Fue probablemente la foto de la semana. El día miércoles el diario El Tiempo publicó en primera página la fotografía de una fila kilométrica de bogotanos que esperaban para ser incluidos en el programa Familias en Acción y adquirir así el derecho a un subsidio bimensual en efectivo. La extensión de la fila demuestra el poder de convocatoria del populismo. El Gobierno ha argumentado (sin demostrarlo) que la expansión de Familias en Acción busca mejorar las condiciones de nutrición de los niños menores y aumentar las coberturas educativas de los adolescentes. Pero, al menos en el caso de Bogotá, el programa es redundante. El Gobierno está regalando plata. Casi tirando billetes desde un helicóptero. Lo que explica la aglomeración humana.
Pero la redundancia no es el único problema de Familias en Acción. El programa podría incrementar las ya de por sí preocupantes tasas de embarazo adolescente. La acción social podría llevar a la multiplicación familiar. Si el Gobierno paga por niño, muchos más niños nacerán. La mayoría con el subsidio bajo el brazo. El dinero alarga las colas, modifica los comportamientos, distorsiona las prioridades y puede incluso exacerbar el problema que pretende resolver.
Como lo ha advertido Profamilia, las tasas de fecundidad adolescente han venido en aumento desde hace más de una década. En 1990, nacían 70 niños por cada mil mujeres entre 15 y 19 años de edad. En 2005, ya nacían 90. El porcentaje de adolescentes embarazadas o con hijos pasó, en el mismo período, de 13% a 21%. Actualmente, una de cada cinco adolescentes es madre o está embarazada. Las consecuencias sociales de este problema son dramáticas. Para las adolescentes y para sus hijos. Los segundos, por ejemplo, tienen una mayor probabilidad de estar desnutridos, de sufrir infecciones respiratorias o digestivas y de abandonar sus estudios. Precisamente los males que el programa Familias en Acción quiere erradicar.
Las causas del crecimiento de la fecundidad adolescente son complejas. Y van mucho más allá del acceso a la planificación familiar. En muchos casos, los embarazos adolescentes son deseados. Decisiones conscientes producto de la falta de oportunidades efectivas o imaginadas. Y del mismo desconocimiento de los costos de un embarazo a temprana edad. Falta pedagogía. Y faltan incentivos para el aplazamiento de la maternidad. Y ahora, encima de todo, se ofrece dinero en efectivo a las madres.
La política social es compleja. Necesita análisis y evaluación. No se trata simplemente de poner metas y cumplirlas, como argumenta el gerente de Acción Social. O de recitar números, como hace el Presidente con una insistencia casi cómica. No sobra repetir, entonces, que una cosa es sumar afiliados y otra muy distinta, producir resultados. Y que algunos programas sociales pueden (de manera inadvertida) ahondar la pobreza que intentan reducir.