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5 diciembre, 2009

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Tiger Inc.

La empresa en cuestión es un circo ambulante. Un espectáculo de una sola persona que va de ciudad en ciudad, de cancha en cancha, cosechando ganancias, lucrándose del gusto inveterado del sistema por el portento, por la genialidad, por lo extraordinario. El protagonista entretiene semanalmente a una muchedumbre expectante, a millones de personas que encuentran en sus hazañas un paliativo para las angustias cotidianas, para las frustraciones mundanas del capitalismo. Tiger Inc. deriva sus ganancias de la imagen del protagonista, de su capacidad, sin parangones, para diferenciar productos, para incitar al consumo conspicuo, para vender cualquier cosa a cualquier precio.
Sin embargo el sistema a veces exige lo imposible. Para satisfacer a sus patrocinadores, el protagonista debe mostrarse invencible, inmaculado, casi perfecto. El portento debe estar acompañado de la domesticidad. El tigre tiene que ser salvaje adentro de la cancha y manso afuera de ella: un macho alfa que renuncia estoicamente al premio mayor. Pero las contradicciones del sistema son en ocasiones insuperables. Ya sabemos que el tigre no se retiraba tranquilo a su jaula después de la función. Por el contrario, buscaba ansioso una recompensa, un desfogue natural para sus urgencias. El tigre no era tan inmaculado como lo pintaban.

El capitalismo cuenta con un medio sencillo para superar sus contradicciones: el dinero. La esposa del protagonista, la principal víctima de todo este enredo, la única capaz de salvar la situación, parece dispuesta a negociar. Según versiones preliminares recibiría cinco millones de dólares de inmediato y varios millones más si acepta permanecer casada y comportarse como mandan los rigores de la publicidad. Debe mostrarse como una esposa dedicada, acompañar a su marido a uno que otro evento social y guardar un silencio absoluto sobre lo ocurrido. Debe, en pocas palabras, arrendarse por unos cuantos millones de dólares al año. Así los patrocinadores quedarán tranquilos. El protagonista renovará su imagen. Y Tiger Inc. seguirá siendo tan rentable como siempre.

Algunos señalarán que esta negociación es amoral o carente de ética. Y razón tendrán. El capitalismo nunca ha sido una fuerza moralizante. Pero puede ser una fuerza civilizadora. De los «aruñetasos», de la gritería, de las persecuciones rabiosas, palo de golf en mano, pasamos a las discusiones contractuales, al intercambio de ofertas y contraofertas monetarias, a la negociación civilizada entre abogados. O para decirlo en términos más abstractos, de las pasiones pasamos a los intereses. La parte ofendida simplemente va a reclamar lo que le corresponde por salvar a Tiger Inc. Todo quedó reducido a una simple renegociación contractual.

El economista gringo Ian Ayres señaló recientemente la utilidad de “monetizar las frustraciones”. Cada vez que nos sentimos frustrados por un incidente doméstico, dice con ironía, resulta útil preguntarnos cuánta plata estaríamos dispuestos a pagar para evitar la molestia. Una vez hecha la conversión, señala, los problemas lucen más llevaderos. La señora de Tiger tiene bien aprendida la lección. Rápidamente encontró la forma de ponerle un buen precio a sus frustraciones. En pocas semanas todo quedará arreglado de manera civilizada. El espectáculo volverá a las canchas. Y Tiger Inc. seguirá produciendo plata para dar y convidar.