Probablemente estamos viviendo el peor momento del gobierno de Uribe. No tanto por la crisis financiera internacional que ha puesto en entredicho los logros económicos, no tanto por la sucesión de conflictos laborales que ha generado un ambiente de zozobra, como por la ausencia de un propósito claro en las iniciativas gubernamentales más recientes. Lo ocurrido con la reforma a la justicia fue lamentable. Algo similar parece estar ocurriendo con la reforma política, una combinación caótica de oportunismo legislativo e indefinición gubernamental. Hace unas semanas, el presidente Uribe manifestó públicamente su preocupación por los efectos de la iniciativa reeleccionista sobre el funcionamiento del Congreso. Pero probablemente los efectos han sido más dañinos sobre la labor del Gobierno. En todo caso, la incertidumbre ha confundido simultáneamente al Gobierno y al Congreso.
Hace ya 170 años, Alexis de Tocqueville llamó la atención sobre las consecuencias adversas de la reelección presidencial: “Si el representante del Ejecutivo se inmiscuye en la lucha política, las tareas de gobierno se tornan en actividades secundarias… las negociaciones y las leyes se convierten en estrategias electoreras y los empleos, en recompensas por los servicios prestados, no a la nación, sino al jefe… Y cuando se acerca el momento de la crisis, el interés particular sustituye al interés general”. Actualmente la reelección del presidente Uribe es una imposibilidad institucional. Pero la mera expectativa de una reforma está teniendo las consecuencias previstas por Tocqueville. La incertidumbre ha distorsionado los incentivos y confundido los propósitos del gobierno de Uribe.
Muchos analistas han interpretado la incertidumbre como una estrategia deliberada para mantener la gobernabilidad en las postrimerías del segundo período. Pero la ambigüedad estratégica no sólo es cuestionable como un medio de coacción política, sino también ineficaz en la ausencia de propósitos claros. El Gobierno puede haber ganado gobernabilidad, pero perdió al mismo tiempo la claridad necesaria para sacarle provecho. La ambigüedad ha creado una especie de santísima trinidad presidencial: Uribe es al mismo tiempo presidente, ex presidente y candidato. Por supuesto, la confusión de roles ha ocasionado la confusión de prioridades.
En últimas, el Gobierno no sabe qué quiere. Ha sido víctima de su propio invento. La ambigüedad estratégica no es una buena idea cuando termina confundiendo al propio estratega. Como escribió el mismo Tocqueville, “para reservarse un recurso en circunstancias extraordinarias, expusieron al país a graves peligros todos los días”.