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24 diciembre, 2011

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Entusiasmo

Las noticias económicas no podían ser mejores. El Producto Interno Bruto (PIB) creció 7,7% durante el tercer trimestre del año, un resultado que superó incluso las cuentas optimistas del gobierno. La sorpresa económica tiene varias explicaciones: un crecimiento excepcional de la construcción de obras públicas (superior a 20%), un muy buen comportamiento de la construcción de vivienda y un desempeño notable de la minería. Probablemente el resultado sea irrepetible: el crecimiento inusitado de las obras públicas obedeció en buena parte a una distorsión estadística, a la caída atípica de este mismo rubro durante el tercer trimestre del año anterior. Pero sea lo que sea, el resultado es notable. Sobresaliente, podríamos decir.
El resultado pone de presente el contraste entre los comportamientos económicos de las economías avanzadas y las economías en desarrollo. Mientras en Europa las malas noticias son pan de cada día, en América Latina las buenas noticias se han vuelto costumbre. Hace un mes, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) anunció una reducción histórica de la pobreza en casi toda la región. El Banco Mundial hizo el mismo anuncio esta semana. Pero muchos analistas insisten, tercamente, en una supuesta dimensión global de la crisis, en la similitud de las tensiones económicas de los distintos países y en la coincidencia de las angustias materiales de los habitantes del planeta. “No, no y no”, habría que decir. “El capitalismo no está en crisis, está simplemente cambiando de dueño”, señaló recientemente un analista local. Razón no le falta.

Durante el tercer trimestre de 2011, la economía colombiana creció más aceleradamente que cualquier otra economía latinoamericana. Los motivos para el optimismo son muchos. Pero cabe señalar algunos problemas en ebullición. El caso de Brasil es ilustrativo de un primer tipo de problema. La economía brasileña salió rápidamente de la crisis mundial de 2009. Creció por encima de 7,0% en 2010 empujada por una fuerte expansión del crédito. En algún momento parecía imparable, encaminada hacia una década brillante. Pero la ilusión llegó a un final abrupto. El crecimiento insostenible del crédito llevó, primero, al recalentamiento y, después, a la desaceleración. La economía brasileña pasó de milagro a espejismo en menos de un año. No estoy diciendo que lo mismo va a sucederle a la economía colombiana (no lo creo así), pero lo sucedido en Brasil llama la atención sobre los peligros del exceso de entusiasmo de prestamistas y prestatarios.

El segundo tipo de problema es más de largo plazo. En buena medida, la economía colombiana está viviendo una típica bonanza externa, sustentada en la producción y exportación de materias primas: el crecimiento de la inversión extranjera, del crédito y de la construcción son síntomas característicos. También lo es la concentración de la oferta exportadora. Hace una década las exportaciones de petróleo, carbón y minerales representaban menos de 30% de las exportaciones totales. Hoy representan más de 60%. Por definición, estas bonanzas son transitorias. Y no siempre dejan un legado positivo. Pueden dejarlo, pero nada está garantizado.

En fin, los resultados son positivos. Hay razones para celebrar, pero con los ojos abiertos. Los aguafiestas siempre tienen un papel que cumplir, sobre todo en estas épocas de entusiasmo y agitación.