime, y hasta el mismo hecho de enumerarlas es un argumento en sí mismo.
Que Caballero es ligero?, sí, de acuerdo, exagerado también, pero al decir que Caballero «no tiene más que aferrarse a argumentos lingüísticos para descalificar un discurso sobre tributación» espera uno que el discurso sea un estudio o por lo menos una analisis riguroso sobre lo de las exenciones, lee uno la columna de Alejandro y hay opiniones, propias y ajenas, elucubraciones sin solidos argumentos, citas; mejor dicho, no veo por ningún lado la evidencia de ese «sentido común refinado, como todo en economía.», que de manera tan clamorosa y arrogante proclamo Gaviria en los comentarios a su columna, eso es lo que me aburre en suma: la pretensión, que los lleva a calificar de profanos a todos aquellos que no comulgan con la ortodoxia economista.
Alejandro Gaviria
18 septiembre, 2006 at 4:32 amAncora: “No sé si sabrán” es una frase hecha. Se utiliza todo el tiempo, hace parte del uso vernáculo del Español y eso es lo que a mí me importa. Siempre habrá desocupados buscando perlas. Creo que encontraron más de 1000 en “La Fiesta del Chivo”: dos por página. Lo que no la hace ni peor, ni mejor novela.
Citas, elucubraciones, supuestos, teorías no probadas, todas esas cosas que usted menciona forman, en conjunto, un argumento; argumento que uno puede rebatir o defender con otros argumentos. Lo de Caballero es otra cosa. No es que sus argumentos sean dudosos. Es que no existen.
Jaime Ruiz
18 septiembre, 2006 at 4:59 amPerdón por meter aquí otro comentario sobre el lenguaje, es que la suposición de El Áncora es escandalosa, y no es nada personal, él expresa una realidad, todo colombiano «culto» habla así, no sé por qué «sea» (!). Yo he publicado dos posts en Gazapping sobre eso. En el más reciente pongo enlaces a las búsquedas de google sobre esas frases.
Sobre el futuro, copio (perdón por la extensión) del Diccionario de María Moliner, compuesto hacia 1950. Estoy seguro de que ese uso ya se daba en tiempos de Cervantes:
b) Con futuro imperfecto (simple) o perfecto (compuesto) se enuncian con sentido de suposición o cálculo aproximado acciones referidas al presente, al pasado o al futuro: Lo pagará (estará pagando) a plazos. Lo habrá dicho en broma. Lo comprará (con el significado de «me figuro que lo comprará») con la ayuda de su padre. Este valor tienen las formas perifrásticas construidas con el futuro de «venir a»: Vendrá a tardar un par de semanas. (Números 7, 56 y 102 del cuadro.) Con el mismo significado se usa interrogativamente en frases con que se muestra *duda o *extrañeza: ¿Será posible? ¿Lo habrá dicho en serio?. Con tono mezclado de interrogativo y exclamativo se expresa, además de duda o extrañeza, *condenación de la cosa que se comenta: ¡Habrase visto? ¡Habrá sinvergüenza semejante? ¡Se atreverá a tanto?.
Si tuviera tiempo encontraría montones de casos en columnas de Caballero, y como es un señor que escribe bastante bien, me sorprendería mucho encontrar un «no sé si lo sepan».
Scared Crow
18 septiembre, 2006 at 10:21 amJaime, acepto la reprimenda, por eso habia pedido de antemano su corrección, no soy gramático. (Ya me imagino el reproche: » No es gramático, es ignorante…») Y a riesgo de escandalizar un poco mas insisto en que esa frase, tal cual esta parece coja, no creo que ese futuro figurado o de suposicion corresponda, me parece que el subjuntivo es mas conveniente; quizas sea una tara estetica mia, quien sabe, tampoco soy pescador de perlas, me basto con las mias. Y no sea perezoso hombre, saque un tiempito y deleitenos con las perlas de Caballero.
