El conmovedor mensaje evade los argumentos de los críticos y recurre a la descalificación personal. Cuestiona no tanto las ideas de los corresponsales extranjeros, como sus intenciones. Recurre a una lógica extraña, casi adolescente: “ignóremelos pues nos ignoraban”. Ya Ernesto Yamhure había intentado, en este diario, una descalificación similar, había usado el atajo fácil del insulto para evadir el camino arduo de la argumentación: “la democracia agonizaba; más de doscientos pueblos no tenían ni un solo policía para defender la vida, honra y bienes de sus habitantes. Nada de eso es tenido en cuenta por el flamante editor de The Economist que viajó a Bogotá, almorzó en La T o en La G con ciertos periodistas con quienes habrá tomado ginebra”.
El argumento presidencial es no sólo lógicamente cuestionable, sino también falso desde un punto de vista fáctico. Los medios internacionales no ignoraron la violencia colombiana. En las últimas dos décadas muchos de ellos editorializaron repetidamente sobre nuestros problemas. Respaldaron la lucha del Estado colombiano. Pidieron ayuda internacional. Su interés en el referendo no es una intromisión inexplicable, no obedece a un interés súbito y sospechoso; por el contrario, refleja una preocupación duradera sobre los asuntos colombianos.
Por ejemplo, el New York Times, el primer medio internacional en rechazar el referendo, ha mostrado de tiempo atrás un interés editorial y periodístico en la violencia colombiana. En agosto de 1989, criticó con vehemencia la pasividad de los Estados Unidos ante el problema del narcotráfico en Colombia. En las últimas dos décadas, publicó más de cuarenta editoriales sobre el conflicto colombiano. En sólo el año 2000, editorializó seis veces sobre nuestro país. El número de noticias sobre asuntos colombianos no ha cambiado en los últimos años. Tuvo un pico al comienzo de la década pero ha regresado a sus niveles históricos. En fin, nada sugiere que sólo ahora, por cuenta del referendo, el New York Times decidió ocuparse de Colombia.
Uno podría en retrospectiva cuestionar algunos de las opiniones de los editorialistas del New York Times: su oposición dogmática al Plan Colombia y su rechazo categórico a la Ley de Justicia y Paz. Pero el Gobierno no parece interesado en un debate franco sobre los asuntos nacionales. Al fin y al fin cabo es más fácil poner en duda las opiniones de los críticos extranjeros con insinuaciones descalificadores e infundadas. En últimas, el mensaje de marras pudo haber conmovido al Presidente. Pero no convence a nadie. O mejor, probablemente terminará por convencer a medio mundo, a la gran mayoría de los medios de comunicación internacionales, sobre la inconveniencia de la aventura reeleccionista y la falta de argumentos de sus promotores.