Las víctimas extorsivas raramente permanecieron secuestradas por más de un año. Las víctimas políticas permanecieron en promedio mucho más tiempo. Algunos soldados completaron diez o más años en cautiverio. Los secuestros extorsivos proveían los ingresos de la industria mientras los secuestros políticos servían un fin publicitario y de relaciones públicas. Los secuestrados siguen siendo presentados como víctimas de una fatalidad, como un subproducto inevitable de un conflicto autónomo, con vida propia.
La sociedad reaccionó con una suerte de resignación indignada ante el crecimiento de la industria del secuestro. Las cadenas radiales permitieron una forma extraña (tristemente eficaz) de comunicación unilateral de las familias con las víctimas. Algunas organizaciones no gubernamentales se especializaron en el apoyo a las familias, les brindaron desde apoyo psicológico hasta entrenamiento en la negociación de secuestros. Con el tiempo, la indignación colectiva produjo una respuesta eficaz de la Fuerza Pública. Hoy en día la industria del secuestrado se encuentra diezmada. Pero los secuestrados son todavía un testimonio aterrador, la cicatriz sangrante de una herida que llevaremos por mucho tiempo.
El secuestro todavía no es historia. Pero ya podemos decir que marcó para siempre el devenir de la sociedad colombiana.