Durante los últimos siete años cambió sustancialmente la geografía del conflicto colombiano. Las Farc fueron sacadas de Cundinamarca, perdieron el control que algún día tuvieron, vale recordarlo, sobre muchas de las principales vías de acceso a la ciudad de Bogotá. Perdieron también el dominio sobre algunas áreas del centro del país donde alias Karina hizo y deshizo y sobre otras zonas de la Costa Caribe donde alias Martín Caballero se movía a sus anchas. Recientemente han perdido el dominio sobre vastos territorios del Meta y el Caquetá donde mandaron por cuatro décadas. En suma, las Farc han perdido presencia en el interior de Colombia. Han cedido buena parte de sus dominios históricos. Y han tenido que moverse hacia las fronteras y hacia la Costa Pacífica.
La política de Seguridad Democrática produjo una consecuencia inesperada, no advertida por los estrategas y los analistas de nuestra guerra: el conflicto pasó del centro a la periferia, se alejó de las principales ciudades y se acercó a los países vecinos, particularmente a Ecuador y a Venezuela. Este hecho entraña una gran contradicción. Paradójicamente el debilitamiento interno de la guerrilla trajo consigo una creciente internacionalización del conflicto colombiano, en un sentido literal, geográfico. En el último lustro la guerrilla colombiana aumentó su presencia en las fronteras y adquirió por ende una presencia transnacional.
Algunos sectores de la opinión pública colombiana consideran que los gobiernos de Ecuador y Venezuela han propiciado la internacionalización del conflicto mediante tratos y coqueteos con la guerrilla colombiana. Probablemente algunos militares venezolanos han hecho alianzas con las Farc y algunos funcionarios ecuatorianos han llevado a cabo negocios con guerrilleros y narcotraficantes. La farcpolítica también ha cruzado las fronteras. Pero yo no creo que pueda hablarse de una política deliberada, de una conspiración a gran escala liderada por Chávez y Correa. En últimas, la internacionalización no ha sido el resultado de las fuerzas atractivas de los gobiernos vecinos, sino de las fuerzas expulsoras de la Seguridad Democrática, del éxito militar colombiano.
Aceptar la internacionalización del conflicto implica reconocer, en primera instancia, la necesidad de la cooperación militar y de inteligencia. En la próxima fase del conflicto, la diplomacia debería jugar un papel preponderante. Las opciones militares eran suficientes cuando la guerrilla acampaba en Cundinamarca o reinaba en el Caguán. Pero no lo son ahora que vive en las fronteras, que ha buscado refugio en la ambigüedad de los límites transnacionales.
Por último, no deberíamos descartar una profundización de la tendencia actual, una mayor internacionalización del conflicto que conduzca finalmente a la aparición de una guerrilla supranacional. Existe un escenario de ciencia ficción, improbable mas no imposible, en el cual una derrota electoral o una salida forzada del presidente Chávez desencadena una alianza entre las Milicias Bolivarianas y las Farc. Pero pase lo que pase el conflicto colombiano no volverá a ser el mismo. Su futuro pasa literalmente por los países vecinos. Querámoslo o no, el fin del fin de las Farc se decidirá en las fronteras con Ecuador y Venezuela.