Discursos

Discurso de grado: en defensa de la complejidad

(Discurso de grado ante los médicos de la Universidad de los Andes)

Asumo el privilegio de estar aquí en frente de Uds. con reticencia. Los discursos de grado son un género peligroso. Suelen juntar lo grandilocuente y lo trivial en cantidades deletéreas. Convierten incluso a los más escépticos en predicadores de ocasión. Multiplican los consejos gratuitos y los lugares comunes. Mi visión, cabe advertirlo desde el comienzo, es parcializada, pero no necesariamente injusta. Es la visión de un economista escéptico que duda de las soluciones definitivas y los paraísos del cielo y la tierra. Sólo aspiro a dejarles unas cuantas inquietudes. Uno o dos, no más. Sembrar dudas debe ser el propósito principal de quienes aspiran (quisiera contarme entre ellos) a cultivar mentes.

Quiero compartir con Uds. cinco reflexiones sobre la complejidad de la salud. Están basadas en mis lecturas y mi experiencia como ministro de salud, en la teoría y en la práctica, en la reflexión y en la acción. Sin más preámbulos, procedo con la primera.

Complejidad científica 

Yo no soy médico, soy economista, una ciencia triste, como decía en sentido derogatorio el historiador victoriano Thomas Carlyle. Una disciplina que debe lidiar con un asunto ineludible, con el problema de la escasez. Pero también con la complejidad, con la incertidumbre y los efectos indeseados de las intervenciones y los intentos de manipulación.

Existe una afinidad esencial entre médicos y economistas. Ambos lidiamos con sistemas abiertos y complejos que no entendemos cabalmente, el cuerpo humano y la economía. Ambos desconocemos muchos de los mecanismos esenciales de nuestro objeto de estudio. Ambos sabemos íntimamente que el ensayo y error es con frecuencia la única salida. Todos debemos, por lo tanto, evitar la pretensión del conocimiento y aceptar nuestra ignorancia.

Basta un dato trivial para transmitir la idea en cuestión, el imperativo de la modestia. La vida multicelular en nuestro planeta comenzó en serio hace más de 500 millones de años con la explosión precámbrica. En contraste, hace apenas unas cuantas décadas, en 1953, con el famoso artículo de Crick y Watson, la humanidad comenzó a comprender en detalle los mecanismos de reproducción celular. Apenas hemos atisbado en el abismo de la complejidad biológica.

Quiero aventurar una hipótesis, una idea suelta: nuestros peores errores vienen no de la ignorancia o la falta de conocimiento, sino del exceso de confianza, la omisión de la complejidad y la negación de la incertidumbre. La modestia debe ser una norma, una postura permanente, casi un principio ético. Sobreestimar nuestro conocimiento puede tener consecuencias fatales. Literalmente.

La modestia no es una renuncia. Pero sí una aceptación consciente (y si se quiere trágica) de la complejidad del mundo, lo cual me lleva a mi segunda reflexión, al asunto ineludible de los sistemas de salud.

Complejidad administrativa 

En todas partes, en mayor o menor grado, la salud se ha transformado en un derecho humano. Más allá de los enunciados legales, esta transformación significa que el acceso no puede depender de la capacidad de pago, que la atención de un niño con cáncer no puede estar supeditada a la posición económica de sus padres, que la supervivencia de un enfermo renal crónico no puede arruinar a su familia, etc.

Si la salud es un derecho fundamental, esto es, si los ciudadanos ya no pagamos directamente por los servicios, tiene que existir, entonces, un tercer pagador, público o privado. Y con los terceros pagadores, vienen los problemas: los costos de transacción, el sobrediagnóstico, el sobretratamiento, el divorcio entre valor y precio, las auditorías, las glosas, las deudas, etc. La salud como derecho fundamental tiene como consecuencia inmediata la complejidad administrativa. La democratización implica además congestión, listas de esperas e incluso racionamiento.

No pretendo hacer un llamado a la resignación. Tampoco estoy tratando de justificar hechos tramposos ni subestimando los problemas de nuestro sistema. Pero sí quiero hacer un llamado al realismo consciente: los sistemas de salud son inherentemente complejos y las soluciones son necesariamente imperfectas.

Quiero proponerles un ejemplo. En los sistemas públicos como el inglés, existen límites definidos centralizadamente sobre lo que se cubre y no se cubre. No todos los medicamentos están cubiertos, por ejemplo. En los sistemas de mercado como el estadounidense, no existen límites fijados por una autoridad central, pero los ciudadanos pagan una parte del cuidado médico de su propio bolsillo. En Colombia, pareciera que aspiráramos a un sistema como el inglés sin gasto de bolsillo y como el estadounidense sin límites de ningún tipo. Mi mensaje es simple: tenemos que superar esta contradicción y otras similares.

