A comienzos de esta semana, el Departamento Nacional de Estadística (DANE) publicó los resultados del mercado laboral correspondientes al mes de noviembre. Las cifras cuentan una historia conocida: el desempleo ha caído levemente como resultado del aumento de la informalidad, del crecimiento de los malos empleos, del dinamismo del rebusque. Las cifras revelan también una historia menos conocida, casi inédita: la creciente importancia de la ciudad de Bogotá en el mercado laboral colombiano. Bogotá tiene la menor tasa de desempleo del país con la excepción (irrelevante en términos cuantitativos) de San Andrés.
En Colombia, la geografía del desempleo exhibe un patrón bien definido. Las mayores tasas ocurren en el centro del país, en Pereira, Armenia, Ibagué y Manizales. En el sur del territorio, en Pasto, en Popayán, incluso en Cali, las tasas también superan el promedio nacional. En la Costa Caribe las tasas son mucho menores: en Santa Marta, Barranquilla y Cartagena son de un solo dígito. En Bogotá, la tasa de desempleo es de 8,6%, diez puntos porcentuales menor que en Pereira, cinco puntos menor que en Cali, cuatro puntos menor que en Medellín y dos menor que en Bucaramanga. (Un paréntesis: los resultados anteriores no tienen mucho que ver con la gestión del alcalde Moreno, pero si las cifras fueran otras, negativas en lugar de positivas, los medios de comunicación ya lo habrían enjuiciado: la asignación de los méritos y las culpas en la política es caprichosa, subjetiva, dominada por juicios superficiales pero inamovibles).
Las tasas de desempleo subestiman la primacía de Bogotá. Los números absolutos cuentan una historia aún más interesante. Bogotá tiene menos del 20% de la población del país, pero concentra más de la mitad de los nuevos empleos. Esta concentración no obedece, como podría creerse, a la construcción de obras civiles o al aumento del empleo público; se debe, mejor, al crecimiento desproporcionado de la informalidad y el subempleo en la capital colombiana. Entre enero y noviembre de 2010, el subempleo objetivo creció 20% en el país y 50% en Bogotá. Dos terceras partes de los nuevos subempleados residen en Bogotá.
Actualmente Bogotá es el gran epicentro nacional del rebusque, una especie de cluster de negocios informales que emplea a millones de personas de todas las regiones del país. “Aquí el que no trabaja es porque no quiere”, dicen los taxistas bogotanos. Y las cifras parecen darles toda la razón. Un desempleado residente en Pereira o Popayán, cansado de esperar un milagro imposible, tiene una alternativa más o menos cierta si quiere superar su situación: emigrar a Bogotá, el paraíso de los rebuscadores, la ciudad de los muchos malos empleos.
Con la internacionalización de la economía, la preeminencia económica y laboral de Bogotá iba supuestamente a disminuir: otras ciudades, menos encumbradas, concentrarían los nuevos negocios y los nuevos empleos. Pero nada de eso ha ocurrido. Con el crecimiento de la informalidad ha crecido también la importancia de Bogotá: por razones de escala, los negocios informales se benefician de la concentración urbana. La informalidad depende de la gente y la gente depende cada vez más de la informalidad. En últimas, Bogotá se está convirtiendo en una gran paradoja: una ciudad donde, en teoría, poca gente quiere vivir, pero donde, en la práctica, cada vez más y más gente tiene que vivir.