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9 septiembre, 2006

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La encrucijada estadística

La historia es ya conocida. Un periodista acucioso encuentra, en un resquicio electrónico, un gráfico inédito que muestra una caída drástica del ingreso medio de la población colombiana. Al día siguiente, los titulares anuncian la hecatombe y la oposición exhibe una sonrisa maligna (entre indignada y maliciosa). Al mismo tiempo, el Gobierno se declara sorprendido ante la realidad de sus propios datos. Dos días más tarde, el Gobierno corrige los cálculos y los periodistas actualizan los titulares, que anuncian ahora una previsible mejoría económica. Según los datos corregidos, los ingresos reales no cayeron; aumentaron a una tasa similar a la del crecimiento de la economía.
El Gobierno tenía razón esta vez: una caída drástica del ingreso laboral en medio de una bonanza económica es un hecho inverosímil, sin muchos antecedentes en la historia del capitalismo. Pero nadie pareció interesado en las razones técnicas. Los más mañosos señalaron que la estadística se había convertido en una rama de la propaganda. Los más perspicaces, que los errores del Gobierno sólo se corrigen hacia arriba: una aberración estadística. Y los más memoriosos, que este incidente recordaba la intempestiva renuncia del antiguo director del DANE. A todas estas, la estadística oficial parece atrapada en la fábula del pastorcito mentiroso: las cifras ciertas son tan inciertas como las falsas.

Infortunadamente, el Gobierno sigue alentando, con las declaraciones de sus ministros, los prejuicios de los incrédulos y las dudas del resto de la población. Esta misma semana, para no ir muy lejos, el Ministro de Agricultura la emprendió contra el DANE porque las cifras trimestrales mostraban un decaimiento de su sector. “DANE, a revisar el esquema de las cifras de agro”, tituló el diario La República, en alusión directa a una declaración ministerial que revela una práctica tan preocupante como frecuente: la de cuestionar los esquemas estadísticos si y sólo si las cifras son desfavorables. Por definición, estos esquemas son imperfectos. Por ello mismo, su validez depende no tanto de la pulcritud técnica, como de la aplicación continua. Pero si el Gobierno pretende cambiar de método cada vez que los números no le gustan o no le suenan, las estadísticas oficiales terminarán perdiendo todo valor y todo sentido.

Por lo pronto, ya las estadísticas han perdido toda credibilidad. El celo mediático del Gobierno (esa manía de mirarse al espejo permanentemente en busca del ángulo adecuado, del perfil halagador, de la pose seductora, etc.) ha convertido a los ministros en jefes de prensa y al departamento de estadística, en blanco permanente. Como respuesta al narcisismo oficial, la prensa se ha empeñado, con particular diligencia, en la tarea de encontrar los defectos reveladores y las fealdades evidentes o escondidas. La prensa celebra cada dato adverso con la alegría propia de quien anticipa la derrota de la vanidad exagerada. Mientras tanto, campea la desinformación. Y la incredulidad.

Las consecuencias de la pérdida de credibilidad de las estadísticas son devastadoras. Sin cifras confiables, la discusión pública nunca supera el terreno fáctico, los argumentos se quedan estancados en los porcentajes y los debates se convierten en forcejeos aritméticos inútiles. Además, la desconfianza estadística le resta legitimidad al Estado, impide la rendición de cuentas y entorpece la toma de decisiones. Pero el Gobierno no parece inmutarse. Los ministros, por ejemplo, siguen puliendo su imagen a costa de la credibilidad estadística. Tristemente, la destrucción de la confianza en el DANE (y en otras instituciones públicas) es un costo muy alto que pagar por cuenta de un exceso de vanidad política.