“En Colombia el socialismo está funcionando más o menos bien pero el capitalismo está en crisis”, me dijo un colega extranjero hace ya varios meses. Inicialmente no entendí la frase. Me pareció un típico comentario desatinado, producto de la desinformación y los prejuicios. “¿Cómo así?”, pregunté sin mucho interés, más por cortesía que por curiosidad. “Pues así tal cual”, respondió mi interlocutor sin inmutarse, como si estuviera repitiendo una obviedad. “En Colombia, el acceso a los servicios sociales básicos ha aumentado de manera significativa. Los pobres cuentan con más y mejor Estado. Pero sus oportunidades económicas son exiguas. Un empleo formal de un salario mínimo es un privilegio”.
El economista sentencioso, cabe reconocerlo, tenía toda la razón. Su diagnóstico resultó exacto. Clarividente incluso. Fue confirmado esta semana por varios estudios independientes. En primer lugar, los resultados de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud, presentados el viernes por Profamilia, confirmaron el avance del socialismo, esto es, de los indicadores sociales que dependen directamente de la acción estatal. La asistencia escolar de los niños entre 6 y 15 años de edad aumentó de manera sustancial durante el último lustro y ya supera el 95%. La cobertura de aseguramiento en salud está cercana al 90%. La atención prenatal alcanzó el 92% de la población relevante. El porcentaje de niños de dos años con esquemas completos de vacunación pasó del 50% en 2005 al 80% en 2010. En fin, el progreso ha sido sustancial.
En la tierra de la fracasomanía, los resultados anteriores podrían parecer sorprendentes. Pero en realidad no deberían serlo. Reflejan el aumento significativo del gasto social, la protección constitucional a los presupuestos de educación y salud, y la continuidad de las políticas públicas; reflejan, en últimas, el éxito, matizado, parcial, incompleto, pero éxito al fin de cuentas, de algunas políticas de Estado.
Por otra parte, varios estudios internacionales, revelados también recientemente, han mostrado un hecho preocupante, negativo: Colombia es el nuevo nuevo campeón latinoamericano de la desigualdad. En la mayoría de los países de la región, la desigualad disminuyó en los últimos cinco años; en Colombia, por el contrario, aumentó durante el mismo lapso. El capitalismo colombiano ha creado una brecha, casi un abismo, entre los trabajadores con educación superior y el resto: los primeros tienen, en general, acceso a empleos formales con salarios decentes; los segundos están excluidos de la economía moderna, condenados a la informalidad, a ocupaciones mal remuneradas, con ingresos inferiores a un salario mínimo. En Colombia, a diferencia de otros países latinoamericanos, el progreso social viene más por cuenta del Estado que del mercado.
El gobierno del presidente Santos no parece interesado en revertir esta situación. Ha anunciado la ampliación y el mejoramiento de muchos programas sociales. Aspira a seguir entregando subsidios a desplazados, informales, reinsertados, víctimas, etc. Pero ha esquivado el debate necesario sobre el mal funcionamiento del mercado laboral. Y no parece muy consciente de los malos resultados distributivos. Siempre habrá mucho por mejorar en la política social. Pero, como diría mi colega, el sentencioso, el gran problema de la economía colombiana no es el socialismo, es el capitalismo.
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