Complejidad filosófica 

Quiero pasar ahora a mi tercer punto. La complejidad de los sistemas de salud no es solo administrativa, es también filosófica o valorativa. Involucra un choque de principios o derechos. Un dilema bioético. Un desafío democrático.Me explico con un ejemplo, con el problema de la presión tecnológica.

Los nuevos medicamentos contra el cáncer cuestan mucho, 800 o mil millones de pesos al año, y aportan relativamente poco, la sobrevida promedio es de apenas tres meses. ¿Deben ser pagados por los sistemas públicos de salud? Si la respuesta es sí, ¿cómo hacerlo sin llevarlos a la quiebra? Si la respuesta es no, ¿cómo hacerlo sin afectar los derechos fundamentales? Al fin y al cabo estamos hablando de vidas humanas, de una ponderación compleja entre los derechos individuales y los colectivos, entre la vida de un paciente y los recursos para la atención de todos los demás.

Buena parte de los problemas financieros de nuestro sistema de salud viene de allí, de nuestra incapacidad colectiva de enfrentar decididamente este dilema democrático y bioético. El control de precios por sí solo no resuelve el problema. Las medidas más audaces que comprometen la propiedad intelectual son resistidas y combatidas de muchas maneras. Lo digo por experiencia propia.

Más allá de las decisiones colectivas, los médicos tienen una doble responsabilidad, con el paciente y con los recursos del sistema. En los sistemas públicos, la práctica de la medicina no puede separarse de la ponderación del costo y la efectividad. Tampoco de las consideraciones bioéticas. “¿Quién debería vivir?”, es el título de la obra clásica del economista de la salud Víctor Fuchs. Sin grandilocuencias innecesarias, cabe señalar que la práctica diaria de la medicina no puede evadir esta pregunta.

Uno puede pensar en otra cosa. Aligerar la cuestión. Pero no evadirla. La reflexión ética es ineludible habida cuenta de la escasez de recursos y la inclemencia de los precios. “Las decisiones más difíciles de la medicina se toman por fuera del hospital”, escribió el neurocirujano inglés Henry Marsh en un libro reciente. Hacía alusión a las dudas de naturaleza ética que lo asaltaban en cualquier parte, en la oficina, en la casa o en el transporte público. Vale la pena tener en cuenta su advertencia. Hoy y siempre.

Complejidad ética 

Mi cuarto punto también tiene que ver con la ética, con el papel de la medicina moderna al final de la vida. Hace 20 años, Carlos Gaviria, entonces magistrado de la Corte Constitucional, señaló con valentía y clarividencia que morir dignamente hacía parte de vivir dignamente. “Hoy tendrías 97 años // si siguieras vivo, todos seriamos // infelices, tú y tus hijos, // de clínica en clínica, // un anciano asustadizo e hipocondriaco // y tus hijos desorientados // sin saber adónde ir // incapaces de leer // el complicado y desvaneciente mapa de tratamientos. // Pero te fuiste hace veinte años // con tu dignidad intacta // me alegro por todos nosotros”, escribió el poeta americano Ted Koosner sobre su padre.

Así debería ser. Todos deberíamos irnos con la dignidad intacta, pero resulta cada vez más difícil. En Estados Unidos, por ejemplo, 80% de los pacientes aspira a morir en sus casas, pero solo 24% lo logra; 40% de los oncólogos confiesa que ordenan conscientemente tratamientos inefectivos. La economía y la sociología conspiran en contra de la gente. Pagamos por hacer y hacer y no brindamos el espacio propicio para una conversación franca sobre el final de la vida. El frenesí tecnológico parece arrastrarnos a todos.

Antes los cuerpos me llegaban como ramas secas, ahora me llegan abotagados, llenos de moretones, torturados, le confesó un trabajador funerario a la periodista Katy Butler, quien relató recientemente el indigno padecimiento de su padre en manos del sistema de salud de Estados Unidos. Ya pocos pueden decir sus últimas palabras (mueren con un tubo en la garganta), escribió Butler. Tampoco pueden reflexionar sobre la mortalidad (mueren sedados e inconscientes), reiteró.

Lidiar con las aspiraciones de los seres humanos en sus últimos días, con la tiranía de la esperanza y las distorsiones cada vez mayores de la tecnología y la economía, es una tarea imprescindible. Uds. tendrán que enfrentarla. Tarde o temprano. Los admiro, desde ya, desde fuera, con la comodidad del observador, por esa tarea esencial que les ha encargado la sociedad, la de guiar a los pacientes y sus familias en los momentos de la enfermedad y la muerte.

