Hace ya más de 20 años, en 1985, Enrique Santos Calderón publicó un libro sobre las vicisitudes y los problemas del proceso de paz de Belisario Betancur. El libro (titulado La guerra por la paz) no sólo es un recuento de un proceso fallido, de lo que Laura Restrepo llamó en su momento la historia de un entusiasmo, sino también un documento histórico sobre la persistencia de la mentira, sobre la inveterada práctica del engaño y de la desinformación de la guerrilla colombiana en general y de las Farc en particular.
Gabriel García Márquez, quien escribió la introducción del libro de marras, señala, con una mezcla de sorpresa e indignación, las mentiras casi inverosímiles de las Farc. “Los guerrilleros —escribe García Márquez— se enredaron en su propia lógica. Don Manuel Marulanda, comandante supremo de las Farc, tuvo el desenfado de decir en una extensa entrevista de radio que su movimiento no había recurrido al secuestro y que las cuotas que les pagaban los hacendados eran voluntarias… Pero lo peor fue que Don Manuel dijo después en la misma entrevista que sí se había servido del secuestro, pero que ya no lo hacía ni lo volvería a hacer”.
Muchos años después, las Farc siguen en lo mismo: enredadas en su propia lógica, mintiendo y contradiciéndose. A mediados de septiembre de 2007, Raúl Reyes le dijo a Piedad Córdoba, quien, a su vez, le contó a la prensa nacional, que el Negro Acacio estaba vivo y que todos los secuestrados estaban bien de salud. Meses más tarde, las Farc reconocieron, con el mismo desenfado del que se quejaba García Márquez, la muerte del Negro Acacio, y la opinión nacional conoció con espanto el precario estado de salud de algunos de los secuestrados. La continuidad en la mentira es evidente. Basta una simple interpolación para pasar de la entrevista radial de Marulanda a las declaraciones de Reyes y a la falsa entrega de Emmanuel.
Todas las verdades son iguales. Pero cada mentira es falsa a su manera. Muchas de las mentiras de las Farc son más elaboradas que las simples negativas burdas de Marulanda y Reyes. Las Farc son expertas en teorías de conspiración, en la mención repetida (e infundada) de enemigos agazapados, de adversarios ocultos. “Allí estará la mano siniestra de los Estados Unidos”, dijo esta semana la agencia de noticias Anncol en referencia a los análisis genéticos sobre la identidad de Emmanuel. “Todos los exámenes que ellos hagan demostrarán que ese niño ‘es Emmanuel’. Habrá en consecuencia dos Emmanuel. Sólo su madre sabrá cuál es el verdadero, el de ella”. Esta mezcla de romanticismo barato y de teoría de conspiración (del mal gusto y la mentira) haría ruborizar hasta al mismo Oliver Stone.
El libro mencionado hace referencia a una cita de Aleksandr Solzhenitsyn que hoy sigue siendo tan exacta como hace dos décadas. Decía el novelista ruso que la violencia sólo puede ser ocultada por la mentira y que la mentira sólo puede mantenerse por la violencia. Como escribió Enrique Santos Calderón, “quien proclame la violencia como método, se verá obligado a adoptar la mentira como principio”. Veinte años después, esta predicción se confirma nuevamente y en cabeza de los mismos protagonistas. Si algo ha quedado demostrado en la devolución fallida de Emmanuel, en todo este incidente inverosímil, es la complementariedad siniestra entre la violencia y las mentiras de las Farc.
Gabriel García Márquez, quien escribió la introducción del libro de marras, señala, con una mezcla de sorpresa e indignación, las mentiras casi inverosímiles de las Farc. “Los guerrilleros —escribe García Márquez— se enredaron en su propia lógica. Don Manuel Marulanda, comandante supremo de las Farc, tuvo el desenfado de decir en una extensa entrevista de radio que su movimiento no había recurrido al secuestro y que las cuotas que les pagaban los hacendados eran voluntarias… Pero lo peor fue que Don Manuel dijo después en la misma entrevista que sí se había servido del secuestro, pero que ya no lo hacía ni lo volvería a hacer”.
Muchos años después, las Farc siguen en lo mismo: enredadas en su propia lógica, mintiendo y contradiciéndose. A mediados de septiembre de 2007, Raúl Reyes le dijo a Piedad Córdoba, quien, a su vez, le contó a la prensa nacional, que el Negro Acacio estaba vivo y que todos los secuestrados estaban bien de salud. Meses más tarde, las Farc reconocieron, con el mismo desenfado del que se quejaba García Márquez, la muerte del Negro Acacio, y la opinión nacional conoció con espanto el precario estado de salud de algunos de los secuestrados. La continuidad en la mentira es evidente. Basta una simple interpolación para pasar de la entrevista radial de Marulanda a las declaraciones de Reyes y a la falsa entrega de Emmanuel.
Todas las verdades son iguales. Pero cada mentira es falsa a su manera. Muchas de las mentiras de las Farc son más elaboradas que las simples negativas burdas de Marulanda y Reyes. Las Farc son expertas en teorías de conspiración, en la mención repetida (e infundada) de enemigos agazapados, de adversarios ocultos. “Allí estará la mano siniestra de los Estados Unidos”, dijo esta semana la agencia de noticias Anncol en referencia a los análisis genéticos sobre la identidad de Emmanuel. “Todos los exámenes que ellos hagan demostrarán que ese niño ‘es Emmanuel’. Habrá en consecuencia dos Emmanuel. Sólo su madre sabrá cuál es el verdadero, el de ella”. Esta mezcla de romanticismo barato y de teoría de conspiración (del mal gusto y la mentira) haría ruborizar hasta al mismo Oliver Stone.
El libro mencionado hace referencia a una cita de Aleksandr Solzhenitsyn que hoy sigue siendo tan exacta como hace dos décadas. Decía el novelista ruso que la violencia sólo puede ser ocultada por la mentira y que la mentira sólo puede mantenerse por la violencia. Como escribió Enrique Santos Calderón, “quien proclame la violencia como método, se verá obligado a adoptar la mentira como principio”. Veinte años después, esta predicción se confirma nuevamente y en cabeza de los mismos protagonistas. Si algo ha quedado demostrado en la devolución fallida de Emmanuel, en todo este incidente inverosímil, es la complementariedad siniestra entre la violencia y las mentiras de las Farc.