La culebra está viva. En algunos lugares del país las Farc todavía representan una amenaza mortal. Pero si dejamos de lado las emociones, los dictados inerciales del corazón, debemos aceptar que ya no constituyen un riesgo notable para la seguridad de la mayoría de los colombianos. La otrora boyante industria del secuestro de las Farc ya no existe. Se acabó para siempre. La capacidad homicida de la guerrilla se ha reducido drásticamente. Incluso su capacidad defensiva ha sido disminuida de manera sustancial por cuenta, entre otras cosas, de las miles de deserciones anuales. La culebra, en el peor de los casos, está en retirada. Y en el mejor, herida mortalmente.
Pero mientras el cazador buscaba la culebra en la selva, muchas alimañas entraron en su casa. El crimen organizado, como lo ha reconocido el propio general Óscar Naranjo, es un problema creciente en muchas regiones del país. En Medellín, el número de homicidios va a duplicarse en 2009. Hubo mil homicidios el año pasado. Habrá dos mil este año. Las causas son complejas, tienen que ver probablemente con la intensificación de la competencia que sobrevino después del debilitamiento de algunas organizaciones criminales. Pero más allá de las causas, los números hablan por sí solos, sugieren el carácter dinámico o metamórfico de la violencia colombiana. Las nuevas (emergentes, dicen ahora) organizaciones criminales constituyen la principal amenaza para la seguridad. A pesar de lo incierto de este tipo de contabilidad, bandas innominadas, organizaciones criminales mutantes, generan mucha más violencia, matan mucha más gente que las Farc y sus milicias.
Los psicólogos han estudiado con precisión la mecánica de la inercia del corazón, las fallas cognitivas que alimentan el divorcio entre percepción y realidad. Existe, por ejemplo, el llamado sesgo de confirmación: la gente rechaza sistemáticamente los indicios que contradicen sus miedos. El derrumbe de las Farc es evidente para la razón. Pero el corazón sigue creyendo que la amenaza es tan grande como siempre. Y como todo el mundo piensa de la misma manera, nadie se atreve a disentir. La falla cognitiva no es sólo un fenómeno individual; es también una suerte de paranoia colectiva.
Paradójicamente el futuro político del presidente Uribe depende de la coincidencia de dos hechos casi contradictorios: el éxito de la Seguridad Democrática y la omnipresencia de las Farc. La popularidad del Presidente depende, en últimas, de un temor colectivo, de la inercia del corazón de la sociedad colombiana.