 Lo simple: la importancia de la humanización 

Quiero terminar, ya lo había anticipado, con una invocación sencilla, con un lugar común, con un llamado a la humanización y la empatía. Volvamos a Henry Marsh, el neurocirujano inglés. Salió una tarde lluviosa de domingo del hospital. Pasó por un supermercado. Encontró una larga fila en la registradora. Musitó con arrogancia: “a ver, ¿quién de Uds. ha hecho algo importante hoy?”. Entendió, entonces, que su poder sobre la vida de la gente estaba mutando en rechazo a su humanidad. Esta anécdota superficial pone de presente un hecho profundo: la tendencia deshumanizante de la medicina moderna. O mejor, de la vida moderna en general.

Las causas son muchas y sería impertinente intentar un recuento. Pero el remedio empieza por nosotros, por lo que quisiera llamar la doble empatía: ponernos en el lugar del otro para así facilitar que el otro se ponga en el nuestro. Muchos problemas tienen una solución de baja tecnología, una simple conversación. Muchos problemas tienen, a su vez, una causa simple: la ausencia de esa conversación, del diálogo y la mirada compasiva que nos humanizan.

Voy a terminar como empecé, haciendo explícita mi reticencia. Como decía el poeta escéptico, me he sentido “enseñando lo que no sé a quienes sabrán más que yo”. Disculpas de antemano por las hipérboles y las prédicas. Felicitaciones a todos, a los graduandos, sus padres, amigos y profesores. Este grado es de todos.

Gracias, como colombiano, por su vocación y esfuerzo, por haber escogido y perseverado en una disciplina que, como ninguna otra, demanda la excelencia técnica, la claridad ética y el compromiso humanista. Mantengan un respeto por el pasado y el futuro en cada momento del presente. Disfruten este día, esta noche y este momento. Su recuerdo los acompañará por siempre. Un abrazo grande a todos de todo corazón.

Literatura Reflexiones

¿A quién llevarle la contraria?

  1. A los dogmáticos de izquierda y derecha que creen en la infalibilidad del Estado o de los mercados.
  2. A los que niegan el progreso social y se resisten a enfrentar hechos incómodos.
  3. A los intelectuales melancólicos y su reaccionarismo progresista.
  4. A los oidores de Santa Fe y sus herederos en las cortes que sobrestiman el poder de sus fallos y exhortaciones.
  5. A los indignados permanentes que pontifican desde la superioridad moral.
  6. A las mayorías extorsivas que no toleran la diferencia.
  7. A los iliberales y sus arrebatos románticos en favor de los caudillos y sus utopías.
  8. A los que desprecian la ciencia y sus verdades incómodas.
  9. A los puritanos que se duelen de la felicidad ajena (incluidos los de la izquierda mojigata).
  10. A los mercaderes de la inmortalidad (la iglesia católica y la industria farmacéutica, entre otros).
Reflexiones

Sobre los peligros de la democracia: una fábula de ciencia ficción

“For several years now in the United States, digital machines programmed to arrange marriages have been in operation…A “machinic matchmaker” selects couples that are best matched physically and intellectually. According to the results, the stability of machinically arranged relationships is twice as high as that of regular marriages”.

Stanislaw Lem

Todo empezó con un discurso común y corriente, demagogia de cajón, palabrerías de políticos obligados a hablar para pensar, impelidos a producir discursos y leyes al calor de los acontecimientos. “El Estado parlanchín”, decía R. Más que eso, “la democracia como entretenimiento”, complementaba J.“El derecho de los niños prevalece sobre el de los adultos”, repetía con frecuencia la senadora. “Nuestras tasas de divorcio han alcanzado niveles intolerables. Con consecuencias desastrosas, deletéreas para los miembros más vulnerables de la sociedad, los niños. El suicidio entre adolescentes se ha disparado, la pobreza entre los hijos de divorciados es un escándalo, los niños están creciendo sin atención, sin modelos de comportamiento, sin familias. Tenemos que hacer algo. No más actitud contemplativa. No mas indiferencia”.

R. y J., novios entonces, embelesados en el amor romántico—que solo duraba algunos meses según las investigaciones más recientes–, solían burlarse de la demagogia de la senadora. No la tomaban en serio. “¿Quién salvará a los niños del oportunismo de los políticos?”, decía R. “Para eso necesitamos otros políticos”, contestaba J. “Que tragedia, solo los políticos pueden defendernos de los políticos”, decían ambos, al unísono, enamorados.

