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8 agosto, 2010

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Condecorados

“Actuaremos con sobriedad en distinciones y condecoraciones”, dijo esta semana el presidente Juan Manuel Santos. En teoría, esta declaración sobra. Por mandato legal los gobiernos deben salvaguardar el valor de las distinciones oficiales. Pero en la práctica, en el mundo imperfecto de la política, sucede todo lo contrario. Los gobiernos reparten honores con una generosidad desmedida. El Ejecutivo ya no controla la emisión de monedas y billetes. Pero sí maneja la emisión de distinciones y medallas. Y lo hace con una laxitud previsible. Al final de los períodos de gobierno, la emisión de distinciones crece exponencialmente. La Cruz de Boyacá se convierte, entonces, en una unidad de pago más o menos corriente.

En su última semana de gobierno, el presidente Uribe entregó condecoraciones por doquier. A diestra y siniestra. Muchos funcionarios fueron condecorados. El vicepresidente Santos recibió la Orden de Boyacá en uno de sus mayores grados. Los políticos antioqueños Manuel Ramiro Velásquez y Juan Gómez Martínez también recibieron la famosa condecoración. El mes pasado la había recibido Bernardo Guerra Serna, otro cacique electoral antioqueño. Y hace dos años, Álvaro Villegas Moreno, otro más de los barones electorales de la tierrita. No faltó ninguno por condecorar. Todos salieron premiados. Así pasa con los honores. Mientras más se entregan, más se devalúan y más numerosos son los aspirantes. En economía, esto tiene un nombre: inflación.

Pero la feria de condecoraciones no fue sólo para funcionarios y políticos. El sector privado también disfrutó la generosidad oficial. Los empresarios Manuel Santiago Mejía y Rodolfo Segovia recibieron la Orden de Boyacá esta semana. Antes la habían recibido muchos otros hombres de empresa: José María Acevedo, los hermanos Chaid Neme, Hernán Echavarría, Carlos Manuel Echavarría, John Gómez Restrepo, Gabriel Harry, Tito Livio Caldas, Julio Mario Santo Domingo, Luis Carlos Sarmiento y otros. Para muchos empresarios, las condecoraciones se convirtieron en simples decoraciones, en un ornamento más para sus oficinas.

Hace cuatro años, el “empresario tolimense” Jorge Barón también recibió la famosa Cruz de Boyacá. “Su programa es un escenario para los sisbenizados… Usted ha logrado una simbiosis colombiana entre televisión y pueblo. Su creatividad, su genio programador, su capacidad de expresión estética, tienen una raíz: el conocimiento de lo mejor de nuestra cultura”, dijo el presidente Uribe en su momento. La inflación se nota hasta en los discursos. En 1994, antes de su desastrosa actuación en el Mundial de los Estados Unidos, la selección Colombia recibió la consabida distinción en su máximo grado. Las condecoraciones ex ante, entregadas no como reconocimiento sino como acicate, son sin duda una innovación colombiana.

“La patria ha reservado la Cruz de Boyacá para sus mejores hijos, para sus héroes”, dijo el presidente Uribe en varias ocasiones. En apariencia estamos llenos de hijos ilustres. Los caciques electorales, los empresarios, los funcionarios, los deportistas, todos, casi sin distinción, son héroes de la patria. Tristemente un país con demasiados héroes es lo mismo que un país con ninguno.