sillogysmes_mao
18 septiembre, 2006 at 2:43 pmEDUCACION Y CULTURA CIUDADANA. Y uno piensa en las «recompensas» que reciben nuestros maestros rurales. Y los Mockus que cuelgan material docente para aliviar la «desigualda social» con versiones abreviadas de civismo franquista.Si al final son policias de transito,sera por hastio.
sillogysmes_mao
18 septiembre, 2006 at 3:07 pmAgudo oido el de Gaviria.Lo mejor de Vargas Llosa son sus frases hechas.No vende gramatica.No le interesa. ( por ahora )
El Chico de la Tapa
18 septiembre, 2006 at 3:11 pmLo de Caballero es una bobada. Es un artificio ante su incapacidad para defender las exenciones a la cultura. Pero es sobretodo una desconsideración con sus lectores a quien no debería hacernos perder el tiempo leyendo una columna de gramática cuando prometió rebatir los argumentos de Gaviria sobre un tema concreto que le incumbe por ser él mismo beneficiario de esas exenciones.
sillogysmes_mao
18 septiembre, 2006 at 5:06 pmVLADO Y BOB saben que hay muchos tipos de licencias ‘copyleft’.
El editor
18 septiembre, 2006 at 9:09 pmAlejandro Gaviria:
No me aguanto las ganas de preguntarle (teniendo en mente sus anteriores articulos sobre el trafico de drogas) qué piensa de la entrevista a Sandro Calvani publicada en el ultimo numero de la revista Semana.
http://www.semana.com/wf_InfoArticuloNormal.aspx?IdArt=97098
Narzo
18 septiembre, 2006 at 10:08 pmDesde que compro el espectador, face poco mas de un año, siempre leo cuidadosamente su columna, incluso las recorto y las colecciono, pero un dia preste una de mis favoritas y se me perdio, me gustaria recuperarla, si no estou mal se llama «las trampas del pragmatismo». Si usted me puede colaborar le agradeceria mucho. mi correo es [email protected]
Anónimo
19 septiembre, 2006 at 3:27 pmPerdón,…… ¿ cual virtud ?
zangano
20 septiembre, 2006 at 9:20 ama los linguistas y filologos del blog:les recuerdo que el idioma escrito es diferente del hablado,la licencia literaria ,permite usar lenguaje hablado, en los dialogos escritos,aparte de esto, nosotros y tambien los espanoles ,hablamos castellano,ya que no hay un tal idioma espanol,los peninsulares tienen varias lenguas oficiales.
sillogysmes_mao
20 septiembre, 2006 at 4:32 pmAHORA BIEN : uno entiende que con frases hechas la lengua literaria de Vargas LLosa defiende las tesis del populismo neo-liberal. Al tipo le ha ido bien.Cuando dispara contra Evo Morales a uno le queda la sensacion recurrente de que los refinados socialistas franceses no lo desprecian.Se lo tragan y le ordenan transferencias blindadas hacia Soros. ( Al fin y al cabo el ‘consmopolita-inca’ es un experto en Victor Hugo y ya finalizo sus estudios.)
Adán
21 septiembre, 2006 at 7:12 amSandro Calvani, narcotraficólogo
Ahí está pintado uno de los rasgos más enquistados de la idiosincrasia colombiana. Justo allí, en el peso asignado a las palabras de un señor que viene de afuera con un apellido que les suena bonito, que apenas abre la boca la gente se postra de rodillas.
Desde el principio de la entrevista podemos detectar la proclividad al sometimiento intelectual con el que estamos dispuestos a entregarnos. -«Su país Italia…» Nosotros: -¡¡Oooohhh!! -«Ciudadano del mundo…» Nosotros: -¡¡Oooohhh!! -«Cada uno de sus cuatro hijos nació en un continente diferente…» Nosotros: -¡¡Oooohhh!! Y así…, no los sigo cansando. Constátenlo.