El proyecto de ley causó inicialmente mucha hilaridad. Después suscitó varios comentarios críticos. Pero, poco a poco, gradualmente, fue ganando apoyo. Primero de las derechas, luego de las izquierdas. Solo unos cuantos libertarios mantuvieron una oposición férrea, vehemente, pero elitista según los opinadores consuetudinarios. La senadora siempre presentaba su iniciativa de la misma manera, con una suerte de silogismo utilitarista: nuestro deber es proteger a los niños, los divorcios afectan gravemente su bienestar y posibilidades, una medida pragmática, sencilla, puede evitar muchos divorcios, ergo, nuestro deber moral es convertirla en una obligación legal.

La medida era en realidad sencilla de ejecutar. Todo pareja en trance de matrimonio (ya R. y J. estaban considerando el suyo) debía someterse a un examen de compatibilidad. Cada uno respondía una pequeña encuesta psicosocial, tomaba un test de inteligencia y se sometía a un corto examen físico. Los datos eran llevados a un computador, previamente alimentado con millones de “matches”, locales y extranjeros. El computador producía un resultado de compatibilidad. Si el mismo se ubicaba por encima de 0,76, se autorizaba el matrimonio o la unión de voluntades. Si no, se rechazaba la autorización de manera definitiva, inapelable.

“Así se podrán prevenir entre 60% y 80% de todos los divorcios”, explicaba la senadora con una precisión aprendida, fundada en miles de estudios, en la creciente evidencia sobre la eficacia del procedimiento. “El amor romántico es una ilusión química”, decía la senadora, “dura unos meses y después con la rutina se desvanece en el tiempo”. “¿Por qué vamos a dejar que un espejismo, una ilusión transitoria, decida el asunto más importante de nuestras vidas y de las de nuestros descendientes?”, preguntaba retóricamente.  Ella misma respondía: “hoy las empresas usan estos programas, buscan disminuir los errores derivados de la aleatoriedad. Llegó el momento de asumir responsablemente nuestras obligaciones”.

La ley pasó con una votación casi unánime. Los libertarios capturaron 90% del debate, pero representaban 5% de los votos. La senadora agradeció al país con emoción. El articulo más debatido, el único que dividió la votación (pero terminó siendo aprobado) era el que mandaba hasta dos años de cárcel para quienes falsificaran los exámenes de compatibilidad que serían realizados por los notario.

R. y J. acudieron al examen con algo de inquietud. Pero confiados. Se sabían el uno para el otro. Leían los mismos libros. Tenían la misma talla. Creían en las mismas cosas (en el cinismo de los políticos, por ejemplo). Pero el computador (“la celestina electrónica”, le decían) pensaba otra cosa: 0,33 fue su dictamen, muy lejos del puntaje requerido de 0,76. Informados del resultado, abandonaron la notaría en silencio. Descorazonados. Incrédulos. “Una máquina no puede decidir nuestro destino”, dijo R. “No somos la primera pareja que lucha por su amor”, dijeron ambos, haciéndose eco, enamorados.

J. supo de un notario dispuesto a “compatibilizar” parejas. Llegó a un acuerdo económico razonable y consiguió así el certificado de compatibilidad: “0,87”, decía. A los pocos días se casaron. Felices. Con la complicidad que produce la superación de un obstáculo extraordinario. Vivieron felices por un tiempo. Tuvieron dos hijos. El amor de sus vidas (“ese sí dura para siempre”, decía la senadora). Pero pasado el tiempo comenzaron los problemas. Los silencios. Las evasivas. Las riñas sin sentido. Las agresiones verbales. En fin, el distanciamiento que termina en el odio al otro y a todo lo que quiere o representa.

Después de mucho pensarlo (el fin del amor sí requiere raciocinio) decidieron separarse. “El computador tal vez tenía razón”, dijo R. Siguieron hablándose con frecuencia. Terminaron trabajando juntos en una fundación para ayudar a los hijos de divorciados, cada vez más pocos y cada vez más discriminados. “La senadora creó una nueva minoría. Terminó concentrando todo el sufrimiento en unos cuantos niños”, dijo J. en una de las reuniones de la fundación.  “Seguimos pensando igual”, dijo R. con una sonrisa cómplice. “La incompatibilidad es en últimas más llevadera que el amor”, pensaron los dos. Sin decirlo.

Academia

Resultados de la ENDS 2015

La presentación de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS) es un acontecimiento, un momento significativo para la comunidad de la salud, para los interesados en el estado de la salud pública y su evolución.

La séptima versión de la encuesta acaba de ser presentada. Los resultados principales ya se conocen. Los detalles y conexiones se conocerán en los próximos meses. Por ahora, como anticipo, como un acicate a los debates por venir, presento un resumen de algunos de los resultados principales en cinco gráficos.

