Las ideas y los argumentos en contra de la emigración tienen sus voceros más representativos en dos profesores de la Universidad de Harvard. El primero es el prestigioso politólogo Samuel P. Huntington, reconocido no sólo por la clarividencia de la “La guerra de civilizaciones”, sino también por la xenofobia de “¿Quienes somos?”. Huntington argumenta que los emigrantes latinoamericanos, en lugar de integrarse a la sociedad estadounidense, como lo hicieron sus antecesores europeos, se han empeñado en mantener (y reproducir) su cultura y sus valores, con efectos adversos sobre la confianza colectiva, el sentimiento de comunidad y la identidad nacional norteamericana. Dice Huntington: “Históricamente los Estados Unidos ha sido una nación de inmigrantes y asimilación, y asimilación ha querido decir americanización. Pero la asimilación ya no significa necesariamente americanización y resulta particularmente problemática en el caso de los mexicanos y otros hispanos”.
El segundo profesor es el economista George Borjas, quien ha estudiado los efectos sociales y económicos de la emigración durante más dos décadas. Primero desde la Universidad de California y luego desde la escuela de gobierno de Harvard. Las pesquisas empíricas de Borjas pueden resumirse en tres conclusiones: (i) el efecto económico de la emigración es marginal (inferior al 1% del PIB); (ii) el efecto sobre los ingresos de los trabajadores nativos con menor calificación es negativo (cercano al 10%), (iii) el efecto sobre las finanzas públicas es adverso. Según Borjas, la migración implica una redistribución de recursos públicos y privados desde los pobres estadounidenses (negros, en su mayoría) hacia los pobres extranjeros (mexicanos, en su mayoría).
Mientras las ideas de Huntington han alimentado la retórica de sectores ultra-conservadores (el comentarista económico Lou Dobbs, por ejemplo), las ideas de Borjas han nutrido los argumentos de sindicalistas, activistas demócratas y comentaristas liberales (el columnista Paul Krugman, por ejemplo). Pero los argumentos de Hungtington y Borjas han encontrado algunos contradictores aguerridos en la derecha. Primero están los globalizadores (los defensores a ultranza del libre comercio), representados, entre otros, por el economista de la Universidad de Columbia
Jagdish Bhagwati o por los editorialistas de la revista inglesa The Economist. Los globalizadores han argumentado con especial vehemencia que la emigración tiene un efecto positivo (tanto sobre el crecimiento económico como sobre las finanzas públicas), y que el pesimismo de Borjas es el resultado de análisis defectuosos que dejan de lado los aspectos dinámicos e intergeneracionales del problema.Así mismo, algunos conservadores sociales han argumentado, en contraposición a los argumentos de Huntington, que los emigrantes latinoamericanos entronizan los valores tradicionales de la sociedad estadounidense. Los latinos tienen menores tasas de divorcio, familias más integradas, un mayor apego religioso y una comprobada ética de trabajo. En fin, los latinos representan, para decirlo en forma metafórica, la versión moderna de los peregrinos del Mayflower.
En suma, la causa latina tiene en el liberalismo económico y en la derecha tradicional dos de sus principales aliados: una paradoja ideológica que todavía no parecen entender muchos de los supuestos progresistas que acaparan el debate.
SATI
18 abril, 2006 at 4:00 pmNo obstante,si mira a su alrededor,ve usted que la gente lee;aunque es probable que no lean
lo que les gusta a los criticos.
Anónimo
18 abril, 2006 at 6:44 pmMás allá de las ideologías y de las cifras, hay cosas que vale la pena tener en cuenta en esto de las migraciones y de las posibilidades de salir avante en en el empeño. En alguna parte leí, hace ya tiempo, que los puertorriqueños constituyen uno de los grupos de «migrantes» (en gracia de su condición de «estado libre asociado») más pobres de los EEUU. Sorprendente, diría uno, pues tienen las condiciones óptimas: no son ilegales sino ciudadanos estadounidenses. Pues sucede que éso, y la cercanía de la isla, les impide comprometerse del todo con su emprendimiento, y circulan permanentemente entre PR y NYC, por ejemplo, sin echar raíces y/o invertir esfuerzos en una parte o en otra. Lo mismo pasa con los mexicanos que circulan solamente entre ciudades fronterizas como Juarez y El Paso: hay mucha pobreza entre las segundas y terceras generaciones de migrantes mexicanos que se quedaron ahí. Les va mejor a los que están en Illinois u otros estados del norte, menos acogedores en términos de clima, idioma (menos hispanohablantes) y población (más «anglos»). Huntington debería fijarse más en estos aspectos que en lo que el considera netamente «cultural». Es evidente que los grupos de migrantes previos (irlandeses, italianos, polacos, alemanes, escandinavos…) estaban en otro continente allende los mares y, una vez saltaban en charco, no les quedaba más que asimilarse. En cambio los que migran pero siguen circulando en la frontera no terminan de dar el paso y se quedan en ese limbo de «ni aquí ni allá». Ese puede ser uno de los principales determinantes de la situación económica de los diferentes grupos de migrantes.