Dicho señor vende la teoría de que para extirpar el narcotráfico, basta la actitud, que es, según él, lo que nos hace falta. Si lográramos generalizarla, sería suficiente. Que los campesinos remplacen su modus vivendi. Que remplacen los cultivos. Que -y ahí parece estar la clave de su propuesta- nos volquemos a comprar los productos que substituyen a los ilícitos.
La verdad es que no voy a jurar que este señor está haciéndole publicidad a su tienda, donde aparece retratado y de la que dan referencias explícitas. Voy a referirme a las incongruencias de su discurso.
Primero, compara al Apartheid con el narcotráfico. Craso error. Son incomparables. El Apartheid jamás fue una industria, como si lo es el fenómeno contrastado, por más que algún economista loquito de Sudáfrica haya querido gravarlo. Era un fenómeno sociológico con raíces e implicaciones económicas, no al revés.
Segundo. Sus ejemplos de Tailandia y de otros lugares pecan de superficialidad, cuando omite que, si se logró incluir a los campesinos de ese país en la economía formal, el fenómeno se reimplantó en naciones como Afganistán, donde resurgió una vez desapareció la mano dura de los talibanes y se estableció el desorden de la ocupación, o se trasladó hasta países tan remotos como -quién lo iba a pensar- Colombia, donde el cultivo de amapola es bastante más reciente que el de coca. Todos los países que nombra padecen regímenes de fuerza que, si acaso, logran mover hacia otras naciones el industrioso renglón. En la remota posibilidad de que, entre nosotros, a todos los campesinos cocaleros se les ofreciera una alternativa lícita más viable que su azarosa actividad, y en el caso aun más improbable que otros campesinos no substituyeran a los que se integraran a la legalidad, hacia cualquier otro país se dirigiría la siembra de los cultivos y la producción de drogas ilícitas.
Porque el sabio extranjero de marras olvida un precioso detalle: en esa industria existe una demanda, que de alguna forma hay que suplir. Su propuesta va dirigida, en el mejor de los casos, a endosarle el «problemita» a un vecino, no a extirparlo. Ese es el error fundamental de su carreta.
Y dejemos de estar obnubilados con nombres, acentos y trayectorias muchas veces dudosas, para centrarnos en las ideas. No nos dejemos pintar pajaritos preñados basados en tesis como la del «fuerte nivel de incautaciones de excelentes tierras de los narcos», que bastante embolatada está.
Anónimo
21 septiembre, 2006 at 9:33 pmHay! Alejandro… me diverti con la regañadita que te dió Antonio, es mejor que escribas otras vainas, Antonio te gana en cultura, es mas reposado, tranquilo y tiene un humor que desbarata poses de pretendida intelectualidad como la tuya.
Anónimo
21 septiembre, 2006 at 10:04 pmlas columnas pueden ser pa burlarse, pa pintarle la cara al otro.
Dejemos de pensar que solo son ventanitas para formular tesis y demostrarlas con artificios efectistas.
lo que importa en la columna de Caballero es el humor, la burla…no los argumentos…debió reírse haciéndola y nosotros leyéndola, eso es lo importante.
Así como Quevedo se burlaba de Góngora por narizón (nariz de judío). No le demos tanta trascendencia al debate, hay espacio para otras cosas.
no?
Anónimo
21 septiembre, 2006 at 10:22 pmDe acuerdo. Atinado el anterior comentario, una columna no modifica la realidad, al fin y al cabo solo se trata de una sensación de que las cosas pueden ser de otra manera a partir del artilugio de la expresión, que en su derecho debe ser respetada y valorada , posiblemente son pistas para entender el mundo que nos tocó vivir pero… la verdad es muy diverido leer a Antonio y el papayaso que le dió don Alejandro.
Anónimo
22 septiembre, 2006 at 12:54 amTranquilo don Alejandro.
