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22 enero, 2012

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Charlatanes

Más allá del espectáculo consuetudinario de la corrupción, más allá de si deben o no usarse recursos públicos para financiar prácticas sobrenaturales, el incidente del chamán ha abierto un interesante debate sobre la llamada tiranía de la ciencia y la racionalidad occidental. “Lo que está en juego con el asunto del chamán es la posibilidad de que otras racionalidades tengan derecho a existir y a actuar con eficacia”, escribió el profesor y activista Gustavo Wilches-Chaux. “El llamado chamán es como un acupunturista del clima: efectivo, de bajo riesgo e inexplicable desde la ortodoxia alopática”, dijo el mismo Wilches-Chaux en un arranque poético. En igual sentido, el columnista Óscar Collazos denunció “la descalificación de prácticas ancestrales en sociedades distintas a las precariamente sustentadas en la racionalidad científica”. En su opinión, “el chamán puede alterar el comportamiento de la naturaleza; las plegarias pueden ser atendidas por el ‘ser superior’ que las escucha”.

Los defensores intelectuales del chamán han traído a cuento las investigaciones de varios antropólogos. Collazos mencionó a Gerardo Reichel-Dolmatoff. Otros más sugirieron que la antropología respalda la eficacia práctica del chamanismo, la radiestesia y otras prácticas semejantes. Pero estos argumentos son cuestionables, por decir lo menos. La antropología poco tiene que decir al respecto. En términos generales, la investigación antropológica no se ocupa de la efectividad de las prácticas y tradiciones ancestrales, sino de su función simbólica, de su papel como reguladoras de las relaciones de los hombres con su entorno y sus semejantes. Collazos y los demás creen estar defendiendo la diversidad cultural, pero están, consciente o inconscientemente, haciendo otra cosa: defendiendo el irracionalismo y la charlatanería; rechazando, alegremente, la importancia de la coherencia y la validación empírica.

Se asemejen, en mi opinión, a los intérpretes literales de la biblia que, incapaces de distinguir entre los significados simbólicos y los reales, sobreponen las historias del viejo testamento a los hechos científicos. Los defensores del chamán personifican lo que Estanislao Zuleta llamó alguna vez el antinomismo: la naturaleza es la madre caritativa y la ciencia es, por el contario, el padre despiadado, corruptor. En suma, usan mal la antropología, defienden el irracionalismo y reiteran la oposición sin sentido entre ciencia y naturaleza.

Collazos y los otros son apenas los últimos representantes de una tradición retardataria, que, entre otras cosas, ha impedido el avance de la ciencia en Colombia. No casualmente, por ejemplo, las teorías de Darwin fueron acogidas rápidamente en Venezuela, pero tuvieron (y siguen teniendo) mucha resistencia en Colombia. El antropólogo Carl H. Langebaek ha mostrado de forma meticulosa, casi obsesiva, de qué manera en Colombia “los intentos por adoptar la objetividad científica a lo largo de los siglos XIX y XX fueron rápidamente sepultados en nombre del humanismo, de Dios, de la generosidad, de la lástima o de cualquier fuerza idealista que ratificara el predominio de una moral amenazada por el materialismo”.

En fin, el incidente del chamán nos ha vuelto a recordar que, en pleno siglo XXI, a este país le sobran defensores intelectuales del irracionalismo y la charlatanería, y le faltan promotores de la ciencia y la razón.