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25 agosto, 2007

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De Caracas a Medellín

Por primera vez en mucho tiempo, Colombia tiene buena prensa. Cada semana —como lo reportan extasiados los medios nacionales— alguna revista extranjera publica un informe especial sobre Colombia que enfatiza el contraste entre un pasado espeluznante y un presente esperanzador. Casi sin excepción, los informes especiales resaltan el renacimiento de Medellín. Su transformación urbana. Su crecimiento económico. Y su recuperación social, probada, entre otras cosas, por la reducción de la violencia. Para muchos corresponsales extranjeros, la historia de Medellín puede resumirse en la celebre sentencia de William Faulkner: no meramente sobrevivió: prevaleció.

Pero no todas las publicaciones internacionales comparten el mismo optimismo sobre Medellín. En su edición de abril de este año, la revista inglesa New Left Review publicó una versión pesimista de los hechos, escrita por el periodista Forrest Hylton. En opinión de Hylton, la transformación de Medellín (“la capital reaccionaria de América Latina”) ha sido un simple maquillaje. Una cirugía plástica que rememora la obsesión local por la belleza quirúrgica. Un cambio superficial que esconde un fondo siniestro. En Medellín, dice Hylton, “la derecha quiere exhibir un triunfo espectacular”. Pero “el faro del neoconservatismo en América Latina emite un resplandor pernicioso”.

En opinión de Hylton, un nuevo orden ha sido establecido en Medellín a partir de la alianza pragmática, del matrimonio de conveniencia, entre un sicario convertido en capo y reconvertido en pacificador (Don Berna) y un profesor universitario con ideas de centro izquierda y veleidades mediáticas (Fajardo). La pareja es improbable, reconoce Hylton. Pero ha sido unida por la fuerza de las circunstancias. Por la necesidad imperiosa de atraer inversión extranjera y de convertir a Medellín en un punto de referencia de los negocios y los turistas internacionales. En suma, los pacificadores (Don Berna y Fajardo) son aliados improbables en una conjura capitalista. Socios en el objetivo común de atraer al capital internacional.

La paranoia de Hylton no sólo es inverosímil: es también ridícula. En la parte final de su artículo, Hylton describe las bibliotecas construidas por la administración Fajardo en algunos barrios de Medellín. Las bibliotecas, insinúa, son un elemento más de la estrategia pacificadora. “La biblioteca de La Independencia parece una cárcel: está formada por seis bloques de dos pisos unidos por escaleras y tiene largas barras metálicas en las ventanas… La de Santo Domingo, formada por dos estructuras negras en forma de tanques de agua, parece un edificio de inteligencia militar. Esta es la clásica arquitectura de la pacificación”. Las bibliotecas, sugiere Hylton, hacen parte de la misma conjura capitalista. Son símbolos del nuevo orden establecido. Más que centros educativos, monumentos a la pacificación.

Como buen mamerto, Hylton adapta su estética a su ética. Sus gustos, a sus convicciones. Sus ideas (y sus mismas metáforas) revelan el desprecio de algunos sectores de la izquierda por la vida humana y su misma incapacidad para valorar las inversiones sociales eficaces. Hylton no menciona, por ejemplo, las decenas de miles de vidas salvadas por cuenta de la reducción de la violencia. Simple maquillaje, dirá. Tampoco hace referencia a la ampliación de las oportunidades por cuenta de las nuevas inversiones en educación. Meras cirugías estéticas, pensará. Seguramente Hylton prefiere el cambio de Caracas a la transformación de Medellín. Hay más muertes, más pobreza y menos oportunidades. Pero, al menos, los venezolanos están a salvo de las conjuras capitalistas.