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26 octubre, 2008

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Crisis y plegarias

La crisis financiera parece no tener fin. Las bolsas continúan cayendo en medio de un pesimismo generalizado sobre el futuro de la economía mundial. Hasta hace apenas unas semanas las llamadas economías emergentes (el apelativo podría convertirse en una ironía) parecían seguras, convenientemente alejadas del epicentro de la crisis y protegidas, además, por un escudo portentoso de reservas internacionales. Pero esta semana las ilusiones de un blindaje han desaparecido. Aparentemente la crisis tendrá efectos devastadores sobre algunos países en desarrollo. La recesión global amenaza, en últimas, con sumergir a muchas economías emergentes.

Los efectos de la crisis no serán uniformes. Unos países sufrirán más que otros. Los más afectados serán los grandes exportadores de materias primas (Rusia, por ejemplo), los dependientes del ahorro externo (Hungría, por ejemplo) y los dependientes del mercado de los Estados Unidos (México, por ejemplo). Algunos países de la periferia podrían experimentar fugas masivas de capital, como consecuencia de la mayor seguridad relativa garantizada en las últimas semanas por los países del centro. En términos locales, la bonanza de confianza podría terminar abruptamente, tal como ocurrió con las bonanzas de materias primas en el pasado. La seguridad democrática y los estímulos tributarios no podrán, llegado el momento, detener los capitales.

El caso colombiano es singular. Colombia no es excesivamente dependiente de los precios de las materias primas, del ahorro externo o de las exportaciones a los Estados Unidos pero depende de las tres cosas a la vez. Colombia es vulnerable por acumulación. No va a ser noqueada por la crisis pero podría perder por decisión unánime. La simultaneidad de una caída de los precios de las materias primas, un frenazo de los flujos de capital y una recesión profunda en los Estados Unidos traería consigo inevitablemente una fuerte desaceleración económica. Este escenario no es el más probable. Pero es posible. Y su probabilidad aumenta días tras día.

El Gobierno, sin embargo, parece pensar de otra manera. El Presidente está dedicado a elevar peticiones al cielo con la esperanza de que el Espíritu Santo ilumine a los directores del Banco de la República (sus peticiones no fueron escuchadas). El Ministro de Hacienda, por su parte, sigue aferrado a la ilusión del blindaje. El Gobierno no ha presentado un plan (o un borrador siquiera) de respuesta a la crisis internacional. Pero debería explicar, al menos, cómo piensa financiar el presupuesto del año entrante dada la manifiesta invalidez de sus supuestos (una tasa de crecimiento de 5%, una tasa de cambio de 1.920 pesos por dólar y un precio del crudo de 120 dólares por barril); y qué va a hacer para prevenir el aumento del desempleo dados los despedidos generalizados que anticipan las encuestas de la Andi y Fedesarrollo.

Puede ser mucho pedir. Pero el Presidente Uribe debería renunciar (de una vez por todas) a la posibilidad de una segunda reelección y dedicarse a gobernar, a lidiar con una crisis que requiere medidas concretas, políticas específicas. La retórica optimista del Ministro de Hacienda y las plegarias inocentes del Presidente de la República son inoportunas, casi grotescas ante el tamaño del desafío terrenal.