Esta columna es una invitación al pasado, un inventario escueto de algunos de los lugares menos conspicuos de nuestra geografía y más interesantes de nuestra historia. La columna insinúa una ruta fascinante, la ruta que conecta los municipios colombianos que fueron y ya no son, aquellos donde la realidad tiene el aspecto fascinante, la belleza triste de la decadencia; donde el presente se ha transformado en una sombra del pasado. El título de la columna no tiene ningún ánimo peyorativo. Simplemente pretende darle un nombre llamativo a este rápido recorrido por la geografía del ocaso.
La columna está basada en una comparación sencilla, realizada con base en los censos de población de 2005 y 1918. La comparación muestra la magnitud de la transformación demográfica que experimentó Colombia en menos de un siglo. En cifras redondas, la población se multiplicó por siete: pasó de 6 a 42 millones. En 1918, Bogotá tenía 144 mil habitantes; en 2005, tenía casi siete millones. Medellín pasó de 79 mil habitantes a 2,2 millones en el mismo período. En 1918, 6% de la población colombiana vivía en las cuatro principales ciudades del país; en 2005, este porcentaje ya ascendía a 30% o a 35% si se cuentan los habitantes de las poblaciones aledañas a Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla, las ciudades ganadoras (si podemos llamarlas así) de la gran explosión demográfica del siglo XX.
La concentración espacial de la población es una historia conocida, el resultado inevitable del determinismo milimétrico que conecta el desarrollo económico y la urbanización. Pero esta historia tiene algunos detalles desconocidos, algunos protagonistas secundarios, olvidados: los pueblos fantasmas, los municipios que, durante la gran explosión demográfica del siglo XX, experimentaron una caída absoluta en su población. Cien municipios (mal contados) tenían menos habitantes en 2005 que en 1918. En términos absolutos, la población residente en estos municipios cayó de 750 mil a 560 mil en el período en cuestión. Tomados en conjunto, estos municipios albergaban 13% de la población colombiana en 1918; actualmente apenas albergan 1% de los habitantes del país. Esta caída es explicada por una superposición de causas, económicas en primer lugar; sociales, incluida la violencia, en segundo.
La lista de pueblos en retroceso, demográficamente hablando, es encabezada por un municipio de Santander, Jesús María, y por dos municipios de Cundinamarca: Machetá y Manta. La lista contiene ocho municipios de Antioquia, entre ellos, Carolina (la tierra de Juanes), Caramanta, Jericó, Titiribí y Santo Domingo, el lugar de nacimiento de Tomás Carrasquilla, donde hace un siglo existía una biblioteca pública tan bien dotada que llamó la atención de varios visitantes extranjeros. La lista incluye 40 municipios de Boyacá, entre ellos, Boavita, Chispas, El Cocuy, Guacamayas, Miraflores, Paya, Santa Sofía, Tota y Zetaquirá. Hay 25 municipios de Santander (entre los que se cuentan joyas conocidas como Barichara y desconocidas como San Andrés y Matanza); 18 de Cundinamarca (entre ellos Anolaima, Gachetá, Jerusalén y Tibiritá, donde nació Rufino Cuervo, inmortalizado por una historia en dos tomos escrita por sus hijos, Ángel y Rufino José); y tres municipios de Caldas: Marulanda, Salamina y Aguadas.
En fin, la lista es larga y tendida: su misma heterogeneidad sugiere una multiplicidad de causas, de historias sin un hilo conductor distinto a la decadencia compartida. Todos los países tienen una parte de su historia grabada en su geografía. La lista mencionada sugiere, en consecuencia, algunos destinos propicios para quienes, algún día, tarde o temprano, desean viajar en el tiempo sin mayores artilugios.