  1. El porcentaje de mujeres que recibió atención prenatal y durante el parto ha aumentado sistemáticamente, lo que muestra un mayor acceso a la salud materna.
  2. El porcentaje de mujeres que usa métodos modernos de anticoncepción también aumentó durante la última generación.
  3. La tasa de embarazo adolescente disminuyó sustancialmente durante el último lustro: la disminución ocurrió tanto en las zonas urbanas como en las rurales. Persisten sin embrago grandes diferencias entre grupos socioeconómicos: la tasa es seis veces más alta en los hogares de menor riqueza que en los de mayor.
  4. La tasa de mortalidad infantil en menores de un año (muertes por cada mil nacidos vivos) disminuyó sustancialmente. Persisten también diferencias entre zonas rurales y urbanas, entre el centro y la periferia y entre grupos socioeconómicos.
  5. El conocimiento de las mujeres de los síntomas de las enfermedades de transmisión sexual ha aumentado de manera sustancial.
 

Estos cambios son graduales, paulatinos y por lo tanto invisibles. En conjunto señalan una senda de progreso social, de avance en las condiciones de vida y los derechos sociales, que muchas veces se omite o soslaya en nuestros debates públicos.

Academia

Matar el impuesto sin dar el debate

.
.

Las enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT) representan 70% de la carga de enfermedad. La enfermedad cardiovascular, el cáncer y la diabetes, entre otras, son –la metáfora es manida, pero necesaria– una verdadera epidemia. Contener esta epidemia, manejarla, lidiar con ella de forma exitosa, es un desafío para todos los sistemas de salud del mundo. Hoy en día la economía del comportamiento, la psicología y la sociología son esenciales para la salud pública por una razón fundamental: la disminución en la incidencia de las ECNT requiere cambios de comportamiento y modificaciones en los hábitos de vida. Hace unos años, los campeones de la salud pública  eran quienes llevaban el agua, las vacunas y la medicina social a las comunidades. Hoy son aquellos que diseñan políticas exitosas que logren cambiar comportamientos.

¿Cómo diseñar políticas públicas para cambiar comportamientos? Un primer punto es obvio: no es fácil. Todo lo contrario. No hay soluciones mágicas, las mejores políticas solo resuelven una parte (pequeña) del problema. Conviene, al respecto, separar las políticas en tres grupos: comunicación adecuada del riesgo, modificación de los incentivos y creación de normas sociales.

El etiquetado, las advertencias sanitarias, la semaforización y las restricciones a la publicidad, entre otras, contribuyen a una valoración adecuada del riesgo por la sociedad y pueden por lo tanto modificar comportamientos. Los impuestos, los subsidios e incluso las restricciones a la oferta (por ejemplo, no vender gaseosas en las escuelas) modifican los incentivos y pueden también cambiar algunas conductas. Los esfuerzos deliberados por crear estigmas o generar normas sociales de rechazo pueden igualmente potenciar las políticas tradicionales y reforzar los hábitos de vida saludables. Sobre la creación de normas sociales, cabe resaltar, por ejemplo, los esfuerzos recientes del Ministerio de Salud de Colombia: ver aquí (tabaco) y aquí (alcohol).

Insisto en un tema: cambiar comportamientos no es fácil, pero es fundamental. Cualquier discusión de políticas públicas, más que especular sobre la complejidad del fenómeno o sobre el entramado de determinantes sociales y sociológicos, debe estar centrada en la eficacia relativa de las políticas disponibles. Incumbe escoger entre soluciones parciales. Incumbe tener una idea precisa de lo que funciona y lo que no funciona. Por ejemplo, los impuestos al tabaco han sido una de las políticas de salud pública más exitosas de las últimas décadas. Han salvado más vidas que casi todas las innovaciones farmacéuticas (tomadas conjuntamente).

Sobre la obesidad y la diabetes tipo 2, cabe repetir el mismo alegato. Ninguna política va a resolver todos los problemas. Por lo mismo no podemos renunciar a los instrumentos disponibles y mucho menos a uno de los instrumentos más eficaces: los impuestos saludables. En el debate reciente en Colombia, pareciera que, con argumentos falaces y por cuenta de intereses económicos, vamos a renunciar (sin ni siquiera dar el debate en el Congreso) a este instrumento. Sería lamentable. Y literalmente, mortal.

Academia

Impuesto a las bebidas azucaradas: la evidencia

La relación entre ciencia y política es compleja. La evidencia científica es difícil de totalizar. Un estudio dice hoy una cosa y mañana otro dice la contraria. Adicionalmente muchos estudios son hechos a la medida de un interés particular. La medicina moderna sufre una crisis de la evidencia que dificulta el discernimiento entre hechos genuinamente científicos y opiniones por encargo  travestidas de cientificidad.

