17 marzo, 2007
Vuelve y juega. El presidente Uribe anunció esta semana que su gobierno insistirá en la penalización de la dosis personal. “Vamos a presentar el 16 de marzo ante el Congreso el proyecto de reforma constitucional, para penalizar, no con pena privativa de la libertad, pero sí para sancionar la dosis personal”, dijo en una rueda de prensa ofrecida con motivo de la visita de su homólogo alemán, Horst Kölher. Las razones del Presidente, no sólo con respecto a la dosis personal, sino también con referencia a la legalización de la droga, son una combinación de paternalismo, sinrazón y demagogia. Paso a explicar por qué.
“Yo veo con mucho pesimismo el tema de la legalización. Por supuesto lo miro más como padre de familia, que como Presidente. Tengo alguna inclinación más de sentimiento de padre de familia, que de raciocinio frío”, dijo el Presidente el año pasado en una de sus muchas declaraciones públicas sobre el tema. Nada de raro tiene que un padre de familia se muestre preocupado por el tema de las drogas. Lo extraño del asunto es que las preocupaciones paternales se conviertan en iniciativas gubernamentales. O que se confunda la esfera privada con la pública. O que se pretenda cambiar la Constitución con razones de padre. O que se le quieran dar atribuciones al Estado para esculcarle los bolsillos a todo el mundo. O que el legislador se ocupe de los vicios privados. O que el Presidente diga qué gusticos valen y qué gusticos, no.
Cuando el presidente Uribe deja de lado el paternalismo y hace uso del “raciocinio frío”, la cosa tampoco mejora. Sus argumentos son casi un insulto a la razón: a la suya y a la nuestra. “La droga en Colombia ha destruido un millón 700 mil hectáreas de selva tropical de la inserción amazónica. Con la droga, aún legalizada, esa diáspora no se frena. Creo que a cualquier precio que se pusiera la droga, podemos correr el riesgo de la destrucción de la selva si no la enfrentamos”, ha dicho el Presidente de manera reiterada. “Cuando entro en discusiones para proponer mis tesis contra la legalización, en frente de los muchachos de las universidades, de muchos profesores, el gran argumento para poderlos situar en una reflexión contra la legalización, es el ecológico”, ha repetido en varios escenarios académicos.
Pero los argumentos del Presidente son erróneos. Arrevesados. El “gran argumento ecológico” es uno de los principales motivos para oponerse a la prohibición. Seguramente la legalización retornaría la coca a las laderas de los Andes, de donde es endémica y de donde salió hacia la selva amazónica por cuenta de la prohibición. La tragedia ambiental no es causada por la coca: es causada por las políticas prohibicionistas. Esto es, por la tentación de los precios altos y la obligación de la clandestinidad. A ningún agricultor se le ocurriría sembrar un producto legal en la mitad de la selva. Pero el presidente Uribe supone erróneamente que la legalización aumentaría la dimensión del negocio —las hectáreas sembradas—, sin cambiar la geografía del mismo.
Muchas veces las razones paternalistas persuaden. Y los raciocinios equivocados convencen. La propuesta de penalizar la dosis personal es ante todo una forma de demagogia. Un intento por convencer con temores: ambientales o paternales en este caso. En últimas, la adicción a los votos puede ser peor que la adicción a las drogas. La búsqueda obsesiva —casi maniática— del favor popular puede llevar a “la coerción moral de la opinión pública”. A la imposición del moralismo barato de las mayorías. En eso estamos.