El programa del candidato Santos contiene, como es costumbre, un largo inventario de promesas: un millón y medio de nuevos cupos universitarios, un millón de nuevas viviendas de interés social, pensiones gratuitas para los más pobres, educación gratuita para todos, un único plan de salud para todo el mundo, un aumento del programa Familias en Acción, tres millones de computadores para los estudiantes de secundaria de los planteles oficiales, etc. Este listado resumido cuesta varios billones de pesos, que aumentarían el ya de por sí abultado déficit del gobierno nacional. En campaña, las promesas son gratis; en el gobierno, cuestan plata.
Esta semana el candidato Juan Manuel Santos anunció que no va a subir los impuestos. Su anuncio implica necesariamente una de dos cosas: o bien Santos está diciendo mentiras y sí va a subir los impuestos, o bien está diciendo la verdad y no va a poder cumplir las promesas de su programa. La lógica es simple: o su anuncio es un artificio, o su programa es una falacia. Sea lo que sea, la mentira parece ser la única verdad de todo este asunto.
El candidato Santos no ha explicado claramente qué va a hacer para financiar su plan de gobierno. Pero ha insinuado que su estrategia de congelar (o disminuir) los impuestos aumentaría el recaudo tributario. Con más plata en los bolsillos o en el banco, las familias consumirían más bienes, las empresas comprarían más máquinas, habría por lo tanto mayor actividad económica, más empleo y, en últimas, un mayor recaudo. En fin, el mundo perfecto: más plata con menos impuestos. En uno de los textos más populares de principios de economía, leído anualmente por millones de estudiantes de todo el mundo, el economista de la Universidad de Harvard, Gregory Mankiw, denuncia este tipo de argumentos como pura charlatanería. “Así como la gente que confía en dietas extrañas pone su salud en riesgo, pero nunca consigue bajar de peso, así mismo los políticos que confían en ideas fantasiosas o en consejos de charlatanes raramente obtienen los resultados que anticipan”.
Juan Manuel Santos no sólo está negando las realidades odiosas de la economía: está actuando de manera irresponsable, subordinando las prioridades económicas o programáticas a una urgencia electoral de último minuto. No precisamente lo que uno esperaría de un ex ministro de Hacienda o de un candidato que se precia de su condición de estadista o de un promotor permanente del buen gobierno. Pero la política, sobra decirlo, es a veces imprevisible.