Ronald A. Fisher, uno de los padres de la estadística moderna, quien dejó incluso una impronta en nuestro lenguaje–muchos hablan casi a diario de “significancia” para transmitir la idea de relevancia o importancia– defendió por décadas los intereses de la industria tabacalera y negó sistemáticamente cualquier conexión entre el cáncer de pulmón y el consumo de tabaco. Su prestigio como científico sigue intacto. Su ética como investigador no ha resistido el juicio de la historia.

Más allá de los conflictos de interés, de la crisis de la evidencia, las decisiones públicas deben tener en cuenta la totalidad de la evidencia, el análisis de los análisis, las conclusiones de las conclusiones. O al menos, deben basarse en un conjunto representativo de publicaciones.

El debate sobre el impuesto a las bebidas azucaradas debería tener en cuenta la evidencia disponible, los estudios más representativos, las publicaciones más importantes. Como un aporte a la discusión, enlazo seis artículos recientes que deberían ser en mi opinión tenidos en cuenta. Los hechos científicos, sobra decirlo, no pueden ser reemplazados por la publicidad o las opiniones parcializadas (deliberadamente parcializadas).

  1. Revisión sistemática de la literatura científica: un mayor consumo de bebidas azucaradas está asociado con el aumento de peso en niños y adultos.
  2. Revisión comparada de la literatura científica: los estudios realizados por investigadores independientes muestran una asociación positiva entre consumo de bebidas azucaradas y sobrepeso y diabetes; los estudios financiados por la industria no muestran ninguna asociación.
  3. Análisis del caso mexicano: el impuesto a las bebidas azucaradas sí redujo el consumo.
  4. Análisis del caso de Berkeley, California: el impuesto a las bebidas azucaradas también redujo el consumo.
  5. Elasticidad precio de la demanda de las bebidas azucaradas: la demanda sí responde a los precios: un impuesto de 20% reducirá la demanda en un porcentaje similar.
  6. Proyecciones sobre el impacto del impuesto: el impuesto podría, dados algunos supuestos razonables para el caso mexicano, salvar 19.000 vidas en ese país.
Literatura

Alguien tiene que llevar la contraria

.

Este libro reúne un conjunto de artículos diversos, complementarios pero concebidos de manera independiente, que escribí en el transcurso de los últimos cinco años. Está dividido en tres partes, y cada parte contiene cuatro artículos conectados por un elemento común, por un mismo énfasis ideológico o metodológico que justifica el agrupamiento. Cada artículo contiene, además, una bibliografía comentada, un mapa para futuras lecturas.

La primera parte, titulada “Liberalismo y cambio social”, es la más personal, si se quiere la más íntima. Abarca, entre otros, una reflexión sobre la democracia liberal en la obra de Estanislao Zuleta y un decálogo para un reformista reticente. Los cuatro artículos comparten una forma de concebir el cambio social, una defensa del liberalismo trágico y del reformismo democrático, un optimismo (matizado) frente al progreso social, y una crítica a las concepciones maximalistas sobre el papel del Estado y la política.

La segunda parte, titulada “Hechos y palabras”, es más dispersa, más heterogénea. Incluye, por ejemplo, dos reflexiones históricas: una reciente sobre el origen de la guerra contra las drogas, otra decimonónica sobre las conexiones colombianas del darwinismo. Los artículos son estudios de caso, unidos no por una misma ideología, como en la primera parte, sino por una misma metodología: el uso de tendencias lingüísticas y la búsqueda de palabras en millones de libros escaneados, como herramienta para estudiar los cambios en la cultura, las ideas y los modelos mentales prevalecientes.

La tercera parte se titula “Los hechos, los hechos”, en alusión a la famosa frase de Charles Dickens, incluida en su novela Tiempos Difíciles: “Lo que yo quiero son Hechos. A estos chicos y chicas no hay que enseñarles nada más que Hechos”. Recoge cuatro artículos sobre desarrollo social y económico durante los últimos sesenta años, que comprenden una visión general del cambio social en la segunda mitad del siglo pasado, una visión más estrecha del progreso económico en lo que va corrido de este siglo, un análisis estadístico de la movilidad social en Colombia, y un análisis más puntual de la evolución de la salud pública en los 25 años transcurridos desde la aprobación de la Constitución de 1991. Los cuatro artículos, más extensos y cuantitativos, comparten la pretensión de ser objetivos, de examinar los hechos de una manera desapasionada e imparcial.

