Las cirugías estéticas parecen haber desbordado el límite de la cordura. Katiuska Mendoza, una cantante vallenata de 19 años, murió recientemente tras una cirugía cosmética de nariz. Jessica Cediel, una presentadora de televisión ya casi treintañera, tuvo que enfrentar serias dificultades médicas (y algo más) después de un tratamiento estético en sus glúteos. Más de 300 mil mujeres están en riesgo de una rotura súbita de unos implantes mamarios defectuosamente fabricados por la compañía francesa PIP (Poly Implants Prothèses). Pero todas estas noticias son apenas la punta del iceberg, la parte más visible de una industria médica que ha crecido rápida y desordenadamente, impulsada por una demanda insaciable por cirugías y tratamientos cosméticos. “Por eso es que ahora dicen que no hay mujer fea, siempre que haya cuchilla la plata sale de donde sea”.
El fenómeno en cuestión no es una aberración colombiana. Hace dos semanas la revista Newsweek reportó que, en Estados Unidos, en medio del desempleo y las angustias económicas, la demanda por cirugías plásticas sigue en aumento. Las gringas tienen claras sus prioridades: están gastando menos en comida, pero más en implantes mamarios y en la remodelación de sus cuartos traseros. En China, Brasil, India y Colombia, los cirujanos no dan abasto. Las clínicas clandestinas ofrecen procedimientos a precios de remate, pagaderos en módicas cuotas mensuales. La novela china más vendida de los últimos tiempos, un mamotreto de más de mil páginas escrito por Yu Hua, el Gustavo Bolívar de nuestras antípodas, cuenta la historia de dos hermanos que se ganan la vida vendiendo, de pueblo en pueblo, implantes pectorales medio hechizos. La fiebre de la silicona es global.
¿De dónde viene toda esta demanda desaforada? La explicación es simple, en mi opinión. Bastan unos cuantos ejemplos para entender la lógica del asunto. Si los compañeros de oficina trabajan horas extras para impresionar al jefe, uno se ve forzado a hacer lo mismo. Si nuestros colegas acumulan títulos superfluos, un cartón adicional se vuelve casi un imperativo. Si unos cuantos hinchas deciden, por cualquier razón, pararse para ver el partido, todo el público termina de pie. De la misma manera, si las cirugías estéticas se generalizan, se convierten en una necesidad apremiante. La demanda de unos impulsa la demanda de otros.
La explicación es circular, pero funciona. Hay un choque inicial, una caída del precio, una innovación que pone en marcha una dinámica de refuerzo mutuo. Con el tiempo la popularidad de los procedimientos cosméticos altera los estándares de la apariencia y los hace aún más populares. Paradójicamente el botox hace más visibles las arrugas. Los implantes mamarios, más conspicuas las tallas pequeñas. Etc. Las mujeres dicen, con razón, que sus decisiones son racionales, que desean conservar sus trabajos y sus parejas, que están invirtiendo en autoestima, que deben estar a la altura de las cambiantes circunstancias.
El crecimiento de las cirugías y los procedimientos estéticos no es una consecuencia perniciosa de la globalización o del materialismo capitalista. Por el contrario, parece impulsado por una suerte de instinto, por la lógica de la competencia sexual descrita por Darwin hace ya 140 años. Las chicas plásticas son más naturales de lo que parecen. Son humanas. Demasiado humanas tal vez.