En la última edición de la revista New Yorker, varios de sus escritores y articulistas fueron invitados a hacer algunas predicciones sueltas sobre el futuro del mundo en la década que comienza. El célebre reportero Jon Lee Anderson predijo el inicio de una guerra entre Colombia y Venezuela, y el desencadenamiento de un conflicto regional en América Latina. Su predicción es sólo eso, una extrapolación arriesgada, pero tiene, creo yo, un sustento real, una base fáctica innegable: la mentalidad paranoide del presidente Hugo Chávez.
Probablemente Chávez seguirá en lo mismo, vendiendo arepas y repitiendo sus peroratas antiamericanas —su forma peculiar de pan y circo—, probablemente sus gritos belicistas se convertirán en un simple ruido de fondo, probablemente su retórica nunca pasará a mayores. Pero existe una posibilidad más inquietante: el agotamiento de las vías diplomáticas, el fracaso de todos los intentos de apaciguamiento y finalmente el desencadenamiento de un conflicto bélico. Por definición, la mentalidad paranoide niega la posibilidad de cualquier acuerdo, de un compromiso amigable y aumenta por lo tanto la probabilidad de la confrontación.
En 1964, el historiador norteamericano Richard J. Hofstadter publicó un influyente ensayo sobre la paranoia en la política estadounidense. El político paranoide —escribió Hofstadter— “no percibe el conflicto social como algo que pueda ser mediado o negociado, como lo hacen los políticos tradicionales. Como lo que está en juego es el conflicto entre el mal absoluto y el bien absoluto, lo que se requiere no es un compromiso sino la voluntad de luchar hasta el final. Como el enemigo es considerado totalmente perverso, tiene que ser completamente aniquilado, si no del mundo, al menos del teatro de operaciones sobre el cual el paranoide dirige su atención”. En el caso de Chávez, el enemigo declarado es el imperio y su teatro de operaciones es Colombia.
En opinión de Hofstadter, para el político paranoide, el enemigo es “un ejemplo perfecto de maldad, una especie de supermán amoral: siniestro, ubicuo, poderoso, cruel y lujurioso”. El enemigo “crea crisis económicas, desencadena corridas bancarias, causa depresiones, manufactura desastres… controla la prensa, tiene fondos ilimitados, posee técnicas especiales de seducción y es capaz de lavar la mente de las personas”. En el caso de Chávez, además, el enemigo hiede a azufre y está convenientemente agazapado en Colombia o en las Antillas Holandesas.
“La realidad es que tú tienes un país antiimperialista y revolucionario aquí y, allá, un país contrarrevolucionario y pro-imperialista. Es una contradicción explosiva”, le dijo Chávez al mismo Jon Lee Anderson. Hace ya casi dos años Anderson pasó varios días con el presidente Chávez. Conoció sus obsesiones y describió su mundo extraño de conspiraciones y persecuciones. La predicción de Anderson no tiene ningún interés político, está basada en la observación psicológica, en el entendimiento de la mente peculiar del presidente venezolano. Vale la pena tomársela en serio. Muchas guerras han sido el producto del delirio, de las fantasías conspiratorias, de la mentalidad paranoide de unos cuantos gobernantes sin controles efectivos y con recursos suficientes.