Los doce artículos de este libro tienen en común una suerte de optimismo frente al mundo de las ideas. Creo íntimamente que la acción y la reflexión deben ir de la mano, que la toma de decisiones en todos los ámbitos requiere una reflexión permanente e informada sobre las posibilidades y dificultades del cambio social, que las ideas importan y que a la academia le corresponde, por lo tanto, un papel más protagónico en las decisiones públicas.

Los artículos pueden leerse de forma secuencial o caprichosa. El orden propuesto es producto de una racionalización posterior, y no corresponde, sobra decirlo, a un diseño deliberado. Este es un libro escrito a deshoras, robándole tiempo a la familia y al sueño, y es también una catarsis o sublimación de las frustraciones propias de un funcionario. Tiene, tal vez, una sola virtud en medio de su diversidad: la sinceridad, la lealtad con mis ideas y creencias. Gracias de antemano a los lectores. Espero que aquí encuentren lo que no andaban buscando.

Academia

Reforma saludable

El sistema de salud de Colombia está en un momento de transición. Ya alcanzó la cobertura universal, con igualdad en los planes de beneficios y la inclusión de un conjunto de nuevos medicamentos para el cáncer, la artritis y otras enfermedades de alto costo.  A pesar de todo, de los debates y los problemas, de la información y la desinformación, la protección financiera de toda la población es uno de los logros sociales más importantes del país en los últimos 25 años.

Pero el sistema enfrenta ahora los nuevos desafíos planteados por la Ley Estatuaria de la Salud (LES), a saber: la ampliación de los beneficios, la integralidad en los tratamientos y el respeto a la autonomía médica. “El Estado –ordena la LES– adoptará políticas para asegurar la igualdad de trato y oportunidades en el acceso a las actividades de promoción de la salud, prevención, diagnóstico, tratamiento, rehabilitación y paliación para todas las personas”.

Los nuevos desafíos requieren un nuevo modelo de atención, unas reglas claras para la incorporación ordenada de los nuevos medicamentos, una política farmacéutica agresiva y un control más estricto de los recursos. Pero requieren también nuevos y mayores recursos. Sin mayores recursos será imposible una implementación plena de la ley Estatutaria. En el nuevo escenario institucional, Colombia tiene que aumentar el gasto en salud durante los próximos años. No hay alternativa.

La reforma tributaria contempla el aumento de los impuestos al tabaco y la creación de un nuevo impuesto a las bebidas azucaradas. El recaudo anual de ambos impuestos, que será superior a un billón de pesos, será destinado en su totalidad a financiar la salud. Palabras más, palabras menos, la reforma tributaria hará posible la implementación de la ley Estatutaria, lo que significa más beneficios, mayor calidad en la atención y fortalecimiento de la autonomía médica.

Los “impuestos saludables” tienen una justificación conceptual que va más allá de la necesidad de recursos adicionales, están fundados en un principio básico de equidad: las personas que, por cuenta de sus hábitos o comportamientos—respetados, por supuesto—, demandan más recursos del sistema  deben pagar más, un poco más al menos. Por ejemplo, quien fuma debe pagar un poco más que quien no fuma. El costo directo para el sistema de salud colombiano atribuible al tabaquismo es de $4,3 billones.

Ahora bien, los “impuestos saludables” también pueden cambiar comportamientos. Los argumentos de salud pública presuponen estos cambios. La evidencia al respecto no es definitiva, pero sí sugestiva, esto es, los impuestos propuestos pueden inducir una disminución en el consumo de tabaco y bebidas azucaradas. Según los cálculos del Ministerio de Salud, los cambios inducidos disminuirían la prevalencia del tabaquismo en varios puntos porcentuales, los casos nuevos de cáncer de pulmón y enfermedades isquémicas del corazón en miles de casos anuales y los de diabetes en decenas de miles.

En suma, la reforma tributaria es una reforma saludable. Hace posible la implementación de la ley estatutaria, introduce un criterio alternativo de equidad en el financiamiento y puede contribuir a la prevención de varias enfermedades crónicas no trasmisibles. La ecuación es sencilla: más impuestos pero también más salud y más recursos para la salud de los colombianos.

Academia

Sobre la reforma a la salud

La estrategia de recuperación financiera del sistema de salud tiene que partir de una premisa básica: el sistema ha gastado más de lo que tiene y sigue gastando más de lo que tiene. No ha recuperado el equilibrio.

¿Por qué? Como consecuencia de la presión de gasto derivada de los nuevos medicamentos, los excesos judiciales, la ineficiencia y la corrupción. Por mucho tiempo, por ejemplo, pagamos por todos los nuevos medicamentos de alto costo a cualquier precio. Sin restricción ni razonabilidad.