Apesar de tus despropósitos al analizar cosas que no tienes claras, es muy importante, respetable y necesaria tu voz, tranquilo que uno en la vida poco a poco va aprendiendo.En otros anális en verdad eres muy brillante y razonable.
Jaime Ruiz
22 septiembre, 2006 at 3:24 amJua jua jua. Hace casi treinta años conocí a un profesor que había vivido en Europa y se quejaba mucho de Colombia, de la frivolidad de la gente y de las tonterías en que viven. Los babosos de los últimos comentarios expresan eso a la perfección: ¿de qué cantan victoria? ¿De que Caballero no puede argumentar nada? ¿De que tiene que inventarse significados de palabras para encontrar argumento? «Mamar gallo», les parece a estos imbéciles un gran logro, y cualquiera que hable en serio de algo les parece bobo.
Es la clase de gente que sigue a Caballero, y es muy interesante porque se sienten muy superiores a los estadounidenses. Sobre todo muy superiores moralmente, pero esa superioridad sólo es un secreto que un mentecato le transmite al otro, cualquiera que los mire bien siente un poco de asco y otro poco de lástima, pero ellos tienen el recurso de intimidar o de mirarse unos a otros para confirmar su rango.
Antonio Caballero es el líder de esa clase de personas. Mientras ese hombre mantenga su protagonismo los gringos sentirán un desprecio absoluto por los colombianos: igual que los japoneses y los europeos y los chinos. Antonio Caballero es el Chávez colombiano, y su antiamericanismo redime a los colombianos como los chistes sobre el azufre de Chávez.
Sólo es esa especie de subhombre que prosperó como fermento de la esclavitud, del catolicismo, del reblandecimiento moral que produce el aislamiento y el atraso. La retórica de ese caballerista (parece la misma persona) alguna vez será ejemplo de imbecilidad.
zangano
22 septiembre, 2006 at 9:38 amal que le falta sentido del humor es al doctor honoris causa en lenguaje de energumeno y procacidad proamericana.
El editor
22 septiembre, 2006 at 10:21 amCaballero y Gaviria tienen posiciones contrarias pero por lo mismo me gusta leerlos a ambos, porque son complementarios. No sé si se acuerdan del poema de Borges que figura al dorso del separador de libros de la libreria Lerner? A ratos hay que pegarle una repasadita… para no caer en sectarismos.
Y a todas estas no sé porque a Jaime Ruiz le molesto tanto la ultima columna de Caballero? Tal vez porque se sintio reflejado y no le gusto la imagen que le devolvio el espejo. Al fin y al cabo, la correccion gramatical y ortografica para descalificar al adversario es una de las herramientas argumentativas de Ruiz.
La diferencia es que para Ruiz el lenguaje pone de manifiesto la moral, para Caballero, en cambio, la ideologia.
Sergio Méndez
22 septiembre, 2006 at 3:01 pmOh no, ¡los Übermensch norteamericanos desprecian a los subhombres colombianos! ¡Todo es culpa de Antonio Caballero! ¡Si los monos no nos aman estamos perdido! ¿Qué hará este pueblo racialmente inferior sin el amor de Bush y su corte? Afortunadamente el redentor Jaime Ruiz, que a pesar de ser colombiano no pertenece a nuestra inferior raza de homínidos, vendá a salvarnos…y yo que pensé que el Mesías era Uribe.
Alejandro Gaviria
22 septiembre, 2006 at 3:04 pmYo seguiré usando mis columnas para exponer tesis y seguiré exhibiendo mi pretendida intelectualidad. Por ejemplo, seguiré insistiendo en que financiar películas de Dago Garcia o de otros tantos aprendices de cineastas es un despropósito. O en que perdonarle los impuestos al Grupo Santillana es un sinsentido. O en que subsidiar a los empresarios de conciertos es una inmoralidad. O en que regarle plata a Antonio Caballero es una infamia, a pesar de su cultura, de su gramática y de sus poses decimonónicas.