Resolver el problema financiero necesita simultáneamente (i) solucionar una crisis financiera que viene de diez años atrás y (ii) recuperar el equilibrio en la operación corriente del sistema. No se puede seguir gastando más de lo que se tiene. Tampoco se puede seguir pensando, erróneamente, que el problema del sistema se circunscribe a que las EPS no pagan. Este es un diagnóstico simplista y perjudicial. Desconoce las verdaderas causas del problema. O peor, confunde los efectos con las causas. Y puede llevar a reformas perjudiciales.

En Antioquia, por ejemplo, el problema no es que Savia Salud no pague. Ya pago todo lo que tenía. Todos los recursos girados por el Fosyga fueron destinados a pagar procedimientos, medicamentos, insumos y demás. Todos, hasta el último peso. El verdadero problema es un exceso de gasto en relación a los recursos disponibles; exceso que ha reducido el patrimonio de la EPS y se convirtió además en la principal contingencia fiscal del departamento de Antioquia.

La estrategia de recuperación del sistema tiene dos partes. La primera se centra en el pasado, en el pago de las deudas, en el manejo de una crisis financiera (casi de libro de texto). Todas las crisis se manejan de la misma manera, con reglas claras, liquidez, generación de confianza y nuevos recursos (por una sola vez). El decreto 2702 de 2014 define las reglas de juego, plantea la ruta de recuperación de las EPS en un plazo de siete a diez años. La compra de cartera y los créditos de tasa compensada, entre otras medidas, proveen la liquidez. La ley 1797 de 2016 otorga recursos adicionales al sistema. Lo mismo ocurre con las liquidaciones de Caprecom y Saludcoop y la capitalización de Savia Salud.

La segunda parte de la estrategia consiste en recuperar el equilibrio. Esta parte tiene cuatro componentes esenciales. Los nuevos recursos (corrientes) que vendrán de la reforma tributaria. El Modelo Integral de Atención en Salud (MIAS) que busca reforzar los primeros niveles de atención, consolidar las Redes Integradas de Salud y fortalecer el talento humano y la medicina preventiva. El rediseño del plan de beneficios que implica la creación del Fondo para Prestaciones Excepcionales, el nuevo manejo para las enfermedades raras y el  aplicativo para la formulación de medicamentos no incluidos en el plan básico. Y finalmente, la reglamentación del artículo 72 del Plan Nacional de Desarrollo que permitirá la incorporación ordenada de las nuevas tecnologías. El sistema no puede pagar por todo lo nuevo. Solo debe pagar por aquello que agrega valor.

En fin, el sistema de salud tiene que recuperar la coherencia. Lo que incluye por supuesto la coherencia en el discurso. La solución de esta crisis financiera necesita confianza y realismo. No saltos al vacío, ni reformas tremendistas que no resuleven nada y sí aumentan la incertidumbre. La reforma a la salud consiste en la implementación de lo anteriormente descrito. Ni más ni menos.

Academia

Debates II

Hace algún tiempo le oí decir al historiador inglés Malcolm Deas que los colombianos tendemos a evadir los debates complejos, las discusiones que involucran choques de principios; pocas veces llegamos al meollo del asunto, preferimos que las circunstancias decidan por nosotros. La Corte Constitucional, por ejemplo, en una jurisprudencia larga y repetitiva, no ha sido capaz de abordar plenamente el debate sobre el conflicto entre los derechos individuales y colectivos en el al acceso a la salud en un contexto de recursos escasos y presión tecnológica.

Esta mañana, en un debate sobre los habitantes de calle, varios asistentes le reclamaron al Ministerio de Salud la falta de una reglamentación a la ley 1641 de 2013. Señalaban la ausencia de reglamentos técnicos. Pero el asunto en cuestión nada tiene que ver con una decisión técnica o un tema de políticas públicas. El asunto es más complejo, de índole filosófica, a saber: ¿en qué momento el Estado puede institucionalizar un habitante de la calle en contra de su voluntad? O en otras palabras, ¿bajo qué circunstancias el Estado puede decidir que una persona, en este caso una persona con graves problemas de adicción, ha perdido su capacidad volitiva? Sobra decirlo, este no es un tema que pueda decidir el Ministerio de Salud unilateralmente.

Dada nuestra naturaleza evasiva, nuestra tendencia a disfrazar las discusiones conceptuales de debates técnicos o instrumentales, no sobra presentar algunos debates en los cuales la complejidad se asume plenamente, sin ambigüedades. Enlazo tres ejemplos con el ánimo contribuir a la democracia deliberativa.